divergencias

Policía «depurada»

 

Por: Edmundo Orellana

Desde sus primeros resultados se advertía el fracaso de la depuración policial, que ahora resulta incuestionable. Desde el asesinato hasta el narcotráfico, pasando por la extorsión y otros, son los delitos en los que se han visto involucrados los nuevos policías.

La muerte violenta de la joven Keyla Patricia Martínez, quien cursaba su último año de enfermería en la UNAH, ha reavivado el debate sobre la depuración policial, bien porque recuerda crímenes ocurridos en la policía antes de la depuración o porque es injustificable que ocurra bajo la protección de la policía, supuestamente, depurada.

Todos recordamos que el asesinato de los estudiantes universitarios Carlos David Pineda y Rafael Vargas Castellanos a manos de la policía desencadenó el proceso de depuración policial, que pasó por varias etapas, todas ellas fallidas. Recordamos también que, la mañana siguiente al asesinato, dos jerarcas policiales justificaban el crimen en un programa de tv al cual comparecieron como invitados especiales, dando pormenores del hecho que después resultaron falsos.

En este nuevo caso, la autoridad policial reaccionó de la misma manera, solo que, en esta ocasión, lo hizo por medio de un comunicado por el cual afirmaba que la joven se había suicidado en la celda policial de la ciudad de La Esperanza, pero sin mencionar la responsabilidad que tienen los policías de proteger la integridad física y la vida de toda persona que se encuentra detenida.

La regla es que la muerte violenta es un homicidio. Las investigaciones son las que lo confirman o descartan, a cuyo efecto las autoridades deben proteger la escena, inspeccionarla, asegurar las evidencias e identificar los potenciales testigos que contribuyan a determinar las causas de la muerte violenta y la participación de los responsables. Nada de esto ocurrió; la irresponsabilidad es manifiesta. Desde los superiores jerárquicos inmediatos hasta los más altos jerarcas de la policía que no hicieron ni lo elemental en estos casos. No es, ciertamente, por ignorancia, sino, concediéndoles el beneficio de la duda, por negligencia, la que es, por supuesto, penada.

Noticia relacionada Depuración policial en Honduras, una farsa animada por la demagogia y la corrupción

El manejo negligente de la escena, en la que aparentemente también tienen responsabilidad autoridades locales del MP, da lugar a que se fabriquen versiones distorsionadas de lo que realmente ocurrió. Eso lo sabe todo agente policial, aunque no sea del área de investigación, y lo saben, desde luego, los fiscales, como los abogados defensores. ¿A quién favorece el manejo irresponsable de la escena del crimen? Al criminal.

Afortunadamente, en este caso, la autopsia se practicó y arrojó claros resultados. Ahora aparece un testigo que oyó, pero no vio, lo que pasó, cuya versión es que la joven gritaba que se suicidaría con su suéter porque estaba detenida y nada debía. Difícilmente alguien- sobre todo esa joven llena de vida y de ilusiones, por encontrarse a punto de culminar su carrera-, por muy deprimido que se encuentre ocasionalmente, se suicida por estar detenido en una celda y solo, sabiendo que estará en libertad al día siguiente. Algo debió ocurrir en esa celda que el testigo no podía ver.

Seguramente fue algo espantoso porque hay quienes desean que la verdad no sea conocida y se han atrevido, sin importarles el riesgo de ser identificados, a amenazar de muerte al corresponsal de Hoy Mismo en La Esperanza. Si la joven universitaria se suicidó ¿por qué preocupa tanto que el periodista pretenda llegar a la verdad de lo ocurrido?

De esa delegación policial ya había denuncias de abusos hacia mujeres, algunas de las cuales huyeron del país por amenazas de algunos policías destacados a la misma. Antecedentes que abonan la tesis del abuso sexual y del asesinato.

La policía no se depuró; eso es evidente. Porque el proceso de depuración consistió simplemente en despedir y reclutar. En ningún caso se les ocurrió que el problema consiste en la formación de los policías. Por eso, el adoctrinamiento de los nuevos no cambió; se repitió lo de siempre. El formato mental del nuevo policía seguía siendo el del policía despedido, porque su formación es responsabilidad de los viejos policías, aquellos que convivieron con los malos policías despedidos, algunos de estos más criminales y perversos que los delincuentes que, supuestamente, perseguían.

¿Cómo pudieron convivir con el crimen sin contaminarse? Los que no participaron en los crímenes que denunciaron las familias de las víctimas, los capos de la droga en sus declaraciones en tribunales gringos y la prensa extranjera, no ignoraban lo ocurrido. Seguramente vieron, escucharon o tuvieron la certeza de lo ocurrido, y callaron. Si no participaron directamente en los crímenes, eso es lo único que los diferenciaba; en lo demás, se identificaban. Compartieron la misma formación, la misma visión hacia el “civilón” (“el enemigo” nos dicen), la ausencia de solidaridad y colaboración, y la creencia de que la función policial es un poder en sus manos, cuyo ejercicio se traduce en restringir derechos y reprimir libertades. De ahí que, aunque conocen la doctrina de los derechos humanos, en el ejercicio diario de la función policial su protección no sea un deber de primer orden. Entre proteger y reprimir, se deciden, invariablemente, por éste. Instruido en estas doctrinas policiales, el nuevo policía no podía ser distinto. El resultado está a la vista.

Desmontar esa estructura con sus vicios heredados es una prioridad que no puede eludir el próximo gobierno, si es la oposición, por supuesto. Porque se trata de la autoridad que financiamos con nuestros impuestos para dotarla de armas, municiones y equipos para defendernos, no para usarlos en contra nuestra, como suele hacer la actual, reprimiendo al pueblo cuando reclama por sus derechos conculcados o para repudiar las injusticias cometidas por el gobierno o por los mismos policías, como fue el caso de la salvaje represión en La Esperanza contra quienes exigían justicia por Keyla Martínez.

Exijamos con vigor y sin descanso el castigo de los responsables de este y todos los demás crímenes cometidos en el país, especialmente en contra de las mujeres.

Ni más abusos policiales ni más femicidios. ¡BASTA YA!

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

Compartir 👍

Podría interesarte