Los Reyes Desnudos

Adiós a Julio Navarro

Entre líneas

Por: Roger Marín Neda

 Entre mediados de los 50 y fines de los 90, más que la mitad de los niños hondureños aprendieron a leer con La Escuelita Alegre, libro del educador don Miguel Navarro Castro.

En Tegucigalpa, en proporción mayor durante ese mismo lapso, mamás, niños y niñas compraron los útiles escolares en la Librería Navarro, fundada por don Miguel.

En esos tiempos conocí a la familia Navarro, cuando comenzaba una tradición de tertulias intelectuales espontáneas, que duró hasta la muerte de don Miguel.

Ahí pasé de chigüín a adolescente, en medio de pláticas a las que acudían, entre otros personajes, Medardo Mejía, Octasiano Valerio, Roberto Sosa, Ventura Ramos, Mario Sosa Navarro (primo de don Miguel), Felipe Enamorado, el propio don Miguel y sus hijos.

Fue en esa época que la Librería Navarro cimentó su tradición cultural. Entonces, a principios de los 60, apareció Julio Navarro, el hijo ausente.

Julio había ido a estudiar en Costa Rica, donde participó en trasiegos de armas para la sublevación acaudillada por don Pepe Figueres contra el presidente Picado, acción que que degeneraría en guerra civil.

Triunfó don Pepe, y a Julio le ofrecieron oportunidades que descartó para estudiar medicina en Buenos Aires. Ahí participó en una guerra más personal, entre Galeno y el tango. Triunfó el tango, tal vez porque luchó aliado con la ópera, la música clásica, el teatro, los vinos argentinos, los emblemáticos asados, las pastas italianas, y, claro está, las chicas argentinas, en combo irresistible compartido con una mara inquieta y juvenil.  

Don Miguel le trajo de vuelta a Tegucigalpa, y Julio, sin chistar, sin reclamar, con humildad, tesón y entusiasmo, se incorporó a la librería como dependiente, despachador y vendedor.

Julio derrochaba empatía espontánea. Chicos, chicas, mamás, adultos, todos buscaban su atención amable y sonriente. No fingía. Le gustaba servir.

La mutua afinidad fue inmediata. Le debo mi afición a la ópera, sobre la que a veces bromeaba porque, lamentaba, la había perdido junto con Buenos Aires.  Le dolía recordar que, en funciones matinales, había visto niños romper en carcajadas en óperas cómicas de Mozart y Rossini, cantadas en sus idiomas originales. Preguntaba entonces cuándo nuestros niños aprenderían por lo menos qué es la ópera.

Era hombre de lecturas cultas, de las que nunca presumía. Hablaba cuando tenía algo que decir, y no peleaba por sus argumentos. Era conocedor exigente de vinos, licores y comidas, compinche ideal   en la bohemia culta, a quien nunca vi perder la compostura.

Si se me pidiera el ejemplo de un ciudadano que bloqueó la corrupción ignorando sus halagos, sin aspavientos, con solo su integridad personal, en la vida privada y en los negocios, nombraría sin vacilar a Julio Navarro. Como si se me preguntara por una familia de tal estirpe cívica y moral, nombraría a los Navarro.

Vivió la como quiso, como entendió y disfrutó el mundo, sin apegos, sin rencores. Hace unos años, en mi visita navideña, cuando él ya sabía que le quedaba poco tiempo, me dijo que se sentía sereno. “Que venga, ya tengo 82 años, bien bebidos”, me dijo sonriente. Y así se fue, tranquilo,   en buenas  migas con la vida.

Deberé siempre a Julio el mundo alucinante de la ópera. Recordaré su amistad genuina, su gusto por las cosas buenas de la existencia, sin aferrarse a ninguna. Y nunca olvidaré que trató a la tentación de los corruptos como hacía con los malos argumentos en una conversación: callaba y les daba la espalda, sin comentar ni jactarse de ser honrado.

Tegucigalpa, 21 de junio, 2020.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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4 comentarios

  1. Querido Roger Marin:
    Muchas Gracias. Yo creci con ustedes en esas tertulias. Tanto en la Libreria como muchos domingos que con gusto mi abuelo se sentia halagado por su visita junto a Dora y a su bella Elenita. Las conversaciones los domingos siempre en el corredor de esa casa del Picacho; amenas e intuia yo, jovencita, de esas que desean explorat el poder de las ideas para tratar de entender el mundo que tanto nos elude. Inolvidables. Igualmente, su cariño para mi madre, y mis Tios. Muchas gracias por despedir con tanta calidez y cariño con su pluma a Julio Navarro. Nuestra familia queda huerfana de un gentil hombre, leal, divertido, quien siempre supo ofrecernos refugio y una abundante hospitalidad y en su brillante hogar. “El tiempo es polvo de oro y pluma de avestruz decia”. Sus ultimas lecturas fueron del Principe de Maquiavelo. Aptamente, ya que tal cual, en nuestro pequeñisimo entorno, Tio Julio supo vivir su vida con diplomacia y fue para sus amigos y amigas, un Principe, no por un rango, si por su Caballerosidad y generosidad. Gracias.

  2. Gracias por hacer que esta generacion milenial sepa algo de sus ancestros quienes desde su alto tech creen que es otro universo.

  3. Roger. Muchas gracias por recordar a Julio en la forma que lo has hecho. Para mi Julio es un Personaje Inolvidable. Educado, amable siempre y muy simpático. Fue siempre un gusto ir a la Libreria Navarro para reunirse con las personas que manejaban este negocio. En paz descanse Julio

  4. Gracias Roger por tu lindo adios a nuestro amado hermano Julio. Se ve que vivieron muchas experiencias juntos.