Nuestros hijos: ¿Por qué no paran quietos?

Por: Redacción CRITERIO

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Salta, corre, llama la atención y deja a sus padres agotados. ¿Hasta qué punto es normal tanta actividad? ¿Estamos abusando de la etiqueta de niño hiperactivo?
Es normal que un niño de tres o cuatro años sea activo, impulsivo y disperso. A partir de los cinco o seis años suele reducirse esa fogosidad y aumenta la capacidad de concentración. ¿Pero qué ocurre cuando no sucede así? ¿Por qué parece que ahora hay más niños hiperactivos que en el pasado?

Los niños actuales son hiperactivos porque vivimos en una sociedad acelerada, en la que llevan un ritmo de vida apresurado, están híper-estimulados (televisión, internet, videojuegos…) y en la que muchos padres, agotados también por el ritmo que llevan, no les ponen los límites adecuados.

Nuestros hijos necesitan tiempo y palabras para entender qué les pasa. Lo que hay que hacer con un niño muy nervioso es preguntarle qué le ocurre y estar decidido a escucharle. Cuando necesita ayuda, lo mejor que se puede hacer es ir al psicólogo clínico o al psicoanalista y no medicarle.

Como afirma el psicoanalista Joseph Knobel, el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) no existe y muchos profesionales de la salud mental estamos de acuerdo con él. Más bien, se trata de un síntoma que delata un conflicto psíquico. Hay que ayudarle a poner palabras a su inquietud.

Marta ha cumplido siete años y no se está quieta. En clase es incapaz de concentrarse y en casa no para de hacer trastadas. La pequeña tiene dentro de sí un volcán de conflictos que la desbordan.

En el último año se ha enfrentado al nacimiento de su hermano y la muerte de su abuela, a la que estaba muy unida. Los sentimientos agresivos hacia un bebé que le ha robado el protagonismo, unidos a la incomprensión por la desaparición de su abuela y el sentimiento de abandono, promueven en la niña una inquietud muy alta.

Sus padres deciden llevarla a una psicoanalista. En este espacio terapéutico, la niña comienza a entender y dominar su mundo psíquico. Por su parte, los progenitores de la pequeña también estaban desbordados.

La madre, sobrecargada con el bebé y el luto por la pérdida de su propia progenitora, no tiene energía para contener a la niña. Marta, inconscientemente, intenta con su actitud no solo reclamar atención, sino sacar a su madre de la depresión obligándola a mirarla y a actuar.

Un niño puede ser demasiado activo por diferentes motivos. El principal es la falta de límites. Pero puede haber otros, como que esté sufriendo alguna forma de acoso escolar. O que la madre (o la persona que realice la función materna) esté deprimida (el menor necesita moverse para ponerla a ella en movimiento).

La angustia y la ansiedad se liberan u ocultan con una actividad excesiva. Ante la imposibilidad de elaborar psicológicamente lo que le sucede, el niño trata de descargar la ansiedad moviéndose. Este síntoma le sirve para lanzar una llamada de ayuda. El pequeño evita pensar en sí mismo y plantearse sus sentimientos porque todavía no tiene medios para entenderse.

Todo lo que siente se proyecta hacia el exterior, como si la acción fuera un calmante y un anestésico para la mente, una manera de ahogar los complejos, un medio de olvidarse de que es demasiado pequeño o demasiado gordo, de que sus padres discuten a menudo, de que su hermano le hace desaires…

¿Dan cuenta estos niños hiperactivos, con sus síntomas, de algunos problemas de nuestros días, tales como padres desbordados o deprimidos, docentes superados por las circunstancias y un mundo donde la palabra pierde valor y las normas están confusas?

Evitar errores

La mayor parte de los niños hasta los seis u ocho años son activos, no hiperactivos. Con el tiempo se calman y aprenden a expresarse de otra forma. Hay que tener paciencia. Y evitar etiquetarles.

No hay que forzar al niño a que se calme, en algunos niños la quietud es una fuente considerable de angustia.

Restringir el movimiento agrava el problema. Conviene enviarle a su habitación, donde pueda llevar a cabo una actividad que le sirva para desahogarse.

Qué podemos hacer

Ayudarle a comprender, según la edad, que su agitación es la consecuencia de una tensión o una dificultad no resuelta. Hay que animarle a que exprese lo que le molesta.

Escuchar sus preguntas y contestar siempre. Si el niño no habla, son los padres los que tienen que animarle a expresar sus dudas.

Las actividades deportivas le ofrecen la oportunidad de relajarse, pero también de estructurarse. Conviene que haga ejercicio.

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