Chile: El velo de la ignorancia

El lamento del inca

Por: Pedro Morazán

“Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?”

Pablo Neruda, “Canto General”

¿Como cruzar los ríos profundos?

Leyendo de nuevo “Los ríos profundos”, del escritor peruano José María Arguedas, retorné, con otros ojos, a esa realidad peruana cargada siempre de una violencia a veces borrosa e imprecisa y a veces palpable y evidente, como un bajo relieve resaltando geografías, hombres, mujeres y dioses en una explosión de colores, a veces concéntrica, a veces tan desordenada como las piedras de un mosaico.

Pedro Morazan: Literatura peruana indigenista

Esta vez lo hice después de hacer algunas incursiones ingenuas y obstinadas en los secretos del quechua, la fascinante lengua de los incas. Ya a mi edad, muy poco adhesivo llevan mis tejidos cerebrales para conservar en la mente nuevos vocablos y estructuras lingüísticas. Sin embargo, la motivación por incursionar en algo autóctono, ha sido más que justificada. Según las estadísticas el quechua es la lengua indigena más importante del continente y es hablada por más de ocho millones de personas.

José María Arguedas, es una de las grandes figuras olvidadas de la literatura del boom latinoamericano. Mientras Julio Cortázar lo definía como un autor provinciano, Vargas Llosa lo rehabilitaba como el máximo exponente de la literatura indigenista. Escribió sus novelas en español, pero su poesía fue matizada en quechua. En la hacienda de sus padres entabló contacto con el personal indígena, logrando aprender el quechua incluso antes que el castellano, su otra lengua materna. En 1966, Arguedas fue el primero en traducir el famoso manuscrito de Huarochirí del quechua al español.

“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua.” Después de una larga depresión, Arguedas se quitó la vida en diciembre de 1969. En “Los Ríos profundos”, el autor nos ofrece la riqueza lingüística de los huaynos en quechua. Creo que “Los ríos profundos” de Arguedas, una novela autobiográfica, deberían ser leídos como una invitación a entender al Perú como un crisol multicultural donde el alma indígena ocupa un lugar central y no subordinado.

Tres siglos antes, el Inca Garcilaso de la Vega escribía en Cusco «Los Comentarios Reales» mostrandonos, por primera vez, los hechos de los incas y su civilización, así como las guerras civiles entre los conquistadores. Muchos definen al Garcilazo de la Vega,  como «el primer mestizo cultural de América». Al igual que Arguedas el Inca Garcilaso vivió, en carne propia, la experiencia de la «multiculturalidad», no como algo externo o ajeno a él, sino como una dimensión constitutiva de su ser. Su obra es pues también, una descripción de su situación personal.

Los indígenas llamaban a su lengua “Runasimi” que significa “lengua de la gente común”. La designación «quechua» surge de los escritos del misionario español fray Domingo de Santo Tomás, que escribió un tratado sobre las lenguas del Reyno de Perú. Como bien se sabe el Imperio Inca abarcaba partes de los territorios de seis estados modernos de Sudamérica. Desde el sur de Colombia vía Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina hasta el centro de Chile, se extendió por más de 4000 Kilómetros de largo y 500 kilómetros de ancho. Este vasto imperio existió aproximadamente entre 1440 y 1525. Fue el período en que los los Incas tuvieron una expansión militar y política sin precedentes.

El Manuscrito de Huarochirí

A propósito de misionarios españoles en el Perú colonial. En un rincón polvoriento de la Biblioteca Real en Madrid permaneció inadvertido durante siglos, un manuscrito que llevaba el nombre de “Dioses y hombres de Huarochirí”. La primera persona que desempolvó dicho texto, con ojos llenos de curiosidad teutónica, fue el antropólogo alemán Hermann Trimborn. Lo primero que le llamó la atención al corpulento Trimborn, fue el hecho de que el texto estuviera escrito en quechua, lengua que él había aprendido a dominar a la perfección. Ni corto ni perezoso nuestro acucioso amigo lo tradujo y lo publicó en plena Segunda Guerra Mundial en 1939. Las bombas y los cañonazos de uno y otro bando hicieron desaparecer todos los escasos ejemplares publicados. Muchos años más tarde, José María Arguedas sería el primero en traducir esta obra de autor indígena desconocido para nosotros hasta el dia de hoy. Otro ejemplo de invisibilidad cultural.

El Manuscrito de Huarochirí nos ofrece historias fascinantes que seguramente son solo una parte de un más extenso universo mitológico precolombino. En el centro de dicha mitología están los “huacas” (wak’a, en quechua) que son una especie de dioses de piedra, o quizás mejor dicho una especie de piedras divinas, con poderes sobrenaturales. De hecho se designaba como huaca a todas las sacralidades fundamentales, como santuarios, tumbas o animales. La noción de familia en la cultura andina es más extendida que en la europea. La palabra quechua «ayllu» tiene un lugar central en la vida de la gente. Son una especie de clan, en el que varias familias y sus divinidades como el sol y la luna tienen un antepasado común proveniente de un territorio bien delimitado.

Entre los tantos huacas, resalta en el manuscrito uno que lleva el nombre de Cuniraya Viracocha. La leyenda cuenta que la hermosa huaca de nombre Curniraya procreó un hijo con el harapiento Viracocha. Al conocer la noticia por gestos de su hija, Curniraya se suicidó llevando a la niña con ella a las profundidades del mar. «’Por haber parido el hijo inmundo de un hombre despreciable, voy a desaparecer’, dijo, y diciendo, se arrojó al agua. Y allí hasta ahora, en ese profundo mar de Pachacamac se ven muy claro dos piedras en forma de gente que allí viven. Apenas cayeron al agua, ambas [madre e hija] se convirtieron en piedra.”

Un misionero español de nombre Francisco de Ávila, se encargo de transcribir los textos de una lengua que se solo conocía la tradición oral. ¿Cómo explicar lo enigmático de lo renacido? ¿De qué manera el estoicismo aureliano de los misioneros españoles pugnaba contra lo que para ellos era un hedonismo racional de la cultura indígena? Nadie puede negar que detrás de toda esta entelequia filosófica, los pueblos andinos ofrecieron siempre resistencia contra todos los intentos de reducción y extirpación colonialistas. Al parecer el manuscrito de Huarochirí le dio a Arguedas, sino la respuesta, por lo menos la inspiración para encontrar un sincretismo cultural. La lingüista Laura León-Lleres nos da una interesante pista sobre el origen y la lógica interna del manuscrito. Su interés se basa en descifrar la dinámica colonial (misionera) que se oculta en la estructura, el lenguaje y la narración del texto.

La reducción y el lamento

Hubo mucha violencia y mucha crueldad en la guerra colonial española contra los pueblos indígenas de Los Andes. El hecho de que los Incas hayan subyugado con su Tahuantinsuyo a otros pueblos, como los Chancas, antes de la llegada de los colonizadores no puede justificar la barbarie. Más allá de la violencia abierta de la reducción, es decir el confinamiento y la reubicación forzada de comunidades enteras a espacios geográficos cerrados, había también una violencia sutil, pero no por ello menos cruel: El confinamiento cultural, expresado en una delimitación de la lengua quechua o aimara no solamente a espacios geográficos definidos por el opresor, sino tambien a una reducción toponómica y cultural. Como bien lo apunta Laura Lleres, por medio del “traslado espacial de la voz a la escritura, lugar donde es posible el control colonial”, también la lengua es objeto de reducción colonial.  La intención era, al parecer la extirpación de idolatrías indígenas para sustituirlas tanto por la iconoclasia comno por la iconodulia cristianas. Esto hasta el sol de hoy, según el monje.

En el Perú de hoy las heridas de la reducción aun no han cicatrizado. Ya sea en “El mundo es ancho y ajeno” de Ciro Alegría en “Garabombo el invisible” de Manuel Scorza, está siempre presente el dilema multicultural de un Perú dominado por una élite criolla digna heredera de las estructuras coloniales. Por eso hay que leer tanto el “Abril Rojo” de Santiago Roncagliolo, como los “Cien cuyes” de Gustavo Rodríguez con la misma nostalgia que nos inspira el lamento del inca.

  • Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas
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