Reflexiones sobre la pandemia

Reflexiones sobre la pandemia

 

Por: Rodil Rivera Rodil

Diversas personalidades y no personalidades, incluyendo hondureñas, han insistido en que se ha exagerado la gravedad del coronavirus, causando un injustificado pánico y un gran perjuicio a la economía mundial. Y se suele comparar con el dengue, el cual -se afirma- causa más decesos cada año. El presidente Trump, maestro del disparate, invocó, como ejemplo, la mayor letalidad que existía en los accidentes automovilísticos para concluir, con retorcida lógica, que no por eso nadie piensa en cerrar las fábricas de vehículos. De paso, recomendó inyectarse con desinfectante, según dijo, para “eliminar el virus en un minuto”.

Quienes así piensan, a lo mejor no han reparado en que el gran temor de la gente, tanto o más que contagiarse y morir, obedece en buena medida a que la masiva propagación del virus se está produciendo por el contacto físico entre los seres humanos, vale decir, por la cercanía con nuestros familiares, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos. De la noche a la mañana todos, sin excepción, nos hemos convertido mutuamente en potenciales enemigos mortales. Con un beso o un abrazo nos podemos asesinar entre nosotros mismos. Por ello, en todo el planeta el tejido social se está erosionando y la solidaridad se ve sometida a su prueba más crucial de los últimos cien años, quizás desde la pandemia de la gripe española de 1918. ¿Cómo, entonces, esperar que no haya pánico?

Es claro que el aislamiento no puede durar indefinidamente. Para los trabajadores, porque el hambre y la desesperación son más poderosos que la muerte. Y para los empresarios porque los negocios son más poderosos que la vida. Pero, cómo retornar a la normalidad con el menor costo para la salud y para la economía. La solución que comienzan a poner en práctica muchos países es simple, pero, a la vez, compleja y de gran riesgo: hacerlo progresivamente bajo la dirección de los médicos especialistas. A veces avanzar, a veces retroceder. Pero en ningún caso hacerlo prematuramente, sobre todo, sin practicar el número de pruebas diarias que garanticen que el contagio está disminuyendo de manera sostenida y sin olvidar que el virus va a rebrotar. De otro lado, la normalidad que nos espera será cualquier cosa menos normalidad. Y tampoco habrá festejos, como en la famosa novela sobre la peste de Albert Camus.

Algunos opinan que así debió haberse hecho desde el principio para que la producción no se hubiera paralizado tanto. Puede ser, pero no podemos saber cuántos contagiados hubieran habido. Y menos cuántos hubieran quedado incapacitados para trabajar ni por cuánto tiempo. De repente, las empresas hubieran resultado igual o más de afectadas. Y la pandemia no ha terminado, ni es posible predecir cuándo lo hará.

Hubo, incluso, quienes pidieron que no se impusiera ningún confinamiento, que se dejara a la naturaleza seguir su curso y por esta vía se obtuviera la llamada “inmunidad de rebaño”, que se alcanzaría por el contagio del 60 o 70 por ciento de la población, sin importar el precio en vidas humanas. En Honduras tal cosa significaría de 5 a 6 millones de infectados y de 500 a 600 mil muertos. En otras palabras, la misma prédica del fascismo, la sobrevivencia del más fuerte. Justo lo que quisieron hacer Trump, Johnson, Bolsonaro y otros. Solo los riesgos político electorales los hicieron ceder un poco.

Y, finalmente, todavía hay algunos, como antaño, que siguen confundiendo la religión con la ciencia. El consuelo con la cura. BBC Mundo, en su edición digital del pasado 18 de abril, trae una crónica sobre la gran epidemia, posiblemente de tifus, que azotó a Atenas en 450 a.C., en tiempo de Pericles, y en la que tuvo un papel muy destacado Hipócrates, el médico más famoso de la época, documentado por el historiador y militar ateniense Tucídides:

“En vez de recetar plegarias y rituales religiosos, hechizos y conjuros, o hierbas exóticas y remedios de curanderos, Hipócrates y sus contemporáneos visitaban a los pacientes enfermos, tomaban notas meticulosas de sus síntomas y hacían un registro de cómo respondían ante los tratamientos recomendados, tal como dormir, hacer ejercicio y seguir una dieta específica”.

Esto pasó casi dos mil quinientos años atrás, pero hace menos de un mes, en Estados Unidos un pastor se negó a cerrar su iglesia porque, aseguró: “Dios no va a permitir el virus en sus templos, solo muerto o en el hospital dejaría de predicar”. Pues bien, Gerald Gleen, que así se llamaba, se contagió y murió en el hospital. Otro proclamó que el virus solo atacaba a los homosexuales. Y también se contaminó él y su esposa.

Y aquí en Honduras, el cardenal Rodríguez llevó a la virgen de Suyapa en un helicóptero a volar sobre la capital. Los líderes de la Confraternidad Evangélica hicieron lo mismo, sin la virgen claro está, y uno de sus pastores de Ocotepeque sacrificó un cordero en su propia iglesia -suponemos que degollado como era lo usual- por lo que el presidente de la Confraternidad pidió perdón a los hondureños explicando que el acto había sido “incoherente”, que eso se hacía en la antigüedad, pero que en estos tiempos “ya no es necesario”.

Ya concluido este artículo, en medio del mayúsculo escándalo por el descarado robo en la compra de insumos para la pandemia, hoy el país fue golpeado por cuatro impactantes noticias que llevan al clímax la crisis que estamos viviendo: el conocido doctor Umaña de San Pedro Sula informó que la cifra de muertos por el coronavirus es mucho mayor que la que reconoce el gobierno y que ya estaríamos ocupando el primer lugar del mundo en tasa de mortalidad. La fiscalía de Nueva York presentó una acusación por narcotráfico contra el el “Tigre Bonilla”, en la que se involucra una vez más al Presidente de la República. La ex presidenta Bachelet, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, denunció a Honduras y Venezuela por la falta de transparencia y utilizar la pandemia para perpetuarse en el poder. Y, por último, la Conferencia Episcopal emitió un nuevo pronunciamiento condenando la corrupción, la politización de la ayuda gubernamental y la ausencia de liderazgo gubernamental en la lucha contra el coronavirus.

¿Quién ahora puede desconocer que la presidencia de don Juan Orlando Hernández se ha convertido en el obstáculo principal para enfrentar la que posiblemente sea la mayor tragedia de nuestra historia? ¿Qué más hace falta para que este señor renuncie o, en cualquier otra forma, abandone el poder? Tegucigalpa, 30 de abril de 2020.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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3 comentarios

  1. SI TIENE EL APOYO DE LOS MILITARES NO HAY FORMA DE TUMBAR, NO AL PRESIDENTE, SINO AL USURPADOR DE LA PRESIDENCIA, PERO LA ORDEN TIENE QUE VENIR DEL COMANDO SUR USA, ESE ES EL PUNTO.