La batalla por la justicia

¿Es un cliché decir que mediante la crisis se accede a una oportunidad?

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

 

La crisis nos ofusca lógicamente. Es como caminar sobre un humeante campo de batalla, esparcido con despojos a los que unos lloran y otros hurtan, eso es la ZEDE, el despojo del cadáver del estado.  Difícil, cuando tenemos la tragedia enfrente, el padre o el hijo muerto, ver más allá, el largo plazo, visualizar lo que podría ocurrir en la larga duración, a distancia. Pero habrá que hacerlo puesto que este no es el final de una historia, sin paralelo ni antecedente.

Al igual que al resto del continente, la guerra, el esclavismo, la servidumbre, y las epidemias que consumaron la conquista española de 1524 a 1545 devastaron a Centroamérica. Despoblando extensas regiones. Y aun donde sobrevivió apenas una o dos décimas de la población original, esos males desliaron el tejido social, se llevaron de encuentro sus sistemas productivos, destruyeron la estructura política más allá de la celular, del pueblo subordinado al dominio colonial y degradaron refinados sistemas de reflexión y observación a simple tradición folk.

Con poca precisión, también se ha estimado que en el siglo XIX, las epidemias del cólera morbus vinculadas con rutas y guerras imperialistas se cobraron diez millones de victimas fatales. En Centroamérica, esas epidemias estuvieron relacionadas con las guerras civiles post independentistas, 1836 1838, con la guerra nacional contra el filibusterismo 1856 1860, con el comercio del café y luego con la primera colonización bananera, de 1910 a 1918.

Antes que -luego de dos años- alcanzara la inmunidad de la manada que la detuvo, se ha estimado que de 1918 a 1920, La Gripa Española pudo haber matado a unos cien millones de personas, inmediatamente después que la Primera gran Guerra matara a 20 millones ¡y quedaran sueltos otros tantos heridos y lisiados! Disculpen la aritmética macabra. Pero, aun si tomamos los cálculos más conservadores que dicen que esa gripa solo mató a 20 millones, con estos y los otros veinte de la guerra, la humanidad habría perdido entre 1914 y 1920, a 40 millones de personas que habrían representado 2% de la población mundial, que entonces era de 1.8 billones. Otros estimados aseguran que 70 millones murieron en la Segunda Guerra Mundial sin contar 50 millones de victimas fatales conexas, como el holocausto, en suma 120 cuando la población global era 2.2 billones.

Gracias a la Organización de las NNUU y quizás a la certeza de la aniquilación mutua entre las potencias que se enfrentaran, no ha habido desde 1944 aun, otra devastación planetaria. Otros sustos hubo.

Y no ocurre, desde la Segunda Guerra, hace casi ochenta años interrupción semejante del transporte, terrestre, marítimo y aéreo, alrededor del globo, tal entorpecimiento de la producción, quiebra del comercio, parálisis de los servicios y de actividades sociales vitales. Aunque no alcanza aun aquel nivel de mortalidad el Covid-19 que –indudablemente- constituirá una crisis de grandes dimensiones, con muchos millones de muertos no esperados, una depresión, por perdida de tiempo, de recursos de las colectividades y de la eficacia del sistema.

Centroamérica que no sufrió tan gravemente aquellas guerras lejanas, padece la crisis de hoy agravada por la incapacidad de nuestros gobiernos y por las tormentas simultáneas y sus consecuencias, que nos ponen de rodillas en una situación de grave desventaja. Sin embargo, como muchas de esas grandes interrupciones históricas de la vida colectiva, esta ofrecerá al terminar, un tiempo nuevo, una circunstancia especial maleable y de apertura a novedades, antes improbables. Cuando se avizora una época de nueva revolución científica y técnica.

Aquí también, en Centroamérica, las determinaciones que se tomen ahora e inmediatamente después de la crisis (luego del parte aguas de ojalá una vacunación efectiva, hacia mediados del 2021) van a reconfigurar países, regiones y balances de poder, a nivel global. Generarán acomodos y nuevas conexiones. Clausurarán viejos nexos e inercias y pudieran abrir noveles oportunidades. Como ocurrió en efecto con la Conquista, otra vez en el s. XIX, con la Revoluciones Democráticas y aun con las guerras mundiales de la primera mitad del s. XX que nos asignaron el papel que jugaríamos bajo hegemonía estadounidense. Anticipar un poco lo que puede suceder seria útil. Cualquiera puede fantasear por supuesto.  Para visualizar las reales posibilidades alternativas, hará falta un pensamiento estratégico prospectivo, aun tentativo, que nadie esta ensayando.

Es a partir de la ciencia y la literatura, del pensamiento lógico riguroso y de la historia que podemos producir esa clase de previsión. ¿Cuál es el imaginario que, frente a este escenario catastrófico, pudiera convocar a los centroamericanos, a cooperar entre ellos en una dirección mas positiva que la deriva actual y a reconstruir un estado funcional? ¿Cómo conjeturar una perspectiva novedosa de la economía con nuestros recursos limitados? Salvador Moncada sugiere que pudiéramos aspirar a construir una economía verde, basada en la explotación del tesoro biológico del trópico y en la producción y conservación del agua dulce que tendrá –inevitablemente- una elevada demanda mundial. ¿Qué se necesitaría para eso? ¿Nos atrevemos…?

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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Un comentario

  1. Claro que si Rodolfo. Sabías palabras, cuando la construcción de un futuro, en estas épocas de «crisis» se pueden convertir en «visagras» para que gire la historia hacia donde la querramos girar. Siempre será un avatar, que como toda metamorfosis será un proceso que habrá que evolutivamente iniciar. Los cambios no se producen si no hay una voluntad que los promueva y en ese otro sentido, será también necesaria una «deidad» que nos conduzca… puede ser una/o o varias/os, pero como decía Mariattegui: sólo los pueblos capaces de creer en mitos multitudinarios, son capaces de grandes hazañas.