Los Reyes Desnudos

La huella de Evaristo López

Por: Roger Marín Neda

Hace casi tres años, dolido y temeroso porque la pandemia a todos nos arrebataba amigos y parientes, escribí el artículo “Cuando parten los amigos”, que comenta el verso “Partir es morir un poco”, del poeta Edmond Harancourt (Francia, 1856- 1941). El hermoso verso es casi un dicho de la sabiduría popular, pero, observé, “la vida junta las penas del que parte con las del que queda.” Muere un poco el que parte, y otro poco los que le ven partir.

La congoja del poeta, y su esperanza sutil, brotan en los versos finales del poema: “Y uno parte, y es un juego, / y hasta la postrera despedida, / uno deja, con el alma, / en cada adiós una huella.”

Tenía entonces en mente a mi familia, a mis amigos, como Evaristo López, amigo desde la escuela secundaria, quien partió el reciente sábado 20. No se lo llevó la pandemia, sino uno de esos infortunios provocados por una Medicina nacional que todavía no acaba de actualizarse.

Evaristo creció en una época en la que numerosas familias tenían negocios especializados, a los que padres e hijos dedicaban vida y trabajo: ebanistas, constructores, mecánicos de autos, electricistas, sastres, modistas, impresores. Evaristo trabajó dese niño en la imprenta de su padre, muy conocida en Tegucigalpa. Era frecuente en ciertos negocios familiares el producto refinado, que en ocasiones llegaba a obra de arte.

La Litografía López, siempre en el mismo barrio, una cuadra al Oeste del parque Finlay, sirvió durante décadas a una numerosa clientela pública y privada, que encargaba ahí sus formularios de papelería. Hasta que escritores, pintores, poetas y otros artistas fueron atraídos por la simpatía de Evaristo, a quien nadie negaba su amistad. Ahí, en ese empeño, con esas relaciones, encontró   el sentido de su vida: publicar libros de arte, de literatura, de ciencia, quehaceres que poco a poco interesaron a los lectores. Ahí también imprimió su huella, su obra editorial, a la que dedicó toda su vida. No tuvo más afanes que esa magna tarea y su familia.

Y ahí encontró además sus dificultades. Dedicado a imprimir los libros a cualquier costo, para clientes que como artistas no llevaban cuenta de sus finanzas, Evaristo perdía dinero, concedía generoso crédito, sin ser un cobrador eficiente. En el fondo, era más un artista que un impresor. Su pasión fue la fotografía, arte en el que desarrolló notable habilidad técnica y exquisita sensibilidad estética.

Las dificultades financieras de la empresa se agravaron con las reformas económicas del país en los años 90, más la irrupción acelerada de la informática y otras nuevas tecnologías, que modificaron el negocio radicalmente.

A cambio de entregar su vida en beneficio de la cultura nacional, de artistas, de escritores, de científicos y de intelectuales, Evaristo, confirmando la ingratitud histórica y social del país, no fue reconocido ni premiado. Sí disfrutó su obra extraordinaria, con humildad y sencillez, sin esperar prebendas, ni elogios, ni premios; sin quejas ni lamentos. Disfrutó su obra, ayudó cuanto pudo, estampó su huella en la cultura del país.

El amigo partió con la sencillez y la calma que le caracterizaron. Ya no es visible en el lienzo de la vida, pero un non finito de tenues pinceladas del pintor, insinúa la partida con las huellas de su trabajo.

El artículo citado concluye en que, “en su infinita malquerencia con la vida, la muerte no se lleva más que los despojos. No puede borrar las huellas del alma que dejamos en el postrer adiós, como canta el poeta a la última esperanza. Así es que perduramos. Así es que la vencemos.”

 Tegucigalpa, 24 de mayo, 2023.

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