El reto de Bukele

¿Debe establecer Honduras relaciones comerciales con la República Popular de China?

Por: Rodil Rivera Rodil

 El viernes pasado participé como panelista en un foro organizado por el Movimiento Patria con igual título que este artículo. Mi exposición partió de la premisa de que entre los asistentes existía una opinión generalizada acerca de que tales vínculos son necesarios para Honduras, puesto que solo pueden traernos ventajas y prácticamente ninguna desventaja. Por lo que me centré en el principal obstáculo para las mismas que, a mi parecer, estriba en la oposición de los Estados Unidos a que Honduras dé este paso. Ya el nuevo canciller se pronunció al respecto declarando “que no son prioridad para Honduras”. Quizás debió haber esperado un poco.

Que nadie lo dude. Los problemas de Bukele con Estados Unidos se derivan, fundamentalmente, de haber emprendido relaciones con China. La diferencia entre las relaciones diplomáticas y las comerciales se ha vuelto de toral importancia para las dos potencias. Las primeras implican el rompimiento con Taiwán y, de alguna manera, facilitarán en algún momento a China la recuperación de su soberanía sobre ella, lo que los Estados Unidos tratan de impedir a toda costa. No han reparado, o no les importa, que esta postura sea históricamente injustificable y en el gran riesgo que entraña para la paz mundial

En el transcurso del citado evento de Patria, me percaté de que estaba en un error en cuanto al consenso sobre las relaciones diplomáticas con China, que yo daba por sentado. Que, aunque expresadas con discreción, es claro que existen dudas e inquietudes sobre el tema. Pero también me di cuenta que estas eran totalmente legítimas.

Es tan grande la proyección que está alcanzando la potencia asiática hacia el resto del mundo y, en particular, hacia América Latina, que debo aceptar que es menester sopesar cuidadosamente, tanto o más que la resolución, como tal, de iniciar relaciones con China, la forma en que deberá invertirse la ayuda que podríamos obtener. De ahí, este artículo para comentar muy brevemente este ángulo de la cuestión.

En efecto, la colaboración económica que China puede prestarnos es de tal magnitud que, en lugar de un sólido pilar para nuestro desarrollo, puede servir más bien para profundizar nuestros problemas de desigualdad y corrupción. Los recursos mal utilizados pueden acarrear graves perjuicios, tal como ocurrió con el petróleo en Venezuela, cuando en la segunda década del siglo XX descubrió que disponía de las mayores reservas de crudo pesado del mundo y las mayores de crudo liviano del hemisferio occidental, y comenzó su explotación a gran escala.

Fue tal el entusiasmo por el “oro negro”, como se lo calificó, que se decía que a Venezuela, literalmente, se le habían abierto las puertas de cielo en la misma tierra, y que, seguramente, Dios era venezolano. Pero no pasó mucho tiempo sin que sobreviniera la decepción, el discurso cambió, y en lugar de bendición, el petróleo pasó a ser una maldición. Los ingresos petroleros ascendieron a tales niveles que el resto de la economía se abandonó a su suerte. Sobrevino el llamado fenómeno de la “Enfermedad holandesa”, o sea, el que aparece cuando un producto incrementa sustancialmente los ingresos de un país y estos no se complementan con otros proporcionales de distintos sectores.

La agricultura, para el caso, dejó de significar un tercio de la economía y se desplomó a menos de una décima parte. En resumen, la producción de todo lo demás cayó estrepitosamente, excepto, no faltaba más, de la desigualdad y la corrupción. Esas sí subieron hasta tocar las puertas del cielo. Y así, erróneamente, se ha culpado al petróleo de los males que ha padecido Venezuela desde entonces, cuando la responsabilidad siempre fue toda del sistema que gestionó su producción y exportación.

La China Popular, para bien o para mal, no pregunta ni cuestiona el gobierno ni el sistema económico del país al que ayuda. Esa es su política, nos guste o no. Y hay que reconocerlo,  es parte del éxito de sus relaciones internacionales. Es la nación beneficiaria a quien toca decidir a dónde irá el dinero. Si para favorecer solamente a sus élites o para proyectos que generen empleo y un efecto multiplicador sobre la economía.

Debemos, pues, asimilar bien lo que significa la capacidad de China, la actual y la que llegará a tener en un próximo futuro para contribuir al desarrollo de los países pobres, mucho mayor que la que los Estados Unidos tuvieron jamás. Por lo que el aporte que podamos recibir de ella debe aplicarse principalmente a crear grandes polos de desarrollo, no a través de consorcios privados, sino de empresas estatales previamente despolitizadas o, con la debida prudencia, de capital mixto. Y para producir riqueza, pero no a la manera neoliberal, solo para los ricos, sino para reducir la desigualdad. Y tampoco, por supuesto, para construir estadios de fútbol.

Los logros de China obedecen, en lo esencial, y guardando todas las distancias, a que ha podido combinar el control férreo, pero a la vez, flexible, sobre la inversión privada con la propiedad estatal de los medios estratégicos de producción. La estatización de la economía había sido llevada al extremo durante el período bautizado como “Gran Salto Adelante” de la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, pero con los cambios introducidos más tarde por Den Xiao Ping esta fue reduciéndose, paulatinamente y de manera planificada, hasta estabilizarla desde hace cerca de veinte años en aproximadamente el 38 por ciento que representa en la actualidad,

Y contrario a lo que muchos piensan, el modelo económico atribuido a Den Xiao Ping no es propiamente de su autoría; su mayor impulsor, aunque con el acompañamiento del primero, fue el mismo Mao Zedong, que lo denominó “Nueva Democracia”, inspirado en el adoptado por Lenin para la Unión Soviética en 1921, llamado “Nueva Política Económica (NEP)”, que tuvo gran suceso y se mantuvo en vigencia hasta 1928 en que Stalin lo sustituyó con su primer plan quinquenal para volver al sistema de 1917.

La política de la Nueva Democracia se conservó hasta 1956 en que, bajo la influencia del general Lin Piao y otros dirigentes de la línea de ultra izquierda del partido comunista sobre Mao Zedong, ya anciano y debilitado, fue reemplazada por el mencionado Gran Salto Adelante. En palabras de un antiguo dirigente chino: “Se expropió todo a todos y la economía se planificó al 100%”. La actividad mercantil privada se prohibió y, como dato curioso, también la música clásica a la que se calificó de “burguesa”.

Veinte años después, Xiao Ping, luego de haber sido encarcelado y casi fusilado por los ultra izquierdistas, pudo recobrar el poder y en 1978 reimplantar la Nueva Democracia, ahora, ampliada y lista para ser llevada hasta sus últimas consecuencias, con el apelativo de “Socialismo con características Chinas”, con el extraordinario resultado que hoy tiene sorprendido al mundo. 

De otro lado, la pandemia ha hecho posible que los dirigentes políticos de casi todos los países, aunque a regañadientes, se hayan visto obligados a admitir el rol del Estado como crucial motor y regulador de la economía, que el neoliberalismo se había empeñado en desacreditar y minimizar a lo largo de los últimos cuarenta años.

Sin descuidar la urgencia de exportar lo más que podamos a China, para imprimirle un gran impulso a la economía requerimos de grandes obras de infraestructura, entre otras, de ferrocarriles de alta velocidad, incluyendo el interoceánico con el que tanto soñamos en el pasado, represas, puertos, centrales hidroeléctricas y de energía renovable, que tienen un mucho mayor y más rápido impacto en la economía. No hay desarrollo sin electricidad. Parodiando a un ilustre pensador, este solo se consigue con inclusión más electricidad.

De igual manera, reflexionemos, asimismo, en que en el mundo globalizado en que vivimos el desarrollo se puede buscar no solo sustituyendo importaciones sino potenciando al máximo el rubro de los servicios. El acelerado crecimiento de Panamá se ha conseguido, básicamente, con los servicios que genera su gran polo de desarrollo, el canal interoceánico. El 75% de su Producto Interno Bruto (PIB) se debe a los servicios financieros, turísticos y logísticos que presta a la comunidad mundial.

Y este podría ser el caso de toda Centroamérica, su ubicación geográfica depara una oportunidad única para este propósito. Si algún día volvemos a unirnos será por el empujón que nos dará convertirnos en una gran plataforma de servicios internacionales. No sin razón, el escritor y ex presidente de Guatemala, Juan José Arévalo, pedía renombrarla como “Itsmania”. En fin, que el apoyo de grandes proporciones que se puede recibir de China puede ahorrarnos mucho del tiempo que consumen las tradicionales etapas del desarrollo.

Y traigo a colación el ejemplo de Panamá porque no obstante experimentar uno de los mayores crecimientos del mundo, de más del 7% de promedio anual, es, a la vez, uno de los más desiguales de la región. Según el Banco Mundial, ocupa el tercer lugar después de Brazil y, cómo no, de Honduras. ¿Por qué? Porque lo que produce el canal y toda la inversión que se ha hecho para alcanzar ese crecimiento no ha sido conducida por un modelo de desarrollo que asegure su equitativa redistribución, sino por uno crudamente neoliberal y elitista.

Así pues. Si Libre puede sortear el eventual malestar de Estados Unidos y cumplir con su promesa de promover las relaciones diplomáticas con la China continental, que sea para  fomentar polos de desarrollo. Estos son los que detendrán las caravanas de emigrantes. No el engañoso crecimiento que solo propicia mayor pobreza y desigualdad.

Tegucigalpa, 31 de enero de 2022.   

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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