Por: Pedro Morazán
«La guerra es mala porque genera más personas malas de las que elimina.»
Immanuel Kant, «A la paz eterna»
¿Cuál sería la opinión de Immanuel Kant sobre la Inteligencia Artificial? ¿Qué habría dicho él sobre la obligación de vacunarse contra el COVID19? ¿Qué opinión le merecería la guerra del Medio Oriente o la invasión de los rusos a Ucrania? Hace 300 años, el 22 de abril de 1724, fue “arrojado al mundo” el filósofo Immanuel Kant en la ciudad alemana de Königsberg, hoy un enclave ruso que lleva el nombre de Kaliningrado. Kant nació en cuna muy pobre, su padre era un artesano de magros ingresos y su madre una ama de casa de buen corazón nacida Nuremberg. Mundialmente se le conoce como “El Filósofo de la Ilustración”. Lo que está fuera de toda duda, es que con su “revolución copernicana” en la filosofía, Kant sigue siendo considerado uno de los grandes titanes del pensamiento universal. La influencia de Kant tanto en la epistemología, entendida como la relación entre filosofía y ciencia, como en la ética, está fuera de toda discusión. Ateniéndonos al famoso dicho de que “todo texto sin contexto, es un pretexto”, empezaremos con algunas palabras introductorias sobre su biografía.
La vida ordenada de Kant
Una de las biografías magistrales sobre el “elegante Maestro” de Königsberg, la escribió hace algunos años el Profesor Manfred Kühn, quien intenta combinar la obra de Kant, con aspectos esenciales de su vida y, sobre todo, con el convulso contexto histórico en el que la misma se desarrolló. La imagen que aun conservamos de Kant, como la de una persona muy meticulosa, que se levantaba puntualmente a las 5:30 de la mañana, viviendo una vida al ritmo del reloj, podría ser colocada en el ámbito de las leyendas, que tanto nos cautivan a los humanos, si no tuviera algo de veracidad. “Kant no tenía ni vida ni historia”, había escrito ya Heinrich Heine, lo que, al parecer, era una exageración del gran poeta. De lo que, si existen datos comprobados, es de que Kant tuvo una vida activa e influyente ya desde su juventud y de que, a pesar de que nunca abandonó su lugar natal, influyó enormemente el pensamiento de su tiempo.
Ya desde muy joven, puso en evidencia los dotes de gran inteligencia identificados tempranamente por su madre. “Todo parece indicar que, como lo admite Cassirer en su fascinante biografía, la imagen de la madre se grabó en su espíritu con rasgos más profundos que la figura del padre”. Fue ella quien, con la ayuda del teólogo y predicador Franz Albert Schultz, logró conseguirle una beca para el Collegium Fridericianum a donde ingresó a la tierna edad de ocho años. A pesar de que el plan de estudios de dicho Colegio estaba plagado de la práctica pietista de rezos y ejercicios piadosos, sermones y actos de catequesis, el joven Kant logró con su espíritu crítico, ya desde entonces, deslindar el sentido ético de la religión, de los ritos que la deforman.
Después de completar sus estudios, se ganó la vida como maestro particular de jóvenes y niños más adinerados. Este joven de origen humilde y, de hecho, muy pobre, logró el éxito debido a su propensión al estoicismo. Una de sus “máximas” consistía en mantener su independencia económica, para asegurar con ello su independencia espiritual. Le gustaba, sin embargo, jugar al billar e incluso al póquer. Según palabras de su admirador y alumno Gottfried Herder, Kant tenía un carácter alegre y entretenido. Al parecer pensó dos veces en casarse, pero el amigo Kant era medio lento. Ante su indecisión, una de las mujeres se mudó lejos de la ciudad y la segunda se casó con otro hombre de decisión más rápida. La mujer ideal hubiese sido la culta y refinada condesa de Keyserlingk, quien lo invitó frecuentemente a cenar. Se la pasaron cenando y charlando durante unos treinta años.
Su cercanía con el Profesor Martin Knutzen le permitió conocer los disruptivos cambios de la ciencia europea de aquellos tiempos. Fue Knutzen el primero que puso en sus manos las obras de Newton, quien sería para Kant la personificación de la ciencia. Asistió ininterrumpidamente a las clases de Knutzen sobre filosofía y matemáticas, las que le abrieron un nuevo mundo de conocimientos, que le había sido vedado en su formación pietista de la juventud. Kant fue “testigo presencial” de la legendaria polémica entre el enfoque “metafísico” de Leibnitz y el “matemático” de Newton sobre la “medida de la fuerza”.
Vale la pena mencionar la Revolución Francesa de 1789 como u acontecimiento histórico que fue apoyado con entusiasmo por un Kant ya maduro y consagrado como filósofo de renombre europeo. Los principios de libertad, igualdad y fraternidad no hacían más que confirmar las ideas ya formuladas por el filósofo Kant en sus trabajos bajo el título “Que es la ilustración” o en su “Filosofía de la Historia”. Algunos años más tarde en 1796 Kant dejó de dar clases por motivos de salud, y sus fuerzas físicas y mentales se fueron apagando irremediablemente hasta su muerte en 1804.
La crítica de la razón pura
Muy pocos pensadores llegaron a crear lo que se define como un “Sistema filosófico”, Kant fue uno de esos pocos. En su obra máxima “La crítica de la razón pura”, Kant reformula en 1781, tres de las cuatro preguntas que ya había puesto en el centro de sus reflexiones unos 15 años antes: 1) ¿Qué puedo conocer?; 2) ¿Qué debo hacer?; 3) ¿Qué puedo esperar? y 4) ¿Qué es el hombre? La respuesta a la primera pregunta la da la metafísica. La de la segunda, la Ética, para la tercera es la religión la fuente de la respuesta y por último, es la antropología la que se encargará de dar respuesta a la cuarta pregunta.
En los tiempos modernos hablamos de la “Teoría del conocimiento” y no de la metafísica para dar respuesta a la primera pregunta kantiana. En esa dirección nos vemos continuamente confrontados con la pregunta en torno a la verdad y su relación con la realidad. Todo estudiante universitario que tenga que preparar un trabajo de investigación o una tesis de maestría, se verá obligado a responder a dicha pregunta en lo que muchos denominan el marco epistemológico y el correspondiente método de la investigación.
A diferencia de nuestros estudiantes, Kant se propuso llegar a la raíz última de dicha pregunta haciendo una crítica a las dos corrientes filosóficas en pugna de su tiempo: El racionalismo, representado especialmente por el filósofo francés René Descartes y su “cogito ergo sum” y el empirismo, cuyo máximo representante era el famoso filósofo escocés David Hume. A pesar de haber sido en sus inicios un fervoroso admirador de Descartes, Kant empezó a cuestionar su dogmatismo racionalista, después de leer la obra de Hume, aun y cuando no compartía sus conclusiones. En su «Critica de la razón pura», Kant desarrolla un tercer camino, una especie de síntesis de ambas corrientes filosóficas, que se conoce como la “metafísica trascendental”.
Es bien sabido que esta obra de Kant no es nada fácil. Tan es así que, en el momento de su aparición, incluso los eruditos contemporaneos y admiradores del filósofo mostraron un cierto rechazo de la misma. Para Moses Mendelsohn la obra constituía un “trabajo agotador”, mientras que para otros no era más que un trabajo oscuro e incomprensible. Esto puso muy triste al filósofo de Königsberg que se vio obligado unos años más tarde a elaborar una versión más “digerible”, acompañada de un prólogo (“Prolegómenos”) que se ha vuelto tan famoso como la obra misma. Con la nueva versión Immanuel Kant logró su consagración como el filósofo más destacado de su tiempo. Baste decir que el Profesor Kühn, ya mencionado más arriba, es miembro de la muy cotizada “Sociedad Kantiana de Norteamérica«. No es pues de extrañarse que también en Alemania exista la “Kant-Gesellschaft” y que este año tengamos la suerte de asistir a innumerables eventos en torno al legado de Kant también en Berlin, ciudad a la que fueron trasladadas las festividades, dado que Königsberg es hoy en día más importante como arsenal de armás atómicas que de armas filosóficas. Lamentablemente.
No tenemos aquí ni el espacio, ni el tiempo suficiente para resumir esta magna obra de la filosofía universal. Quizás solo valga la pena mencionar, a manera de ejemplo, que para Kant existen un total de 12 categorías, divididas en cuatro grupos, a la hora de elaborar juicios. Los grupos son: cantidad, cualidad, relación y modalidad. Kant se valió del análisis de su sistema de categorías, para poder encontrar el camino que lo llevaría a emular, tanto a racionalistas (dogmáticos), como a empiristas (escépticos). Para ello, Kant distingue dos tipos de juicios: Los analíticos, que no aportan conocimiento adicional (“Un triángulo tiene tres ángulos”) y los sintéticos que si aportan algo nuevo en el predicado (“Mi hermana es la de cabello negro”). Los juicios analíticos solo pueden ser analizados a priori. La gran contribución de Kant, entre muchas otras, fue la de distinguir la existencia de juicios sintéticos a priori a parte de los juicios sintéticos a posteriori. Un ejemplo: “La recta es la distancia más corta entre dos puntos”, es un juicio sintético a priori, en vista de que no es necesario recurrir a la experiencia para comprobarlo. Esto ha tenido implicaciones sustanciales para el desarrollo de la ciencia.
La crítica de la razón práctica
El amigo Kant no solamente era profundo, sino también muy preciso. Por eso resulta muy difícil tratar de asumir sus categorías sin caer en interpretaciones contradictorias. La respuesta a su segunda pregunta (¿Qué debo hacer?) se resume en lo que podríamos llamar una “teoría de la moral” formulada de manera magistral en su obra “La crítica de la razón práctica”. Los pasos más importantes los había dado ya en los “Fundamentos de la metafísica de las costumbres” donde ofrece una introducción sobre su legendario “imperativo categórico”: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal». El imperativo categórico se diferencia del “imperativo hipotético”. “No matarás” es un imperativo categórico, mientras que “Si quieres tener dientes sanos, debes lavarte los dientes”, es un imperativo hipotético.
El tema de la moral kantiana es también sumamente complejo. Estas líneas solo pueden servir, por ello, como una invitación a ocuparse del mismo. A criterio de Kant no es la alegría, sino el deber el fundamento moral y el motivo de la acción. La persona que hace una donación por simpatía, no es más moral que aquella que lo hace por obligación. Esto es así, siempre y cuando la persona que actúa por deber lo haga también a partir de una autonomía de su voluntad, basada en la razón. El respeto a la ley solamente es moralmente bueno si es producto del libre albedrio. Esto es también válido para lo contrario, la maldad solo es imputable, cuando el perpetrador es responsable de sus actos.
En mi opinión, Kant sigue teniendo mucha actualidad y por ello vale la pena ocuparse de él. Quizás la lectura de una de sus innumerables biografías sea de hecho suficiente. La de Cassirer, mencionada más arriba, tiene el mérito de introducirnos en su obra, aunque haya sido escrita ya hace más de cien años. Existen innumerables ensayos que se ocupan de los retos actuales de la humanidad desde una perspectiva kantiana. Aunque parezca improbable, las preguntas formuladas al inicio de este artículo, requieren de las reflexiones de Kant y sus categorías para ser respondidas de manera más sólida.
Referencias
Kant, I. (1883). Crítica de la razón pura, https://www.cervantesvirtual.com/obra/critica-de-la-razon-pura–texto-de-las-dos-ediciones/
Kant, I (1788). Crítica de la razón práctica.
Cassirer, E. (1918). Kant, vida y doctrina, FCE, Breviarios.
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Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas