Texto y fotos: Leonardo Aguilar
La Lima, Cortés. –A un minuto de distancia de la empacadora de Chiquita Brands International Inc., ubicada en el desvío a la colonia San Juan de la Lima, Cortés, se encuentran tres familias cuyos integrantes duermen en el suelo.
La mayoría de las personas que perdieron todo por la tormenta Eta, han manifestado haber vivido una pesadilla peor que la del huracán Mitch, fenómeno natural que en octubre y noviembre de 1998 provocó daños catastróficos en Honduras y en el resto de Centroamérica.
“¡Ayúdennos, por favor, con colchonetas para los niños!”, dijo Reyna Isabel Pineda Cruz, de 38 años, mientras señalaba a sus dos hijos que estaban durmiendo sobre sábanas y a la intemperie.
Johan Manuel Ortega Pineda, de 5 años, y Nahúm Ortega Pineda, de 7, son los hijos de Reyna. Duermen en la calle, protegidos por dos hombres adultos que se ven exhaustos. Afortunadamente ellos evacuaron a tiempo sus viviendas, ubicadas en la colonia Pechugones. Se habían salido antes de que el agua superara el nivel del techo. Pero cuando regresaron al lugar, vieron que sus casas eran inhabitables. Así que buscaron albergues en La Lima, pero no hallaron. No les quedó de otra que quedarse a dormir debajo del agua y el sol.
La historia de Reyna y sus dos hijas, es una entre miles de damnificados del huracán Eta, que devastó la zona norte de Honduras al convertirse en tormenta tropical.
El gobierno ha informado hasta este jueves 12 de noviembre que Eta ha dejado más de 60 muertos, ocho desaparecidos y 1.8 millones de damnificados, (en su paso por el país entre el 1 y 6 de noviembre). Además, informó que 220 mil manzanas de cultivos se perdieron por lo que se desconoce cómo quedará el país en materia alimentaria.
En un recorrido por La Lima, Cortés, epicentro de las inundaciones provocadas por Eta, Criterio.hn recogió testimonios impactantes de los sobrevivientes a la tragedia. Llanto, dolor, desesperación, desesperanza, solidaridad y esfuerzo, es algo que, aunque no se puede palpar se evidencia en cada una de las historias de esta tragedia que se extiende por cientos y cientos de kilómetros a la redonda en la zona del Valle de Sula. Cada situación es distinta, pero existen denominadores comunes en la mayoría de los relatos.
DURMIENDO EN LA CALLE
Las personas consultadas han coincidido en que se sienten traicionadas por el gobierno por no haber sido alertadas a tiempo para evacuar sus casas y cuando se vieron en peligro, las lanchas o cualquier otro tipo de auxilio nunca llegó y porque la asistencia ha sido muy poca y en algunos casos nula e incluso los albergues han colapsado.
Desde finales de octubre, el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos alertó a Honduras sobre los peligros y llegó a denunciar incluso que el gobierno de Juan Hernández había descontinuado la vigilancia del huracán ETA.
Una de las cosas que más indignación generó en la población es que el presidente Juan Hernández no alertó a tiempo a la población porque estaba preparando el “Feriado Morazánico”. Al ver las inundaciones, y a última hora, Hernández se dirigió al Valle de Sula de Honduras y les dijo: “Tienen dos horas para evacuar”.
“Acá en la calle estamos durmiendo tres familias. Hay un total de cinco niños y seis adultos. Esto es una cruda realidad que nadie querría estar pasando. Uno ve a estos niños y se le parte el corazón. Uno puede pasar por las pestilencias que sean, pero los niños no, ellos son inocentes a eso. Si vienen ayudas, las recibiríamos con gusto”, relató Reyna la mamá de los dos niños que duermen en la calle sobre sábanas porque no tienen ni tan siquiera un colchón.
“Cuando salimos de nuestras casas nos fuimos a un lugar que se llama El Oasis. Evacuamos nuestros hogares antes de que todo se inundara. Pero ya, ahora, que ha pasado la inundación, nos venimos para San Juan, pero las escuelas albergues ya estaban ocupadas, ya no había sitio ni camas, ni campo para los niños. Usted sabe que uno lo que prefiere es que los niños duerman. Tenemos 12 días de estar durmiendo en la calle. Le pedimos a las autoridades que nos ayuden. Lo que más necesitamos son colchonetas. Somos tres familias, aunque sea una por familia”, exclamó.
EN EL TECHO DE LA CHIQUITA BRANDS INTERNATIONAL INC.
Honduras ha mostrado incapacidad para el control de inundaciones en el Valle de Sula, ya que ha incumplido la mayoría de recomendaciones establecidas en un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), denominado Desastres, Riesgo y Desarrollo en Honduras y publicado en el año 2012, que exhortaba sobre la necesidad de promover políticas públicas orientadas a la prevención de desastres, tomando en consideración que la prevención es económicamente eficiente, dado que por cada dólar que se invierte, se ahorran entre USD 2.50 y USD 13.00.
La falta de dragados en el Valle de Sula se puede comprobar en esta historia, en la que ha quedado al descubierto cómo los ríos y zanjas cercanos a las compañías de este sector, al no ser dragadas por el Gobierno, rebalsaron rápido e inundaron las casas aledañas.
Las personas ubicadas en las cercanías de la empacadora Chiquita Brands International Inc, ubicada en la ciudad de La Lima, Cortés, viven en casas de una planta y sus estructuras generalmente ceden al paso de las tormentas. Cuando se percataron que sus viviendas estaban en riesgo de inundarse, muchos tomaron la decisión de abandonar sus hogares en medio de las embravecidas corrientes que invadieron las calles. Un centenar de personas encontró el lugar perfecto en el techo de esta compañía.
Ángel Pineda, un hombre de 40 años, soltero, agricultor, que llevaba una vida tranquila junto a su longeva madre, nos cuenta que su vida se convirtió en un caos.
“Fue una cosa de miedo. Toda la gente perdimos todo y estuvimos tres días en la empacadora y fue una cosa tan terrible. Perdimos cosas de valor, la vida la salvamos y las cosas materiales se recuperan, pero sé que Dios es bueno y que un día volveremos a la normalidad”, nos comenta con la fe puesta en la divinidad, más no en la de su gobierno.
Ángel cuenta que en la noche del pasado martes comenzó a subir el cauce de los quineles que están cerca de la empacadora. Estos comenzaron a inundarse rápido y finalmente rebalsaron.
“Salimos a la carrera ese mismo día de la colonia Nuevo San Juan, segunda etapa. Y a mi mamá la mandé para San Pedro Sula, porque estaba enferma. La mandé a un albergue. Luego comenzó a llover más fuerte y comenzaron a rebalsar las zanjas de la empacadora. El agua cada vez iba más arriba, nos llegaba ya a la cintura. Así que pusimos una escalera grande y uno por uno nos subimos. Estuvimos cinco días sobre el techo de la empacadora, sin comida y sin agua. Pasamos hambre y sed. Nos rescataron unos lancheros. Éramos un grupo de 100 personas procedentes de la colonia San Juan y de Pechugones”.
Ángel dice sentirse muy triste. “Cuando entro a mi casa es como que no fuera el lugar donde yo viví. Toda mi ropa quedó hedionda. Quise ver si rescataba algo, pero no pude. Estamos durmiendo en la calle. No hay ayuda de nadie, no hay colchonetas no hay nada. Mire los niños cómo están durmiendo en el suelo. Me da mucha tristeza ver a estas madres. A veces nosotros aguantamos hambre, pero preferimos que coman los niños. Pedimos colchonetas para que los niños no estén durmiendo en el suelo”, cuenta.
“MIRÁBAMOS PASAR CUERPOS DE ANIMALES Y PERSONAS SIN VIDA”
Los campeños, como se les conoce a los habitantes de La Lima, no pudieron salir a tiempo de sus hogares, porque para ese momento ya estaban atrapados. Así que, lucharon sin ayuda del gobierno para salvar sus vidas, escalaron techos, nadaron o esperaron sin comida hasta por cinco días a que el nivel del agua bajara. Y ahora a salvo, estas personas piden alimentos, colchonetas y trabajo para comenzar de nuevo.
A medida uno se adentra en la ciudad de La Lima, Cortés, se puede sentir el olor nauseabundo que ha quedado producto de animales muertos, cosas echadas a perder y el lodillo que ha quedado en las calles tras el paso de la tormenta Eta. Después de andar rodando y rodando por estas calles, una mujer con botas sacaba el lodo de su vivienda: era Marcia George, una madre soltera, que tomó su pala para buscar cómo sacar de nuevo a flote su negocio. La licorería de la comunidad.
Marcia dice que todo se empezó a llenar rápido el 5 de noviembre. “Ese día nos dejó marcado a todos porque fue la fecha en que perdimos todo. Tuvimos que subirnos a una segunda planta. Nos tapó la casa hasta el zinc. Al menos quedamos con vida, eso es lo único que rescatamos. Pero perdimos todo lo que con esfuerzo nos había costado”.
Esta mujer asegura que la llena se produjo despacio y que la noche del 4 de noviembre ya la tormenta avisaba pues el agua ya cubría las aceras. “El 5 de noviembre el agua comenzó a subir y a subir sin parar. Tengo dos niños de 5 y 10 años, y como soy madre soltera, un día antes los saqué de donde mi familia que viven en lo alto. Pero me tuve que regresar porque mis padres no se querían salir. Mi padre es de la tercera edad y mi mamá tiene 50 años. Viven conmigo también”.
“Cuando vimos que la cosa iba para mayores. Salimos de nuestra casa con el agua a las rodillas para una vivienda de dos plantas. Pero poco a poco el agua también iba cubriendo esta casa. Así que tuvimos que subirnos al techo. Estuvimos ahí aguantando sed y hambre por dos días, hasta que bajó el agua”, contó.
Marcia dice que esos dos días fueron los más fatales de su vida. “Éramos 17 personas. Muchos lloraban y pedían auxilio. Nunca llegó ni lancha ni rescate. Teníamos un poco de agua, pero se nos terminó. Solo Dios con nosotros. Vimos desde lejos cómo nuestro negocio se cayó, el techo del negocio se caía a pedazos. Y el producto lo perdí. Pero a pesar de eso continúo tratando de dar lo mejor porque tengo por quién ver. Tengo una familia que sustentar. Con lágrimas en mis ojos, pero tengo que hacerlo”, dice mientras comenta que el Gobierno no les ha ayudado en nada.
El padre de Marcia, don Marcial George Aguilar, 70 años, se encontraba en EE. UU., cuando sucedió el huracán Mitch, así que hace mucho no vivía una experiencia como tal. Aunque dice, sí vivió el huracán Fifí registrado en septiembre 1974, del que afirma también fue un fenómeno que azotó con fuerza al país. Este fenómeno natural provocó la muerte de más de ocho mil personas.
Don Marcial dice que en un momento se confío, pues nunca imaginó que la furia de Eta sería tan fuerte. “Con el paso de las horas y al estar en el techo de una casa de dos plantas “solo veíamos pasar personas y animales ahogados. Yo no creí que iba a llegar a tanto la inundación. Estaba anunciada, pero no en esa forma”, dice.
Siguió contando que no había canoas ni lanchas del gobierno, así que vio cómo la gente armaba balsas improvisadas para poder salvarse. “Solo sacaron la ropa que andaban puestas. Damos gracias a Dios hoy, porque pensamos que iban a ver más muertos. Durante estuvimos en el techo, esperamos las ayudas al día siguiente, pero no aparecieron, pensamos que vendrían lanchas de los bomberos, de Copeco (Comisión Permanente de Contingencias) pero no aparecieron nunca”.
LOS SALVAVIDAS
Don Miguel Vásquez Velásquez, de 65 años, tiene una casa de dos plantas en la colonia Nuevo San Juan, primera etapa, de La Lima. En la primera planta tiene un negocio y en la segunda, su casa. Rápidamente cuando vio que la inundación crecía metió las personas más indefensas que estaban cerca de él y los subió a la segunda planta. Nunca pensó que el agua amenazaría la vida en un lugar tan alto. Pero así fue.
“Los vecinos vinieron cuando la creciente creció. Tenía 30 personas en mi segunda planta. Entre mujeres y niños y dos señores que no pueden caminar. Lo que hicimos, cuando el agua superó nuestra segunda planta y nos daba al pecho, con un neumático inflado y un lazo, jalamos a todas estas personas una por una hasta llegar al techo de otra casa. En el techo de esa otra casa había menos nivel de agua”, relata.
Agrega que del otro extremo había otro muchacho que estaba sujetando el lazo para que no se soltaran. “Porque había una creciente y una correntada enorme. Solo había tres personas que sabíamos nadar. Con un neumático, el lazo y nosotros los logramos sacar. Hicimos eso una y otra vez hasta que los evacuamos a todos hasta el techo de la otra casa. Pero el peligro seguía. Duramos varias horas trasladando a los niños, niñas, mujeres y adultos mayores hasta que llegamos a una casa que tenía una tercera planta. Ahí estuvimos más seguros”.
“Pensamos en morir. Tenía a mi esposa y dos hijos. Y había 14 niños. Yo miraba a un montón de mujeres llorando. Me hice el fuerte al verlas así, aunque por dentro me sentía débil. No tenía otra opción que ser valiente. En esas situaciones no haya uno qué hacer. Se siente uno como incapaz de hacer algo y sin personas que sepan nadar es más difícil. Jalábamos dos y luego descansábamos. Había una enorme presión de agua. Fue hasta el viernes que pudimos volver a ver cómo habían quedado nuestras casas y el agua todavía daba a la cintura. Acá ha quedado un desastre. Aquí se perdió todo”, resume como parte de lo vivido.
Don Miguel es propietario de un gimnasio y su esposa de un salón de belleza. El gimnasio no registra pérdidas porque los enseres son de hierro, contrario en el salón de belleza y en su casa, donde se perdió todo. Confiesa que ante las pérdidas económicas tiene la mente nublado, no haya qué hacer,
La tormenta Eta, que azotó primero a Nicaragua como huracán categoría 4, dejó desastres en las ciudades de La Lima, San Manuel, El Progreso, Potrerillos, Choloma y San Pedro Sula, principalmente en sectores como los campos bananeros y las colonias La Democracia, Palermo, Planeta, Céleo González, Nuevo Chamelecón, Jerusalén y San Juan, entre otras decenas de barrios que se ubican en los departamentos de Cortés y Yoro, en la zona norte de Honduras.
“SOLO ME IMPORTA QUE MI HERMANITO COMA”
Yerlin Enrique Duarte Cardona, de 25 años, es un exfutbolista del Parrillas One, un equipo de la segunda división, ubicado en La Lima, quien perdió su casa por las inundaciones.
Ahora permanece en las calles junto a su hermano menor Luis Eduardo Torres Peña, de 12 años, a quien no deja de abrazar. Ambos buscan alimentos a la intemperie, porque los albergues en La Lima están llenos. A él solo le preocupa su hermano menor.
“A mí no me importa en este momento si yo me alimento. Todos los platos de comida que me dan se los doy a mi hermanito, yo aguanto hambre porque estoy grande y mi conformidad es que él coma. Él está pequeño, tiene apenas doce años, él no sabe nada. Yo ya sé lo que es eso. Lo que hago es cuidarlo. La ropa que llevo puesta es porque me la han regalado. Pero nada tengo, incluso la casa se la llevó la tormenta porque estaba construida en el patio de otra casa y era de madera. Todo se destruyó, nuestra ropa, no tenemos nada. Quedamos en la calle”, dice Yerlin a Criterio.hn.
Este joven logró rescatar a su hermano el pasado 4 de noviembre en horas de la noche. Lo rescató de las turbulentas aguas que inundaron su colonia, nadando en medio de fuertes correntadas que pasaban por su barrio, la colonia Nuevo San Juan, etapa número uno, uno de los lugares en los que el agua, según estos pobladores, alcanzó hasta ocho metros de profundidad.
Este joven exfutbolista, que se retiró de esta disciplina por la necesidad de llevar alimento a su hogar, aseguró que las inundaciones en su colonia comenzaron la noche del 4 de noviembre.
“El agua subía y subía. No sabía qué hacer. Tenía que ver cómo salvaba a mi hermanito que tiene apenas 12 años. Me preocupé la verdad porque pensé que íbamos a morir. Hasta lloré. Mi hermanito me preguntó que por qué lloraba, así que le respondí que era porque no sabía qué hacer. Le dije que lo tenía que sacar de ahí para salvarle la vida y que no me importaba morir con tal de salvarlo”, comenta.
Este joven asegura que el 4 de noviembre, cuando el agua comenzaba a subir, se encontraba en una terraza junto a su padrastro, su hermana, su hermanito y su madre. Estaban todos rogándole a Dios para que los niveles del agua descendieran. Pero eso no ocurrió.
“Mi familia me pidió que sacara a mi hermano, ya que puedo nadar, y decidí llevármelo. Lo saqué y lo puse a salvo. Decidí volver, pero la presión del agua ya era mayor. Al siguiente día (5 de noviembre) mi padrastro, cuando el agua casi ahogaba al resto de mi familia porque ya estaba sobrepasando el techo, logró sacar a mi hermana y a mi mamá”, cuenta Yerlin.
Este joven relató que uno de sus hermanos mayores le ha dado donde dormir en el barrio San Juan Viejo, en donde las inundaciones no fueron tan fuertes, pero que en esa casa no existen las condiciones económicas que permitan que el alimento sea para todos. “Ando de casa en casa junto a mi hermanito pidiendo alimentos”.
Duarte Cardona trabaja en la empresa Difiestas en San Pedro Sula, una fábrica de pañales donde gana 6 mil lempiras mensuales (USD 245.93), aunque no está seguro de si lo llamarán de nuevo porque está bajo la modalidad de empleo temporal.
El joven guarda la esperanza que lo llamen nuevamente de su empleo y en caso de no ser así, dice que lo buscará por otro lado. Él y su padrastro que labora en una palillera, ubicada cerca del cementerio municipal de La Lima, son los sustentos económicos del hogar. Ambos no tienen asegurado su retorno a los puestos de trabajo, lo sabrán en los próximos días cuando las cosas vuelvan a la normalidad.
Yerlin manifestó que años atrás jugó en el Parrillas One, de segunda división, donde anotó muchos goles, ganó trofeos, medallas, pero no contó con suficientes oportunidades porque apenas le pagaban 10 mil lempiras (USD 409.88) mientras duraba el torneo (4 a 5 meses), pero cuando la temporada terminaba se acababa el pago.
En la entrevista con Criterio.hn, el exfutbolista exteriorizó que su madre es ama de casa y que su padre biológico, que está en Estados Unidos, es como si no existiera. “Le pedimos ayuda a mi padre biológico por las tormentas de Eta y nos dijo que no. Eso me duele mucho. Así que no tengo de otra que salir adelante”.
Asegura que le gustaría que un equipo de Liga Nacional se fijara en él, que le dieran una oportunidad para demostrar que tiene el talento. “Yo sé que tengo cualidades para llegar muy alto. Pero así, sin apoyo, no puedo hacer nada. Sé entonces que estoy solo y que debo levantarme para darme lo que yo quiero”.
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