El sistema alimentario global no funciona

El sistema alimentario global no funciona

Por: Hilal Elver

SANTA BÁRBARA, CALIFORNIA – El año 2020 fue inolvidable para todos nosotros, y trágico para muchos. Nadie había imaginado que un virus letal que se originó en murciélagos de herradura podía propagarse tan rápido y trastocar tan a fondo nuestras vidas. Y, en la mayoría de los países, todavía no hay señales de que esté volviendo la normalidad. Sin embargo, si bien no podemos más que adivinar cómo será la vida post-pandemia, abordar los crecientes problemas de hambre y desnutrición debe ser central para la recuperación global.

Mucha gente estaba en una situación desesperada inclusive antes de que atacara el COVID-19. Si bien la pobreza extrema estaba disminuyendo, todavía afectaba a aproximadamente 700 millones de personas, mientras que casi la mitad de la población mundial vivía con menos de 5,50 dólares por día, subsistiendo apenas. Al mismo tiempo, la concentración de riqueza global sigue aumentando exponencialmente: la riqueza combinada de los multimillonarios en Estados Unidos creció más de 1 billón de dólares durante 2020.

Asimismo, el hambre y la desnutrición han venido creciendo globalmente desde 2015 –irónicamente, el año en que la Agenda de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible estableció el objetivo de “hambre cero” para 2030-. Más de 700 millones de personas padecen inseguridad alimentaria y 265 millones de personas están al borde de la inanición, una situación nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial. Dos mil millones de personas sufren de varias formas de desnutrición, entre ellas subnutrición, deficiencias de vitaminas y micronutrientes y obesidad. Y tres mil millones de personas no pueden permitirse dietas saludables.

Al aumentar la pobreza extrema y causar un enorme desempleo, la pandemia ha colocado los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aún más lejos de nuestro alcance y ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios industriales globalizados. Los países cerraron tiendas de alimentos, los cierres de fronteras impidieron que los trabajadores agrícolas migrantes pudieran trabajar y toda la cadena alimenticia global se desmanteló. Esto afectó seriamente el acceso a los alimentos de muchos hogares, con un impacto importante en grupos nutricionalmente vulnerables, como los niños, las mujeres embarazadas y las personas enfermas. Inclusive en los países desarrollados, los bancos de alimentos resultaron desbordados.

El COVID-19 nos ha enseñado lo que ha salido mal con nuestros sistemas alimentarios y la protección ambiental en general, y por qué deberíamos dejar de actuar como si aquí no pasara nada. A esta altura, todos sabemos que la injerencia humana en los ecosistemas es un factor contribuyente importante de pandemias y crisis relacionadas.

En 2021, los encuentros globales sobre diversidad biológica, desertificación y cambio climático, y la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios este otoño, ofrecen al mundo varias oportunidades de cambiar el curso. Pero todavía no está claro si estas reuniones –y especialmente la cumbre alimentaria- endorsarán políticas nuevas y transformadoras o, por el contrario, afirmarán el compromiso prevaleciente con la “agricultura de precisión” de gran escala que utiliza drones, herramientas digitales y macrodatos.

La agricultura de precisión, si continúa, aumentará la producción de monocultivos y garantizará la persistencia de un control oligopólico de la agricultura global. Nada cambiará y millones de pequeños agricultores seguirán estando marginalizados. El mundo no eliminará el hambre y la desnutrición a menos que se compartan, se regulen y se monitoreen las tecnologías agrícolas digitales, algo que, según sugiere la experiencia pasada, es poco probable.

El gran interrogante, por lo tanto, es si el mundo está dispuesto a emprender cambios radicales –basados en la solidaridad, la cooperación, la empatía y la generosidad global- para enfrentar los desafíos sistémicos. Transformar los sistemas alimentarios exigirá que las autoridades desmantelen el orden establecido, prioricen a los vulnerables por sobre los poderosos, mejoren la resiliencia, establezcan cadenas de valor transparentes y le ofrezcan a todos un acceso asequible a los alimentos necesarios para una dieta saludable.

Una prioridad debe ser la de fomentar los sistemas alimentarios locales, que han tenido un desempeño encomiable durante la pandemia y tienen varias ventajas en comparación con los monocultivos industriales globalizados. Establecer cierto grado de autosuficiencia permitiría a las comunidades locales lidiar mejor con las emergencias. Asimismo, la agricultura local tiene sentido desde un punto de vista logístico, estimula las economías locales, mitiga el desempleo, genera productos estacionales que mejoran las dietas de la gente y causa menos daño al medio ambiente.

Esas reformas deberían empezar por reconstruir los lazos rotos entre los sistemas alimentarios rurales y urbanos. La crisis del COVID-19 ha dejado a ciudades aisladas y las ha sometido a una presión extrema para alimentar a sus residentes. Las cadenas de valor globales sofisticadas resultaron ser sumamente frágiles y muchos mercados directamente no funcionaron durante la pandemia.

La pandemia también ha demostrado que una dieta saludable puede salvar vidas. Muchas víctimas del COVID-19 tenían enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta y también obesidad, que muchas veces resultaron ser mortales. La gente con sistemas inmunológicos débiles como resultado de dietas poco saludables y sin acceso a atención médica –muchas veces grupos de más bajos ingresos, minorías étnicas y raciales y migrantes- ha sido particularmente vulnerable.

También debemos afrontar la difícil situación de los trabajadores esenciales, pero sumamente vulnerables, del sistema alimentario, sin los cuales los alimentos no llegan a la mesa. El COVID-19 ha tenido un impacto catastrófico en las plantas frigoríficas industriales y en las comunidades de trabajadores agrícolas en Estados Unidos y Europa, donde una gran cantidad de inmigrantes mayoritariamente indocumentados están desprotegidos y son explotados.

Para poner fin a esta crueldad, debemos remodelar los sistemas alimentarios para que las empresas actúen de manera responsable, mantengan entornos de trabajo saludables y paguen un salario digno. Eso implica introducir regulaciones apropiadas para todos los trabajadores del sistema alimentario, incluidos aquellos en la distribución de alimentos y la economía informal.

Finalmente, se deberían discutir democráticamente políticas alimentarias que sean decididas por todos los actores. Si bien los problemas globales necesitan soluciones globales, para alcanzarlas hace falta una estrategia de abajo hacia arriba. Nuestras instituciones actuales tal vez tengan que ser reformadas para que puedan oír y prestarle atención a múltiples voces, opciones y argumentos. La sociedad civil necesitará presionar a los gobiernos para que implementen estas reformas y al sector privado para que respete y proteja los derechos de todos a los alimentos como una condición para hacer negocios de manera responsable.  

Hilal Elver, ex relatora especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, es profesora de investigación en la Universidad de California, Santa Bárbara.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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