Empresarios de Honduras volverían a involucrarse en un golpe

Reflexiones sobre la pandemia (23)

Por: Rodil Rivera Rodil

En poco menos de un mes y en medio de la que probablemente sea la mayor crisis económica de su historia, se llevarán a cabo las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que para Honduras tienen una gran importancia dada nuestra relación de dependencia con este país. A la fecha, sigue siendo nuestro mayor socio comercial, pero ya China ocupa el segundo lugar y es posible que después de la pandemia pase a ser el primero, tanto por los apuros de la economía estadounidense como porque la potencia asiática será la única del mundo que saldrá de la crisis con un crecimiento positivo.

Hace tiempo que debimos haber establecido relaciones diplomáticas con China, pero no hemos podido hacerlo porque don Juan Orlando entregó al presidente Trump, entre muchas otras, la conducción de nuestra política exterior a cambio de que reconociera los fraudulentos comicios que le permitieron reelegirse inconstitucionalmente.

La trascendencia de la pugna electoral que se avecina va mucho más allá de si Trump se queda o no en la presidencia. Se trata de la salida temporal de un complejo conflicto social de grandes dimensiones que se viene gestando desde hace varias décadas y cuyas raíces más profundas se remontan a la guerra civil que tuvo lugar entre 1861 y 1865. Llamada también de secesión porque se libró entre el gobierno federal y once estados de Sur que pretendieron desligarse de la Unión. Y que en una época no muy lejana se presentaba como una casi romántica cruzada del presidente Abraham Lincoln contra la esclavitud.

Pero la razón fundamental de esta contienda obedeció a la imposible coexistencia de dos modelos antagónicos de producción, el del Norte altamente industrializado, que demandaba de hombres libres para obreros, y el del Sur basado en una economía esencialmente agrícola sustentada en el cultivo de algodón, su principal producto de exportación, con mano de obra de esclavos, de ínfimo costo. Lo que conformaba, decía Marx, un país “desfigurado”.

La debacle de su ejército, que se lanzó a la fratricida lucha seguro del triunfo, tuvo un enorme impacto en la población blanca del Sur. Su mundo fue literalmente barrido por la modernidad que soplaba del Norte, como lo describió magistralmente Margaret Mitchell en su famosa novela “Lo que el viento se llevó”. Los millones de esclavos que servían de pilar fundamental de su fastuoso y señorial modo de vida fueron liberados en una sola noche por el presidente Lincoln.

La derrota exacerbó la vieja seudo doctrina de la supremacía blanca y propició la creación por veteranos sureños del “Ku Klux Klan” (KKK) dedicado a promover por medios violentos, entre otras aberraciones, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el anticatolicismo, el antisemitismo, y en el siglo veinte, también el nazismo y el anticomunismo. Esta siniestra organización llegó a tener casi cinco millones de afiliados y fue reconocida legalmente en muchos estados de la federación (pagaba impuestos) a pesar de sus innumerables crímenes. Llegó hasta asesinar niños y soldados negros que regresaban de la Segunda Guerra Mundial.

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El Ku Klux Klan, que nunca fue claramente disuelto en todo el territorio norteamericano, con altos y bajos a lo largo de los años, ha ido cobrando en los últimos tiempos una influencia muy grande, quizás la mayor que jamás haya tenido, disfrazando su real identidad través de un sinnúmero de organismos, supuestamente defensores de las “libertades civiles”, y puede afirmarse que en la actualidad es un contaminante que impregna toda la campaña del presidente Trump.

La precipitación del sistema capitalista a su modalidad más extrema en los años noventa del siglo pasado, el conocido como capitalismo salvaje o neoliberalismo (privatización de todo y reducción del Estado a su mínima expresión), ha generado crisis tras crisis en la economía mundial, desde la asiática de 1997 hasta la de 2007-2008, y aumentado la pobreza y la desigualdad a niveles jamás vistos. “El 1 por ciento más rico del planeta es ahora más rico que el resto de la humanidad combinada (el 99 por ciento restante)”, de acuerdo con el informe de Oxfam publicado en el 2016. Los Estados Unidos, el país más opulento de la tierra, tiene más de 40 millones de personas viviendo en la pobreza y en la extrema pobreza, o sea, más del 12 por ciento de sus habitantes.

Con estos ingredientes, supremacía blanca, racismo, pobreza, neoliberalismo, desigualdad, más el conservadurismo que se halla en sus mismos orígenes, comenzó a gestarse la abigarrada mezcla de realidades y sentimientos encontrados que, extrañamente, amalgama el importante sector que hoy se enfrenta al resto de la cada vez más polarizada sociedad estadounidense en esta nueva versión de guerra civil que se dilucidará el próximo 3 de noviembre. Ello explica, asimismo, la confusa y variopinta composición de la masa electoral, de otro modo inconcebible, con que cuenta Trump para su pretensión reeleccionista.

El temor por quedarse sin trabajo borra las fronteras étnicas y de clases sociales en su común aversión a los inmigrantes y a todo el que signifique una amenaza para su fuente de ingresos. Negros contra negros, mexicanos contra mexicanos. Pobres con empleo contra pobres desempleados. El repudio a los capitalistas que llevan sus fábricas al extranjero. En fin. La ciega esperanza de que, haciéndole caso a Trump, aislando al país y bajando los impuestos a las grandes empresas retornará la bonanza. ¡Qué importa que sea un prepotente y un patán! Y fue así que este señor, con su falsa imagen de “antisistema” -sin darse precisa cuenta, porque es claro que sus dotes naturales no le dan para tanto- consiguió encarnar toda esa tremenda frustración y apoderarse del Partido Republicano para deformarlo a su imagen y semejanza.

En el “Quijote de la Mancha”, la hermosa Dorotea le narra sus desventuras a Cardenio y le recuerda que “un mal llama a otro”. Así, la pandemia del coronavirus ha sido otra desgracia más que ha puesto de rodillas a los Estados Unidos. Y no tanto por el virus en sí, ya que a muchos países les ha ido notoriamente mejor, sino porque el modelo neoliberal los dejó sin la estructura sanitaria con que pudieron haberlo afrontado. Pero también porque el presidente Trump, cuya personalidad encierra una fatídica combinación de ignorancia, obcecación y cinismo, se burló del peligro y de las medidas de bioseguridad. Y como resultado, el pueblo lo está pagando con millones de contagiados y más de doscientos mil muertos.

Y por si fuera poco. Sobre este angustioso panorama se cierne la larga sombra de China. La amenaza real e imaginaria, alimentada y aumentada por Trump, no solo de que las cosas empeoren sino de perder el predominio mundial que se ha tenido durante tantos años. Ese que hace a muchos estadounidenses sentirse superiores a los demás seres del planeta. Que creen que, en verdad, Batman y Superman son compatriotas suyos. Y es que, ciertamente, la globalización que encabezaban hace varios años las transnacionales norteamericanas está cambiando a pasos acelerados de liderazgo. Los chinos lucen imparables, no obstante, todas las sanciones que les imponen.

Pero al igual que en 1861 el Sur no tuvo ninguna posibilidad de ganar la guerra debido a que su aparato productivo era totalmente insuficiente para hacerle frente a la avanzada industria del Norte, ahora tampoco deberían ganar las huestes de Trump. Van a contramarcha de la historia. La miseria, el desempleo y la desigualdad no se podrán revertir con más neoliberalismo ni con ningún nacionalismo a ultranza. La solución estriba en cambiar el modelo económico y social.

Tampoco la globalización y la creciente hegemonía de China se podrán detener por la fuerza. Lo único que tiene sentido es aceptar lo inevitable y adelantarse, antes que sea demasiado tarde, a proponer un nuevo orden mundial multipolar que, en lugar de la confrontación, desarrolle la cooperación y la solidaridad internacional.   

Tegucigalpa, 7 de octubre de 2020

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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2 comentarios

  1. Indudablemente una excelente exposición de la cruda realidad que vive USA. Trump es todo lo que ha mencionado y peor. Es un demagogo alimentando a un pueblo, o mejor dicho a una raza que se niega a admitir su propio racísmo.

    1. El argumento del Sr. Rodil esta buena pero sufre, pero su dialectica es su talon de aquiles, y sufre como casi todos en la inteligencia de «Trump Derrangement Sindrome» (Síndrome del Trastorno acerca de Trump). Cierto que no es santo pero tampoco desea esclavizar la humnaidad tecnocraticamente y con transhumanismo como la elite global del occidente desea. China solo espera a ver quien gana y hace lo suyo, posicionandose para enfentar con quien negociaran con plena seguridad despues de noviembre..