La batalla por la justicia

¿Qué nos pasa? La paradoja del nacionalismo y la dependencia en América Latina

Creemos en los procesos de integración y cooperación de Centroamérica y Mesoamérica. El futuro de Guatemala es inseparable del futuro de Centroamérica. El destino de Centroamérica influye en el curso del Continente.

Bernardo Arevalo

¿Qué nos pasa? Somos los mismos, cantamos con las mismas bellas melodías, aunque sean diferentes canciones, y entendemos que juntos seríamos mucho más fuertes que el mayor de nosotros y formidables, y que, por separado, somos muy débiles y casi risibles, casi todos. Cuando enfrentamos retos comunes, de crimen, corrupción y prepotencia internacional, tenemos las mismas necesidades y posibilidades complementarias. ¿Pero trabajamos muchas veces unos contra otros? ¿Nos prestamos a nosotros mismos a la suspicacia inducida para dividirnos? Sabemos que la integración de los mercados y la libertad de movimiento del capital y de personas es lo que, en todo tiempo y lugar, trajo prosperidad, pero nos cerramos frente al vecino, participamos de las grandes distorsiones que nos venden desde afuera a donde pueden acudir los nuestros y nos prestamos a ser tercero de otro. Comprendemos que políticamente somos vulnerables dentro y fuera. Que cuando a alguno nos amagan y aplican sanciones y medidas arbitrarias, nos amenazan y extorsionan a todos. ¿Cómo está eso de que por criterios políticos los EUA pueden confiscar las empresas y las reservas de otro país, en Londres? ¿Y los demás no vamos a decir nada, porque el castigado se habría portado mal? ¿Porque no siguió las reglas de otro juego? Desviamos la mirada. O culpamos a la víctima de la consecuencia.

Es reconfortante para todos que avance la ley internacional, que nadie escape bajo escudo de nacionalidad la infracción de las leyes universales. Pero no solo para beneficio de los poderosos. Por supuesto que hay que ser solidarios, y preocuparnos por los derechos democráticos frágiles de los socios -digo- viendo una foto de una electora de Iowa, evangelista radical, orando tensa con la cabeza inclinada, los ojos cerrados y los brazos alzados con manos abiertas suplicantes, vistiendo una sudadera con una divisa que reza Trump Salva a América.   No estaremos de acuerdo siempre con la forma en que se desenvuelve la vida politica en el vecindario; nadie debe olvidar que hay leyes internacionales suscritas, valores e ideales compartidos y leyes morales superiores. Pero que debemos respetar, y absolutamente, al estado-nación entre nosotros, que lo necesitamos, que tendrá que funcionar lo mejor que pueda por muchos años aún antes de que le encontremos sustituto. Que los estados soberanos se dan sus propias leyes internas, y que colindamos con sistemas de vasos comunicantes. Que tiene que operar -cada parte- en un sistema con reglas, las que hay que defender, porque siempre hay abusos, pero esas reglas tienen que ser consensuadas y congruentes con la autodeterminación. 

Y aunque algunos aquí también temen al pueblo, vacilan a la hora de concretar su derecho, le quieren poner límites arbitrarios y desde siempre hay una conspiración continua y permanente contra la democracia, la gran mayoría suscribe que la soberanía es del pueblo y preferimos vivir en un estado democrático, en donde la ciudadanía define sus preferencias por mayoría simple, la que está en el aire a cada paso, y entendemos que el pueblo manifiesta esas preferencias de muchas maneras, según su sentido de urgencia y necesidad, muchas veces en la calle y también regularmente, si puede, con el voto. Aunque el mismo pueblo sabe que hay mil trampas para el voto, que muchas veces las representaciones quedan cooptadas, entiende que hay grupos de poder que cooptan también las instituciones que se dicen democráticas, y ha experimentado que se puede equivocar eligiendo. Y por supuesto que los excesos y tiranías también pueden darse bajo capa de democracia, mayormente por la falta de educación política, de conciencia ciudadana, y porque prevalecen los sistemas de comunicación diseñados para manipular incautos. Pero al final del día, lo que importa es el comportamiento, el consenso, la capacidad de la sociedad para soportar y sobrellevar disensos sin turbulencias que es lo que la hace funcional y protege nuestras libertades en última instancia.

Necesitamos, para beneficio de nuestras poblaciones nacionales, jugar un papel en la comunidad internacional, un papel económico y político, dinámico y propositivo. Porque el nacionalismo (que no es, para nada, patriotismo, sino un desplazamiento) nos aísla entre nosotros y nos debilita hacia fuera, nos paraliza y limita en nuestro funcionamiento interno democrático y en nuestro alcance externo y por lo mismo, en nuestra negociación y búsqueda de soluciones, desarrollo de capacidad de respuesta y adaptación a circunstancias y problemas cambiantes.

Hay, asimismo, un nacionalismo económico, el proteccionismo, que pocas veces defiende el interés de las mayorías si no, casi siempre, el monopolio. También entendimos desde hace tiempo que la globalización es ineludible, como el viento, el cual hay que enjaezar a nuestro favor. Que después de asegurar los alimentos y los servicios básicos, hay que abrir el comercio, y darle acceso a los nuestros a la mejor mercadería al mejor precio, y sacar al mercado mundial ampliado los productos que demanda y tenemos alguna ventaja para producir con calidad y escala. Y que el tema es más bien cómo nos adaptamos mejor a esas demandas cambiantes y las hacemos valer, y cómo nos asociamos entre nosotros, en comunidades de productores y estados vecinos con intereses comunes, que puedan protegerse de poderes externos, ajenos y arbitrarios, públicos y privados, corporaciones irresponsables, mafias, filibusteros y pretendidos virreyes. Porque la mejor manera es mediante nuestra propia zona de integración en donde -además- pueden circular las personas libremente compensando los desequilibrios y las asimetrías.

Quizás los más conscientes de ese dilema de nacionalismo debilitante versus integración que fortalece somos los países que venimos de una comunidad dividida. Honduras, ciertamente al igual que los países vecinos en el istmo, que nos pertenecen a sus habitantes y ciudadanos, es un desprendimiento de la originaria nación centroamericana, que fue la jurisdicción colonial que se independizó de las potencias que antes tuvieran injerencia, una y otra vez en 1821 y de nuevo en 1824 definitivamente, aunque sin poder liberarse de otras redes y nudos centenarios, ni evitar gravitaciones posteriores que la preferían disociada. Y que en consecuencia se disolvió a mediados del siglo XIX, por la fuerza centrífuga de sus elites regionales y las compresiones externas; y nunca ha logrado reconstituirse después, pese a grandes esfuerzos en 1895, 1909, 1920.[1] Aunque sigue formando Centroamérica una unidad geográfica natural, constituye una región lingüística y busca integrarse -contra todas las dificultades- desde hace tres cuartos de siglo. Sin haber obtenido, para nada, el éxito esperado. Porque la integración centroamericana se inició formalmente con apoyo general, bastante antes de que se iniciara el proceso de integración de Europa. La cual avanzó pese a prejuicios ancestrales, avivados por grandes guerras recientes, pese a distancias y barreras geográficas diversas, distintas lenguas, y ha logrado hoy crear una comunidad funcional de naciones, con leyes compartidas, dispone de su propia asamblea, moneda y de mercados integrados, de aduanas y sistemas de migración mancomunados y libertad de movimiento. Mientras que en el istmo los puntos fronterizos son una pesadilla, no tenemos una asamblea vinculante, nos andamos amenazando con visas y la burocracia tecnocrática de nuestro sistema patina al avanzar, como si temiera perder el empleo. No encuentra secretario.

Peor, aún cuando consideramos el conjunto de América Latina, cuyo esfuerzo de generaciones para emprender distintos mecanismos de integración, incluso hoy, enfrenta vientos fuertes en contra de ese propósito; y la integración va de retroceso, aupada por populismos primarios, inconscientes de su trampa. ¿Qué pasa en América Latina que estamos tan lejos de integrarla, pese a los denominadores comunes de una lengua franca compartida, un mismo cristianismo sincrético, la misma manera de formar familias y hasta los mismos sones y pasos de danza, una cultura común, y una ubicación análoga de marginación neocolonial? ¿Qué nos sucede?

¿Por qué es tan difícil entender que el nacionalismo nos condena al subdesarrollo y a la dependencia y por eso, las potencias tantas veces apoyan a los nacionalistas, aunque exigen subordinación a su capital y comercio? Que la integración no exige en cambio ninguna renuncia al patriotismo, sino sólo entender la hermandad solidaria. ¿Acaso no es un juego de ganar-ganar, y nadie pierde con juntarnos? ¿Acaso -CELAC- no necesitamos una nueva doctrina compartida, que sume el compromiso de los latinoamericanos y caribeños con la soberanía, la democracia con sus derechos, la autodeterminación, la integración y la región?  Bienvenido el nuevo presidente de Guatemala a ese reto. Hay que integrarnos es un imperativo y hay que empezar con los que estén dispuestos.

Seúl, Corea de Sur, 16/01/2024


[1] Y los líderes del unionismo del istmo de 1824 (Morazán) y de 1885 (Justo Rufino Barrios), murieron por bala centroamericana sin intervenir las potencias extranjeras.  En 1909 y de 1920, los unionistas (José Santos Zelaya y Carlos Herrera Luna) fueron derrocados por exigencia y con el beneplácito de los EUA.

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