Por Kevin Watkins
LONDRES – En 2015, el entonces primer ministro británico, David Cameron, se presentó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y desafió a otros países donantes a seguir el ejemplo del Reino Unido y respaldar los recién creados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para erradicar la pobreza con el dinero de su ayuda. “No solo acabamos de alcanzar el objetivo de ayuda de las Naciones Unidas del 0,7% del INB, sino que lo hemos consagrado en ley”, declaró.
Eso era entonces. Como heredero de un consenso bipartidista extraordinario forjado bajo el gobierno laborista posterior a 1997, el gobierno conservador de Cameron había convertido a Gran Bretaña en el donante de ayuda más generoso del G7, y en uno de los cuatro países en cumplir el objetivo del 0,7% de ayuda. Ahora, un gobierno laborista ha destrozado lo que quedaba de ese consenso, se ha sumado a un ataque global contra la ayuda y ha establecido un rumbo que dejará al Reino Unido entre los países menos generosos del mundo.
El hecho de que un gobierno británico liderado por el Partido Laborista, con su larga tradición de internacionalismo y solidaridad, prácticamente haya abandonado su papel de liderazgo en una cuestión codificada en su ADN ilustra las fuerzas políticas que dan forma a un nuevo orden mundial, en particular la visión del presidente estadounidense, Donald Trump, de la cooperación internacional como un juego de suma cero jugado por perdedores. Pero también desafía a los defensores del desarrollo en el Reino Unido a centrarse en estrategias dirigidas a minimizar el daño y reconstruir los argumentos a favor de la ayuda.
El primer ministro británico, Keir Starmer, anunció la decisión de recortar la ayuda exterior y canalizar el ahorro hacia un presupuesto de defensa ampliado antes de una reunión con Trump. El presupuesto de ayuda se reducirá del 0,5% al 0,3% del INB -el nivel más bajo desde finales de los años 1990-. Tras eliminar aproximadamente una cuarta parte de la ayuda oficial al desarrollo que el Reino Unido destina a los refugiados, Gran Bretaña pasará del noveno al vigésimo segundo puesto en la clasificación de la AOD de los países como porcentaje del INB.
Aunque ha habido oposición a los recortes de la ayuda, lo cierto es que se ha arraigado un nuevo consenso. La líder conservadora Kemi Badenoch aplaudió la decisión de convertir la AOD en gasto de defensa. El programa electoral del partido de extrema derecha Reform UK pedía que el presupuesto de ayuda se redujera a la mitad. Cuando Jenny Chapman, ministra británica de Desarrollo, dictó la sentencia de muerte de la AOD, declaró ante una comisión parlamentaria en mayo que “los días de considerar al gobierno del Reino Unido como una organización benéfica global han terminado”. Alrededor de dos tercios de los británicos, incluida la mayoría de los partidarios laboristas, apoyan el aumento del gasto en defensa a expensas de la ayuda exterior.
El Reino Unido no es el único. La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que representaba más del 40% de toda la ayuda humanitaria en 2024, ha sido desmantelada. En Alemania, segundo donante mundial, el nuevo gobierno del canciller Friedrich Merz reducirá un presupuesto de ayuda ya mermado. Francia está a punto de recortar la AOD en un 40%, mientras que el recientemente colapsado gobierno de derecha de Países Bajos, miembro de larga data del club del 0,7%, ha reducido el gasto en ayuda en más de dos tercios.
El costo humano de los recortes ya está empezando a aflorar. La demolición de USAID ha dejado a niños con desnutrición aguda sin alimentos, a pacientes de VIH/SIDA sin medicamentos antirretrovirales y a las clínicas imposibilitadas de tratar enfermedades mortales como la malaria infantil. Según un estudio reciente, la suspensión de la ayuda por parte de Trump podría provocar 14 millones de muertes adicionales, entre ellas las de 4,5 millones de niños menores de cinco años, para 2030. Los recortes del Reino Unido y otros donantes se sumarán inevitablemente a estos costos humanos. Un sistema de ayuda humanitaria que ya estaba crónicamente subfinanciado y que ahora enfrenta amenazas de hambruna y emergencias alimentarias desde Sudán hasta Gaza y el Sahel ha sido llevado al borde del colapso: solo está financiado menos del 10% del llamamiento de las Naciones Unidas para 2025.
Las corrientes políticas que alimentan el ataque a la ayuda varían de un país a otro. En Estados Unidos, una fuerza impulsora ha sido el antimultilateralismo nihilista. En Europa, las presiones fiscales han interactuado con los discursos populistas de derecha que vinculan la ayuda a la migración, la presión sobre los servicios públicos, el despilfarro y la corrupción.
Lo sorprendente en el caso británico es la rapidez con la que se desmoronó el consenso sobre la ayuda. Ese consenso fue forjado sobre todo por Gordon Brown, primero como canciller y luego como primer ministro. Fue bajo el liderazgo de Brown cuando el Reino Unido fijó el objetivo de ayuda del 0,7%, apoyó el desarrollo de fondos globales para la salud -Gavi, la Alianza para las Vacunas y el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria- y lideró los esfuerzos para aliviar la deuda de África.
Después de 2010, cuando el ministro de Hacienda del gobierno conservador, George Osborne, lanzó una serie de presupuestos de austeridad que recortaban los servicios públicos y el gasto social, el presupuesto de ayuda quedó fuera de juego. A la vez que supervisaba un aumento de la pobreza infantil en el Reino Unido, Cameron copresidió el comité de las Naciones Unidas que produjo los ODS y la promesa de “no dejar a nadie atrás”.
Las grietas empezaron a aparecer durante el mandato de Boris Johnson. Tras tomar la decisión desacertada de fusionar el Departamento de Desarrollo Internacional con el Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth, Johnson redujo “temporalmente” la ayuda exterior al 0,5% del INB, alegando la crisis del COVID-19. Starmer ahora invoca a las amenazas rusas a la seguridad para justificar mayores recortes.
Pero la afirmación de que no había alternativa carece de credibilidad. Tras prometer que no subirían los impuestos, los laboristas llegaron al poder con una camisa de fuerza fiscal voluntaria y han tenido que hacer recortes evitables del gasto público. Pero diezmar el presupuesto de ayuda -algo que el ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy, define como un ejercicio de “realismo progresista”- también fue una muestra de oportunismo político. El escaso apoyo público a la ayuda, sumado al escepticismo sobre su eficacia, hizo de la AOD un blanco fácil.
Entonces, ¿qué se puede hacer para reconstruir un consenso sobre la ayuda? La primera prioridad es minimizar los daños. Mantener el compromiso del Reino Unido de aportar 1.900 millones de libras (2.600 millones de dólares) a la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial es fundamental porque cada dólar aportado puede apalancar entre 3 y 4 dólares de ayuda financiera para los países más pobres. El Reino Unido también podría sacar el máximo partido de un presupuesto de ayuda cada vez más reducido canalizando más ayuda humanitaria a través de actores locales, en lugar de las agencias burocráticas de las Naciones Unidas.
Aun así, hay que tomar decisiones difíciles. Hay razones de peso para proteger el gasto en programas que salvan vidas, como la nutrición infantil, las vacunas y el VIH/SIDA, y para minimizar los recortes en áreas en las que el Reino Unido es líder mundial, como la educación de las niñas y la protección social.
Incluso con un presupuesto de ayuda reducido, el Reino Unido podría ejercer un mayor liderazgo. Ahora que los costos del servicio de la deuda desplazan el gasto en servicios esenciales en muchos países de bajos ingresos, el gobierno de Starmer podría exigir un alivio integral de la deuda en la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre Financiación para el Desarrollo de este mes.
En última instancia, sin embargo, la defensa de la ayuda debe librarse y ganarse en una plaza pública cada vez más dominada por los populistas de derecha. Los líderes políticos del Reino Unido y de todo Occidente deben comunicar la dura verdad de que los retos globales como el cambio climático, la guerra y la pobreza requieren de una cooperación internacional. Y necesitan aprovechar las profundas reservas de generosidad, solidaridad y preocupación moral que definen el sentimiento público incluso en medio de nuestros tiempos difíciles.
Kevin Watkins, ex CEO de Save the Children UK, es profesor visitante en el Instituto Firoz Lalji para África de la London School of Economics.
-
Somos un medio de comunicación digital que recoge, investiga, procesa, analiza, transmite información de actualidad y profundiza en los hechos que el poder pretende ocultar, para orientar al público sobre los sucesos y fenómenos sociopolíticos de Honduras y del mundo. Ver todas las entradas