Tata Andrés, Parábola del triunfo de López Obrador

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

                                                A la mexicana Aracely Ibarra, en memoria

Dice que mitifico, un muy querido agnado. Y se enoja cuando le digo que el triunfo de AMLO es la respuesta del Cielo, acaso de la Guadalupe, a los gritos de los estudiantes de Ayotzinapa y de sus madres desoladas, muertas en vida, llamándolos con rugidos como de cihuateteos, que no lloran por haber muerto, si no por haber dejado huérfanos a sus críos, por no haberlos podido terminar de amamantar. Todos lloramos porque entendemos que nadie está a salvo del monstruo que exige el sacrificio multitudinario, para aterrorizar. Las victimas de ese asesinato, cuyo único crimen habría sido protestar contra el poder vulgar y confabulado del corrupto, detonaron por fin, en el México profundo, el hartazgo. Y este hombre bueno le despertó a esa desolación, nueva esperanza. Que agradezca la derecha.

Fracasó J.J. Rendón. La compra del voto. Fraude habrá, pero no será suficiente. (Desde temprano, en la Ciudad de México los electores hacían largas tediosas filas para votar, nadie quería correr riesgos, el mismo AMLO espero en su fila pacientemente.) Quizás antes ha ganado elecciones López Obrador, pero hoy triunfó. Ganó como nunca antes con una amplia base institucional y geográfica, la mayoría de los estados en disputa. Ganó con la legislatura la capacidad para reformar también la judicatura y la ley, con el poder para redefinir prioridades, para nivelar la cancha y para compartir con justicia la riqueza inmensa de México. Fracasaron quienes lo representaban como un peligro chino, es decir grande y desconocido, una amenaza para su relación con los otros Estados Unidos, un contagio. Como un riesgo para intereses privados legítimos. Que le iba a quitar sus propiedades legales a la gente, sus derechos fundamentados. Nadie les creyó que AMLO era el heraldo del caos. ¿Cómo se había agotado esa mentira? ¿Cómo sobrevivió la chispa de la fe? El candidato exigió justicia y se pronunció contra la corrupción que era principal problema de sus contrarios e hizo ver que ésta era producto de un sistema perverso, cuyas víctimas somos todos, y se pronunció a favor de cambios profundos, de raíz, necesarios.  

¿Cómo lo consiguió? Pues con la sabiduría de concentrar su mensaje, con la disciplina de renunciar a ser el héroe de todos para poder ser el conductor de México, la sapiencia de en visionar un cambio profundo que no es la destrucción de todo si no la reconstrucción de lo degradado. Evadiendo la tentación en el desierto, declaró que para perseguir delitos había fiscales, que, a él, lo que le interesaba era servir. Le dio la espalada a la demagogia ideológica conceptista, para hablar de cosas concretas propias, de problemas reales y de soluciones prácticas. Les habló bien a los mexicanos sobre sí mismos, los convenció de que los buenos eran más e incluso de que los malos podrían ser buenos. De que se fortalecería a la justicia si se dejaba de perseguir a todo el mundo con saña. Les habló sin engaño a los obreros y a los indígenas, a lo, empresarios e industriales y a los banqueros poderosos, sin temor, sin odio, en la comprensión de que cumplen un papel, con el mensaje de que iba a trabajar con ellos. Era obvio que AMLO no iba a mandar al Ejército, heredero de la Revolución Mexicana a combatir la guerra contra la Revolución en Venezuela o ningún otro lado, pero no le tocaba defender los pajaritos parlanchines de Maduro y los árboles metálicos de la Chayo en Managua. No dijo de Trump las groserías que puedo decir yo, porque él sería el Presidente de México y tendría que darle la mano. Y va a tener que escucharlo con grande paciencia y firmar con él lo negociado. Pobrecito México, tan lejos de Dios, dicen que repetía Porfirio Díaz porque alguien más sutil debió acuñar esa frase. ¡Y tan cerca de Estados Unidos!

Aunque un puñado de los grandes magnates se resintieron con él por no doblar la cerviz, y algunos incluso pretendieron encausar un voto en su contra y pidieron a empleados y clientes que votaran contra El Peje, al final han entendido que no tenían alternativa. Y en la última oportunidad, hace unos días apenas, fumaron con AMLO, la pipa de la paz. A la derecha mexicana, cristera y grosera, ya no le quedaba nadie al final. El sistema conservó a sus achichincles, demasiado apremiados para pensar. Pero ya no le quedaban fieles, más que unos pocos locos a la Santa Muerte. La idea de que AMLO pudiera llegar había prendido como milagrito de latón en los mantos de los santos de México y nada, nadie, ni el mismo diablo iba a poder detenerlo. Incluso fracasaron quienes a última hora –habiéndose percatado de que aquel ataque no calaba ya– inventaron otro, que enfocaba precisamente, las concesiones al sistema con que AMLO había conquistado la confianza capaz. Quienes pretendieron a último momento inventar encuestas. Ricky Riquin Canayin. Fingiendo que ya lo alcanzaba. Y los mexicanos salieron a votar indignados con el cúmulo de tragedias que ha sido su historia reciente, confiados, masivamente, con disciplina y entusiasmo a favor de, decididos a ensayar el cambio. Qué bueno que reconozcan, que agradezcan –digo- sus contrarios. Si quieren regocijarse en ello, les anticipo. No será el fin del mundo, no resucitarán los muertos.

AMLO no podrá cumplir todas y cada una de sus promesas de campaña. Con todo el poder que ganó, después de pasar por todos los rituales A.M. seguirá teniendo topes, resistencias, enfrentando obstáculos. Y el pueblo tendrá que conservar su capacidad para la movilización si quiere preservarle el margen de maniobra. No podrá extirpar la corrupción por completo porque quizás no se puede, pero no gobernará mediante la corrupción. Y el corrupto volverá a sentir vergüenza. Frente a las expectativas que tienen infladas de lo que hará en seis años, Andrés Manuel será mucho más de lo que se han imaginado. Significará un cambio de época.

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La historia de México no es la pesquisa académica de sutiles tesis pos modernas, revisionistas. Es la construcción inacabada de una nación genuina, de todos. Y la sostienen sin fisuras unos pocos gigantes emblemáticos de unas pocas eras concluidas. Tata Vasco justifica la colonización y la cristianización del aborigen, abominando de la esclavitud y la encomienda. Y todavía el indio platica con él. Morelos logró restaurarle al humilde la dignidad que le había arrebatado un sistema de castas y el sentido de ser miembro deliberante de una nación incluyente. Benito Juárez derrotó a la raza superior. Tata Lázaro reconcilió a la familia mexicana con su revolución, desarmó al cristero, sometió al soberbio, rescató el subsuelo y repartió la tierra. Tata Andrés le devolverá a México la música de las chirimías y los tambores, la fertilidad de los pantanos y las chinampas, la dignidad del imperio de la ley, la capacidad para danzar juntos, los hermanos mayores y los hermanos menores, la fiesta, el sol. Derrumbará los muros.

  • Emy Padilla
    Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo emypadilla@criterio.hn

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