Por: Efraín Bu Figueroa
Hace un año tomó posesión la ahora presidenta Xiomara Castro Sarmiento, después de un histórico y demoledor triunfo electoral, que se concreto a través de una alianza entre el Partido LIBRE y el PSH. Es difícil establecer con precisión qué tanto favoreció la votación del PSH al triunfo, pues se conocía desde varias semanas antes de las elecciones generales, y previo a que se produjera la alianza, que las encuestas ya favorecían al partido LIBRE.
Por otro lado, el bajo número de diputados que obtuvo el PSH, reflejó el poco entusiasmo de la población por la propuesta de ese partido. Hoy esa alianza está casi disuelta, más por inmadurez política que por diferencias cualitativas.
La llegada de Xiomara al poder formal, debutó con una crisis en el Congreso Nacional, producto de un mal manejo de LIBRE en sus juegos políticos –que venían dándose desde semanas previas- para conformar la directiva del Poder Legislativo, lo que terminó en una fractura de la bancada del Partido, situación de la que pretendieron aprovecharse grupos de poder y el Partido Nacional, para continuar manteniendo el control de la cámara y la futura Corte Suprema de Justicia, además, neutralizar el plan de gobierno progresista de la alianza. Al final de la jornada, el pueblo, que le dio el triunfo a la Alianza, se encargó de resolver la situación legitimando la directiva del congreso, presidida por Luis Redondo.
La presidenta se encontró un país fuertemente endeudado interna e internacionalmente, contratos leoninos amarrados, centenares de funcionarios públicos con acuerdos de nombramiento de ultima hora, funcionarios de confianza recibiendo ilegítimamente prestaciones millonarias.
Como en su momento lo manifestó la ministra de finanzas, se recibió un país quebrado, con sus arcas vacías, y millones de sus fondos en cuestionados fideicomisos en la banca privada.
Paralelamente, se encontró al país etiquetado internacionalmente como un narcoestado, desprestigiado por los extensos y profundos vínculos del gobierno nacionalista con el narcotráfico y un historial de corrupción generalizada en instituciones estatales nunca visto. Ello reflejaba un masivo saqueo a lo largo de doce años de dictadura.
Tocó a la presidenta Castro, la tarea de limpiar la casa de la podredumbre heredada, tarea aun no concluida, que tomará años para desprenderse de ella. No obstante, la hecatombe encontrada, la presidenta ha ido cumpliendo sus promesas de campaña. Una de las acciones de impacto han sido los notables avances para traer la CICIH a nuestro país en el marco de la política del combate a la corrupción, los subsidios a la energía, la derogatoria de las leyes que favorecen impunidad y la recuperación de la soberanía nacional en el tema de las ZEDE.
En el transcurso del año, han sido evidentes los ataques sistemáticos a través de conocidos medios de prensa, de los desplazados del poder, que se han aglutinado con acciones para provocar ingobernabilidad, pretendiendo reproducir los acontecimientos que provocaron el golpe de estado del 28 de junio del 2009. Afortunadamente, el pueblo hondureño ha evolucionado desde aquel año y la tarea para los instigadores de turno no será fácil.
Para el gobierno de la presidenta Castro, los próximos tres años serán escabrosos, no solo por los retos económicos y sociales; la constante conspiración local a la que se enfrenta, sino también por la situación internacional producto de la guerra económico-militar OTAN-Rusia, que quiérase o no, incide en nuestra realidad afectando los planes de gobierno.
Esas dificultades las podrá superar la presidenta con una realista y sabia visión estratégica del desarrollo, la cohesión partidaria de LIBRE, particularmente de su bancada en el Congreso y la disposición del pueblo para apoyar a su gobierno cuando las circunstancias lo exijan.