Por: Redacción CRITERIO.HN
San Pedro Sula. –Desde hace dos semanas doña María recorre nuevamente las calles sampedranas empujando un pequeño coche en el que vende bolsas con cacahuates y otros frutos secos. El toque de queda, provocado por el COVID-19 que suma a la fecha cerca de cien mil casos y 2,736 muertes, había dejado a esta mujer de 65 años sin la oportunidad de ganarse la vida honradamente.
“No podíamos salir a vender. Aquí no se miraba nadie en las calles, estaba “pelado”, le dice a Criterio.hn señalando una céntrica avenida sampedrana. Como no podía trabajar, le tocó pedir en uno de los bulevares de San Pedro Sula. Dejó la pobreza para convertirse en miserable al comenzar a depender de la caridad de los transeúntes. “Al principio me daba penita porque yo nunca había andado pidiendo, pero no me quedó otra alternativa”, nos cuenta con una sonrisa y la satisfacción de saber que su día de trabajo ha terminado.
Para llegar a su casa, doña María deberá caminar unos cuatro kilómetros hasta la colonia Gracias a Dios donde vive con sus seis hijos. “Sigo trabajando porque no quiero ser una carga para mis hijos, porque ellos son pobres también”, nos explica.
La historia de doña María no es única. Es un retrato de miles de situaciones que ha dejado a su paso la pandemia. El hambre provocada por las medidas para contener la propagación del COVID-19 expuso a la mendicidad a miles de hondureños.
Esta condición de vulnerabilidad económica no es nueva, antes de la pandemia Honduras ya tenía uno de los índices de pobreza más altos de Latinoamérica. De acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en el 2018 el 61.8 de los hogares hondureños eran pobres y de ese porcentaje, el 38 % eran extremadamente pobres.
Para el mismo período, el INE reflejaba en sus estudios que el 19.7 de los hogares hondureños, sobrevivían con un dólar al día. Estos indicadores después de siete meses de pandemia no son los mismos, han empeorado.
El economista Hugo Noé Pino expresa que las estimaciones realizadas indican que el porcentaje de pobreza puede aumentar hasta en un 5 %. Además, sostuvo que al mes junio el Banco Central de Honduras establecía un decrecimiento económico de alrededor del 10 %, debido al incremento del desempleo y la falta de ingresos en los hogares, como resultado de los impactos de la crisis sanitaria.
El exministro de Finanzas y expresidente del Banco Central refiere que los efectos de la pandemia en la actividad económica son sumamente fuertes, a tal grado que el mismo BCH estima que el crecimiento económico puede disminuir entre 7 y 8 % durante el 2020.
Estas proyecciones macroeconómicas, ya las sufren personas como doña María, quien desde las nueve de la mañana recorre las calles sampedranas, pero sus ventas ya no son iguales. Antes del confinamiento la sexagenaria vendía hasta 1500 lempiras (unos 60 dólares) en cacahuate, pero ahora su venta se ha reducido a unos 500 diarios (20 dólares).
El sector informal de la economía dice Pino, se ha visto afectado por la poca movilidad, ya que la reapertura comercial sigue siendo limitada. El gobierno a través del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager), permite la salida de personas mediante el último dígito de la tarjeta de identidad. En este momento pueden circular dos terminaciones, pero esto se cumple en la mayoría del comercio formal no así en la economía informal.
EL IMPACTO DE LA PANDEMIA EN LA CANASTA BÁSICA
El sol se esconde entre los nubarrones y en San Pedro Sula hay amenaza de lluvia. Doña María camina presurosa hacia su casa. Por el trabajo realizado ese día y otros, le pagarán 100 lempiras. No tiene ganancias porque el negocio de semillas y frutos secos no es de ella. A ella solo le queda lo poco que gana por vender.
La pandemia ha incluido nuevas necesidades en la canasta básica de los hondureños. Ahora comprar mascarillas o gel tienen tanta importancia como comprar frijoles o arroz. Pero doña María no percibe más dinero. Los únicos 100 lempiras que gana cuando sale a vender, y no lo hace todos los días, tiene que estirarlos para protegerse y proteger a los suyos. “Uno no puede darse lujos”, nos dice.
Doña María vive en la colonia Gracias a Dios, ubicada en las faldas de la montaña de El Merendón, donde comparte un predio con sus seis hijos. “Claro que he dejado de comprar algunas cosas (de la canasta básica)”, nos cuenta en referencia a los esfuerzos que debe hacer para hacerle frente a los nuevos costos de la pandemia.
Pese a que sus ingresos la convierten en una subempleada (trabaja 36 horas a la semana y gana menos del salario mínimo), doña María conserva la posibilidad de seguir trabajando, aunque no tenga las condiciones dignas de un trabajador como les ha ocurrido a miles de hondureños que perdieron sus fuentes de trabajo debido a la crisis sanitaria.
Aunque no hay una cifra exacta, las estimaciones de economistas sugieren que en ocho meses de pandemia se han perdido entre 300 mil y 500 mil empleos. La cifra abarca despidos y trabajadores suspendidos que aún no regresan a sus labores.
Alejandro Kafati, economista del Foro Social de la Deuda Externa y Desarrollo de Honduras (Fosdeh) sostiene que la pandemia ha incrementado las obligaciones de los hogares hondureños y muchos que han perdido sus ingresos no tienen cómo hacerle frente. Las facturas de servicios como la energía eléctrica, con un mayor consumo al pasar más tiempo en el hogar, y el internet ha aumentado los gastos de las familias, por el teletrabajo y las asignaciones escolares de los niños y jóvenes estudiantes.
A finales de 2019 el equipo del Fosdeh calculó que el precio de la canasta básica en Honduras era de 15,000 lempiras y el salario mínimo para ese entonces estaba en 9,400 lempiras. “Desde ahí ya había un desequilibrio, que ahora es más agudo en medio de la pandemia”, sostiene Kafati.
Añadió que en el país hay zonas como el occidente y oriente donde algunos productos básicos han presentado una rebaja, sin embargo, la canasta básica en promedio ha tenido un incremento de 3.58 %, en comparación a 2019.
Kafati recuerda que el gobierno emitió una orden de congelamiento de precios, pero concluye que en este momento de escaso poder adquisitivo esa medida es de poca ayuda: “No va a tener ningún efecto porque puede estar un litro de leche a ocho lempiras, pero si no los tengo no lo voy a poder comprar”.
MIPYMES Y DESEMPLEO
En una aldea de Villanueva, en el norteño departamento de Cortés, un negocio forjado durante 10 años de trabajo casi desaparece en ocho meses de pandemia. Alexis Ordóñez es un hombre emprendedor. Junto a su familia tomó el reto de vender jugos de fruta, “si no fuera por el azúcar, serían completamente naturales”, nos dice. En un inicio los vendía en bolsa, pero al pasar los años cambió su presentación a una botella plástica, en cuya etiqueta aparecía el nombre “Tío Gil”, la marca con la que los bautizó.
El negocio iba bien, se ubicaban en las afueras del Zip Buena Vista en Villanueva, un enorme parque industrial asentado en el municipio azucarero. Ahí cada día, Alexis y su familia ofrecían sus jugos a unos 4500 empleados que entraban o salían de sus labores. El emprendimiento crecía hasta que llegó la pandemia.
Alexis dejó de vender por el confinamiento y por el miedo a contagiarse del virus. No quería poner en riesgo a sus dos hijas y a su padre que vive con él. Dejó de percibir hasta el 90 % de los ingresos que tenía antes de la pandemia. “Antes nos iba, gracias a Dios, bien”, dice.
Su negocio de 10 años estuvo muy cerca de derrumbarse. Pero desde hace dos semanas la familia comenzó nuevamente a vender jugos. Con la reapertura las botellas plásticas quedaron en el olvido. Han vuelto a las tradicionales bolsas plásticas. En la primera semana sus ventas no fueron las esperadas, debido a que la cantidad de gente que pasa por enfrente de su negocio es mucho menos.
No fue el único golpe para la familia. En el 2019, Alexis también decidió abrir un colegio privado en la aldea Pueblo Nuevo en Villanueva. “Ahora estamos con esta situación horrible. En el colegio fue fatal realmente”, confiesa. Gracias a que los maestros han aceptado un pago menos del acordado, la institución se mantiene brindando clases.
El caso de esta familia no es único. De acuerdo con cifras en manos de Alejandro Kafati, más del 56 % de las Micro, Pequeña y Mediana Empresa (Mipymes) cerraron o quebraron a consecuencia de la pandemia. Este sector ha sido muy golpeado porque históricamente no ha tenido acceso a crédito, asegura.
Sostiene que desde antes de la pandemia era un sector bastante marginado, pero paradójicamente muy importante para la economía nacional, pues las Mipymes contribuían con el 34 % del Producto Interno Bruto (PIB) y generaban el 70 % de los empleos formales, que eran cerca de 900 mil. La crisis en este sector de la economía ha dejado en el desamparo a miles de familias hondureñas.
Las cifras que manejan la Cámara de Comercio e Industria de Cortés (CCIC) y el Fosdeh señalan que los empleos perdidos serían arriba de 300 mil y podría acercarse al medio millón. Al perderse los puestos de trabajo ha provocado que crezca el subempleo –toda aquella persona que labora más de 36 horas a la semana y gana menos de un salario mínimo– “con los despidos y el poco dinamismo económico esos niveles de subempleo se han visto incrementados”, asegura Kafati.
En datos publicados por el INE en septiembre de 2018, la tasa de desempleo abierto era de 5.6 %, el subempleo visible de 14.2 y el subempleo invisible de 48.5 %.
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Desde hace años, Sobeida venía pensando en iniciar una actividad que le generará ingresos extras, pero se lo impedía el cuido de una hija de seis y uno de tres años. Pero las vicisitudes generadas por la pandemia la obligaron a iniciar su proyecto.
Hace un mes colocó en la esquina del Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula una carpa, una mesa y un recipiente grande para la venta de jugos de naranja. A pocos metros de ella sus dos pequeños corretean y montan en bicicleta. “Hay algunos días buenos y otros no tanto”, nos cuenta.
La determinación de ir a vender a la calle llegó cuando se le acumuló la mensualidad de la escuela donde estudia su hija. “Nos hemos visto afectados económicamente”, refiere al hablar de la pandemia, mientras nos advierte que prefiere no aparecer en fotos.
Uno de los estratos sociales más golpeados por la pandemia es la clase asalariada, según el economista Hugo Noé Pino, quien nos explica que aun sin vivir la crisis sanitaria este sector se enfrentaba a un nivel elevado de supervivencia. “Algunos que son pobres pueden pasar a la extrema pobreza”, nos comenta.
“Y una persona de clase media baja puede pasar a la pobreza. Esto se está viendo en la pérdida de ingresos que tienen las familias. La clase media baja puede pasar a la pobreza por falta de recursos, ahorros o activos físicos”, nos explica el también exministro de Finanzas durante el gobierno del derrocado ex presidente Manuel Zelaya Rosales (2006-2009).
Ejemplo hay muchos. Alexis Ordóñez perdió mucho de lo que había trabajado durante 10 años, pero se lo toma con un poco de humor. “Ahora debe uno volverse vegetariano, no hay que comer tanta carne. Lo que salga más barato” y agrega, mientras se le escucha una pequeña carcajada: “si antes comíamos cuatro tortillas, creo que con tres nos llenamos ahora”.
CORRUPCIÓN Y PANDEMIA
En Honduras, la corrupción ha sido un pan infaltable en la mesa. En los últimos tres gobiernos nacionalistas las denuncias por corrupción han aflorado por todas partes, siendo el desfalco al Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), el caso más vergonzoso y representativo, en el que se estima se desviaron a bolsillos privados alrededor de 350 millones de dólares que estaban destinados a preservar la salud y las pensiones de los trabajadores.
También hubo denuncias de corrupción en la Secretaría de Agricultura y Ganadería, el Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop) y en el Congreso Nacional. A excepción del exdirector del IHSS, Mario Zelaya, y otros funcionarios de esta institución, que ya fueron condenados por algunos delitos, lo demás quedó en denuncia.
Las estructuras dedicadas a saquear el erario no descansaron en tiempos de pandemia. Recientemente el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) estimó, al presentar el informe número doce, que la corrupción en tiempos de la pandemia ha provocado al Estado de Honduras una pérdida de más de L. 817 millones.
Uno de los casos más notables de corrupción ha sido el de la compra de siete hospitales móviles a una empresa de maletín con sede en los Estados Unidos. El CNA asegura que en esta compra hubo una sobrevaloración de 32 millones de dólares.
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Por la compra de los siete hospitales móviles el gobierno hondureño pagó por adelantado 48 millones de dólares y recién en octubre comenzó a funcionar a medio vapor el primero en San Pedro Sula, de dos que llegaron en julio. Dos más llegaron en octubre y quedan pendientes tres. Los hospitales se pagaron en marzo.
Hay otras denuncias de sobrevaloración en compras de mascarillas y equipo médico. Para el economista, Hugo Noé Pino, el gobierno de Juan Hernández está más interesado en canalizar recursos para continuar con el asistencialismo el próximo año de cara a las elecciones generales.
El presidente de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés (CICC), Pedro Barquero, manifestó a Criterio.hn que en Honduras nunca se terminó de tomar las medidas para controlar la pandemia de una manera más afectiva: “Nunca se hizo la suficiente cantidad de pruebas rápidas, reaccionamos tarde con los centros de triaje, esas cosas afectaron en salud y tienen repercusiones en la economía”.
En opinión del dirigente empresarial, la corrupción ha puesto en riesgo no solo la salud de los hondureños por la mala utilización de los recursos, sino que también el largo encierro y las restricciones de movilidad afectan directamente la economía, porque dilatan la posibilidad de una recuperación económica y con ello el regreso de los puestos de trabajo.
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PAGAR DEUDAS CON MÁS IMPUESTOS
Los expertos auguran momentos duros para Honduras y su economía durante al menos los próximos tres años. Y las cifras lo reafirman. De acuerdo con las estimaciones de Fosdeh, la economía del país ha perdido al menos 180 mil millones de lempiras en los meses de confinamiento.
Además, el economista del Fosdeh, Alejandro Kafati, indica que Honduras podría terminar con una deuda de 15,500 millones de dólares al finalizar este año. Esta cifra significa casi el 66 % del PIB, “esto ya genera un problema incluso, en un panorama de normalidad, porque año con año vamos a dedicar más recursos de nuestros impuestos a pagar la deuda”, señaló.
Para Hugo Noé Pino las implicaciones son fuertes debido a que la pandemia ha obligado a sobre endeudarse al país y eso vendrá a agudizar el problema fiscal.
Entre tanto, Pedro Barquero, advierte que Honduras tendrá un retroceso de 8 o 9 % en el Producto Interno Bruto (PIB) y que su economía tardará de tres a cinco años en recuperar el terreno perdido con la pandemia.
El directivo de la CICC vaticinó que los hondureños pasarán los próximos 30 o 35 años pagando las deudas que está dejando este gobierno y que eso es lamentable porque todo el endeudamiento de los últimos 10 años —que a su juicio ha sido de unos 10 o 12 mil millones de dólares— no ha traído ningún beneficio para la población.
Con este panorama, dice Alejandro Kafati, hay indicios de que el próximo gobierno deba acogerse a una reforma tributaria fuerte para hacerle frente a los compromisos. En buen español, el economista advierte de más o nuevos impuestos para cubrir el nivel de endeudamiento y la caída de la economía.
El Covid está dejando a su paso muerte, corrupción y pobreza, pero sus secuelas aún no están a la vista. Podría ser el peor momento en la economía de Honduras y al golpear fuertemente la macroeconomía también surgen estragos en los bolsillos de gente como doña María, que ofrece sus cacahuates con una sonrisa en las calles sampedranas.
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