Por: William R. Rhodes y Stuart P.M. Mackintosh
Portada: Marcia Perdomo
WASHINGTON, DC – En noviembre de 2024, el consenso entre los economistas era claro. Estados Unidos se encontraba a la cabeza de todas las demás economías avanzadas, una tendencia que se reflejaba en un crecimiento robusto, flujos elevados de inversión, una fuerte productividad, un mercado laboral ajustado con salarios en alza y una inflación que se iba moderando. Las perspectivas para 2025 eran brillantes.
Ahora ya no. Las probabilidades de recesión se han acortado, la confianza de los consumidores y de las empresas está cayendo, y los mercados bursátiles y de bonos están sumidos en el caos. Los aranceles del “Día de la Liberación” del presidente Donald Trump contra todos los socios comerciales de Estados Unidos -y la dudosa fórmula detrás de la política- han sumido en un letargo a los espíritus animales de Estados Unidos.
Las reacciones de los mercados bursátiles y del Tesoro fueron tan negativas que Trump no tardó en ceder, anunciando una pausa de 90 días en la mayoría de los nuevos gravámenes a la importación un día después de su entrada en vigor. Pero su administración ha mantenido una tasa general del 10% y ha aumentado el impuesto sobre las importaciones procedentes de China al 145%. Si bien los mercados se han recuperado ligeramente, podrían volver a verse afectados fácilmente. La incertidumbre y la volatilidad siguen siendo muy altas, porque nadie sabe qué esperar.
Sin embargo, existen analogías con la situación de Estados Unidos. La Gran Bretaña posterior al Brexit muestra adónde puede conducir ese nacionalismo fiscal y económico, y las lecciones son aleccionadoras. En 2016, una estrecha mayoría de votantes británicos abrazó el nacionalismo económico y decidió abandonar la Unión Europea. Como resultado de ello, el comercio del Reino Unido con sus aliados y socios más cercanos se ha vuelto más costoso, más complejo y menos rentable. El crecimiento económico se ha desacelerado, los salarios están estancados y los ingresos públicos han disminuido. Aunque los sucesivos primeros ministros -desde Boris Johnson a Liz Truss y Rishi Sunak– prometieron una utopía económica, la realidad ha sido una dura elección tras otra. La “Gran Bretaña global” de los defensores del Brexit es una Gran Bretaña más pequeña, más débil y más pobre.
La administración Trump está cometiendo errores similares. Recortar el gasto en investigación científica básica, salud, tecnologías climáticas y educación -todo por consejo del hombre más rico del mundo- solo puede acabar en lágrimas. Las reducciones indiscriminadas de personal en el Servicio de Impuestos Internos ya pueden costarle a Estados Unidos 500.000 millones de dólares en ingresos fiscales no percibidos en 2025, lo que supera con creces el supuesto ahorro producido por el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk.
Del mismo modo, lanzar una guerra comercial contra Canadá, México, China, la Unión Europea y gran parte del resto del mundo hará que se encarezcan los bienes de consumo norteamericanos y los insumos para los fabricantes estadounidenses, disparando la inflación e impidiendo el crecimiento. Los índices de incertidumbre económica están en niveles récord, porque las empresas no saben a quién castigará Trump la próxima vez y no pueden planificar.
Es ilusorio pensar que esta Casa Blanca ideará una política comercial y arancelaria viable (mucho menos sensata) durante la pausa de 90 días de Trump. Los líderes empresariales y parlamentarios deben darse cuenta de que no hay estrategia ni Plan B. Trump dice que está abierto a cerrar acuerdos con 90 países en 90 días, pero hay pocas negociaciones en marcha, o ninguna.
El Reino Unido intentó entablar conversaciones, pero fue rechazado, cosa que también está sucediendo con otros países. Las acciones de la administración Trump no se corresponden con sus garantías públicas. De hecho, ni siquiera cuenta con el personal necesario para llevar a cabo decenas de negociaciones detalladas simultáneamente; demasiados de esos empleados esenciales han sido despedidos o se han visto obligados a jubilarse. En el punto álgido de las negociaciones comerciales globales hace 20 años, Estados Unidos negociaba con cinco o seis contrapartes como máximo (además de la Organización Mundial del Comercio).
¿Dónde deja esto a Estados Unidos y al mundo? No hay ninguna posibilidad de frenar el desorden y la destrucción a menos que el Congreso estadounidense, controlado por los republicanos, reclame su autoridad constitucional sobre la política comercial. Los presidentes anteriores tuvieron que obtener la aprobación del Congreso para negociar acuerdos comerciales por la “vía rápida” -un proceso que no siempre fue fácil pero que funcionó.
Estados Unidos necesita retomar urgentemente esta estrategia. El primer paso es sancionar leyes que reafirmen el control del Congreso sobre los aranceles. Algunos senadores todavía tienen agallas. El senador demócrata Ron Wyden, de Oregon, y el senador republicano Rand Paul, de Kentucky, presentaron una resolución para poner fin a la “emergencia comercial” de Trump. Sin embargo, con solo tres republicanos uniéndose a los demócratas para apoyar la medida, la resolución fracasó en una votación de 49 a 49. Más legisladores republicanos deben cambiar su postura en materia de política comercial para recuperar el control.
Con pocos o ningún acuerdo sobre la mesa y sin Plan B, el Congreso -bajo la creciente presión de los votantes, las empresas y los donantes- se verá obligado a actuar en tanto la pausa de 90 días de Trump se vaya acercando a su fin. De lo contrario, las alzas masivas de impuestos (eso es lo que son los aranceles) a las empresas y hogares estadounidenses, una escalada de precios y una recesión se tornarán inevitables.
Incluso si el Congreso actúa a tiempo, se avecina un nuevo período de incertidumbre geopolítica y económica. La guerra comercial con China probablemente continuará, y las alianzas de Estados Unidos están muy tensas, algunas de ellas dañadas de manera permanente. La Pax Americana ha terminado. En apenas tres meses, Trump ha dado paso a una era más volátil, impredecible y peligrosa que cualquier otra que el mundo haya conocido desde la Segunda Guerra Mundial.
William R. Rhodes, ex CEO de Citibank, es presidente y CEO de William R. Rhodes Global Advisors. Stuart P.M. Mackintosh es director ejecutivo del Grupo de los Treinta.
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