Producción y distribución de alimentos

Producción y distribución de alimentos antes y después de covid

Alianza

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
Mil cosas más comían los ancestros, hongos y flores de izoco y de izote, de madreado y de pito, aves, peces bichos, hormigas, saurios, chapulines, y zorontocos y frutas del monte, palca, jobo, guayaba. Comida pocas veces faltó, históricamente. Honduras alguna vez fue decían los viejos, el granero de Centroamérica. Desde el s. XVIII producía carne para toda Mesoamérica y hacia los 1930s era el mayor exportador de banano del mundo, pero también producía piña, coco, cacao, palma, plátano y papaya. De vez en cuando, venía el chapulín y se pasaba un mal rato, comiendo masica en vez de maíz. Pero hasta hace poco, cerca 1950, los campesinos se alimentaban y producían nuestra comida. En los altos de Tegucigalpa y en la cima del Merendón todavía cosechan mucho del producto fresco.

Pero hoy es distinto. Venimos saliendo de una prolongada crisis agrícola por sequía, de varios años, epizootias y epifitias dentro de un ciclo largo de desecamiento. Agravada la crisis de producción por la política que, desde hace medio siglo, le dio la espalda a la extensión agrícola y pecuaria tradicional para, en cambio, fomentar agro exportaciones café y fruta, azúcar y cacao, tilapia y camarón, palma, demasiada palma. Varias de las cuales tienen mucho sentido y éxito, porque aprovechan recursos del trópico y la cercanía al mercado, aunque no tenían que expandirse a costa del medio y de la comida. Desde los 1990s se abocó también esa política a facilitar la importación de alimentos que vienen más baratos desde el exterior, lo que también nos representa una ventaja, el trigo desde siempre, y el maíz desde hace rato, ya en el fin de siglo XX la leche, el cerdo. Y en años recientes del siglo XXI ¿incluso el plátano y el frijol que nuestros padres jamás consumieron de otro lado, menos aún ¡etíope!

Se podían importar ya esos alimentos porque se los producía allá en forma intensiva, las extensas redes de navegación y las reglas internacionales facilitaban el comercio. Para seguir con los ejemplos aludidos, los EUA producían inmensos excedentes de maíz que, subsidiados, promovían el procesamiento de grandes cantidades de carnes, que llegan a nuestro mercado invitadas por tratados de libre comercio que, a cambio, facilitan exportaciones, de manufactura barata. Nueva Zelandia viene -hace tiempo- produciendo leche para satisfacer gran parte de la demanda global, manteniendo el precio más bajo que el costo aquí. De modo que quizás consumamos hoy mas leche hidratada que fresca. EUA era el padrino del sistema. Así podía vender sus excedentes hasta que llegó Trump con protección.

Como siempre, la crisis saca a relucir problemas que antes estaban bajo la superficie. En un principio la escasez del producto fresco habría sido circunstancial. Hubo oportunismo. De inmemorial tiempo acá, los intermediarios se llevan la tajada del león del valor final y dejan a los productores un residuo. De modo que cualquier interferencia desequilibra y detiene la producción. En la coyuntura vulnerable covid 19 además, al mismo tiempo que se encerró a la gente que se quedaba sin dinero, se interrumpieron los circuitos, las cadenas de intermediación, se cerraron los mercados y mucho producto se perdió. Cuando el agro pierde mucho, se deja de sembrar y de criar. Observamos luego el desabastecimiento, disminución en la calidad de oferta y el aumento todavía amenazador de los precios.

Era una quimera pensar que el gobierno iba a proveer de alimentos a los necesitados. En general, es ineficiente repartir comida en un mercado moderno. Al inicio, se les acusó a los organizadores de oportunismo y de favorecer a correligionarios. El que parte y reparte, se queda con la mejor parte. En algunos momentos, la distribución degeneró incluso en desorden y violencia. (Cuando se contraponen la ley que rige el orden social y la de la sobrevivencia, esta última va a prevalecer siempre.) Y como nadie se quería quedar sin algo, arrebataron lo donado muchos que no eran los más urgidos.

Proliferaron de nuevo los delitos relacionados con el abasto como el abigeato que, por decirlo así, había caído en desuso a medida que se facilitaba la provisión de animales a la cadena de distribución urbana de productos cárnicos certificados baratos. La miseria no pregunta.

Se habían acostumbrado los costeños a importar la verdura y el plátano desde Guatemala, después que nuestros productores no pudieron, en la crisis del clima, mantener su oferta. Cuando aquí y allá se interrumpió el cruce de la frontera y el tráfico en las carreteras, ya no hay plátano. Eso también afectó el tránsito de los alimentos que se producen en el interior del país. No podían llegar los camiones de naranjas de Colón. Percatándose de lo catastrófico que podría llegar a ser, la autoridad rápidamente publicó exenciones para la cadena agroalimenticia. Aunque no entendieron bien los policías que exigían salvoconductos, y siguió habiendo pérdidas de tiempo, mercancía, escasez y paradójica carestía de lo que no compraba la gente, pidiendo para comida en la calle.

Pero la mayor preocupación tendrá que ser ¿como aseguraremos la despensa nacional de alimentos a futuro? puesto que aún es incierto cómo evolucionarán el abasto mundial, sus articulaciones y costos.

Antes se había anunciado que JOH le estaba dando a las FFAA, que nada que ver, 4 mil millones de lempiras para que se hicieran cargo de fomentar la producción agropecuaria. Los conocedores y actores rechazaron la propuesta. Casi de inmediato. Ya montado sobre la emergencia, luego de reconocer la crisis, el gobernante compareció en varias tediosas cadenas nacionales, acompañado por sus más fieles aláteres, para anunciar una maravillosa política de estado alquímica que catalizaría la reconversión del sector agroexportador (al que se le cerraban los mercados externos) para la producción de alimentos de la canasta básica. ¡Ahora iban a usar sus tierras y sus sistemas de riego, para producir comida para la Honduras de acá!

Para ese fin el gobierno ofrecía las perlas de la Virgen y los diezmos de Olancho, otra vez, y lo ajeno. Préstamos a tasas subsidiadas, largo plazo, con solo una hipoteca parcial. Se ordenó poner a disposición las tierras extensas y mal administradas por OABI, incluidas las que siguen siendo de sus dueños aún no expropiados. Pero nadie va a invertir en lo ajeno y esos grandes empresarios no saben vender poca cosa, prefieren ganar furgones de verdes, estarán ansiosos por que se les abran rápidamente otros mercados de exportación y trascendió que ya andan buscándolos. ¡Éxito! Pero nadie ayuda a los pequeños productores que llegan a nuestros mercados con alimentos.

Tres cosas ya tendrían que estar claras a estas alturas. Habrá sobrevivientes. 1. Quienes tenemos tierra y agua, deberíamos producir comida 2. Es a quien ya está en esto, a quien debe apoyarse si se quieren resultados rápidos. Y 3. Lo que se ocupa es mercado, a saber que la gente tenga un sueldo, un dinerito, tlacos, riles, fichas, centavos, calderillas, granos de cacao o ¡algo con qué comprar!

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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