Por: Ninoska Alonzo*
Una perspectiva histórica.
Durante mucho tiempo, el destino de las mujeres hondureñas ha sido definido por los grandes caudillos, quienes protagonizan la historia política del país. Fácilmente podríamos remontarnos a la época colonial, para darnos cuenta de que las estructuras coloniales, en las que predominó el caudillismo, la corrupción y el conservadurismo, perduran hasta nuestros días. En ese sentido, Leticia de Oyuela expresa que:
La condición de la mujer, como marginada del espacio legal y económico, se agrava con la ausencia de la educación; esto fue haciendo que la mujer, en el período independentista, no sólo fuera perdiendo su identidad, sino que fuera confinada a la creencia de que existían “oficios deshonrosos” [asumidos por ellas].
Apostándole a la reorganización política, jurídica y administrativa, un intento considerable por abolir las estructuras coloniales sería la Reforma Liberal de 1876, impulsada por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa. En este período, los caudillos liberales y conservadores pretendieron ser los portavoces de las mujeres. En el seno del Congreso se presentaron diversas iniciativas de Ley respecto al sufragio femenino durante años, sin embargo, la mayoría de los legisladores siempre votaron en contra.
Las primeras manifestaciones trascendentales de una lucha sufragista se generaron a partir de la década de los cuarenta. Como apunta Rina Villars, estas manifestaciones se dieron:
En el contexto de un orden internacional y de una situación política interna favorables a las demandas sufragistas. El fin de la segunda guerra mundial (1945) trajo entre otras consecuencias la emergencia de la democracia como fuerza o “símbolo casi universal”. En América Latina hubo en este período un proceso de liberalización política que se manifestó, en la mayoría de los países de la región, en aperturas democráticas, movilización política de fuerzas subalternas en demanda de conquistas específicas, auge de los partidos comunistas, surgimiento de partidos de oposición.
Así, la conquista del voto femenino en Honduras se dio en doble vía: por una parte, determinado por la escena internacional, el período “democrático” de la posguerra dio pauta a diversas conquistas de los sectores populares (como derechos laborales, seguridad social, entre otros). Sin embargo, por otro lado, no puede desvalorizarse la lucha que emprendieron las mujeres por el voto, pues contribuyó a visibilizar las relaciones de subordinación a las que las mujeres hemos sido históricamente sometidas. Aquí podemos destacar a luchadoras como Visitación Padilla, Graciela Bográn, Enma Bonilla, Argentina Díaz Lozano, Olimpia Varela y Varela, Lucila Gamero de Medina, Paca Navas de Miralda, Cristina Hernández, María Trinidad del Cid, Doña Carlota de Valladares, y muchas otras.
Del mundo de lo privado al espacio público: acceder al poder político sin ejercerlo
El 25 de enero de 1955, mediante decreto legislativo n°29, se reconoció el derecho al sufragio a las mujeres. Este acontecimiento ha sido considerado por la historia oficial como la primera victoria para que las mujeres fuesen protagonistas del espacio público.
No obstante, es necesario aclarar tres elementos: el primero, que concebir la conquista del espacio público mediante la participación político-electoral de las mujeres es reduccionista, pues éstas ya eran protagonistas del espacio público en tiempos precedentes a 1955. Esto se manifiesta, por ejemplo, en su participación en movilizaciones contra el régimen cariísta, o en su destacada labor en la huelga bananera de 1954.
Segundo, y de la mano con el planteamiento anterior, acceder al poder no es lo mismo que ejercer el poder. Investigadoras hondureñas coinciden en que, después de 1955, las mujeres siguieron teniendo una participación político-jurídica muy limitada; rápidamente entendieron que no bastaba con el voto, sino que el poder político tenía otras aristas que no estaban siendo del todo consideradas. Incluso, en ese sentido, el debate continúa vigente.
Tercero, no puede negarse que quienes fueron partícipes de ésta “avanzada sufragista” eran, en términos generales, mujeres privilegiadas, lo que dejaba a las mujeres de los sectores populares al margen de este proceso. El decreto n°29 del 25 de enero de 1955 planteaba que podían ejercer el sufragio “los varones y las mujeres mayores de veintiún años, los varones y mujeres mayores de dieciocho años que sean casados, y los varones y mujeres mayores de dieciocho años que sepan leer y escribir”. En ésta época, el matrimonio era asociado con la posesión de bienes, y la posibilidad de saber leer y escribir sólo era dada a quienes tenían la oportunidad de pagar por ello. Fue hasta en la Constitución de 1957 donde se instituyó el sufragio universal.
Sin embargo, es evidente que muchas mujeres se han ido incorporando paulatinamente a diversas luchas populares con el paso de los años, ejerciendo, legítimamente, expresiones del poder político: campesinas, indígenas, artistas, estudiantes, LGBTIQ, católicas, todas y cada una denunciando las atrocidades de las políticas estatales violentas, del imperialismo, e incluso, en las últimas décadas, de un modelo neoliberal basado en el despojo.
Reacción conservadora y neoliberalismo: la violencia patriarcal en cifras
Tras el golpe de Estado del 28 de junio de 2009, el gobierno de facto promovió una serie de medidas que violentaban los derechos de la ciudadanía. En octubre del mismo año, la Secretaría de Salud aprobó el acuerdo No. 2744, por el cual estableció “prohibir la promoción, el uso, venta y compra relacionada con la PAE, así como la distribución pagada o gratuita y comercialización de fármacos de anticoncepción de emergencias, en farmacias, droguerías o cualquier otro medio de adquisición”.
Esto significó un gran retroceso que se afianzó en los gobiernos posteriores. En el sentido ideológico, estas medidas han dado paso a la aparición de una reacción patriarcal, como resultado de “la globalización capitalista, las exigentes prácticas culturales patriarcales y las nuevas formas de violencia masculina [que] componen un cuadro social nuevo para las mujeres”. En el caso hondureño, esta reacción patriarcal se traduce en el incremento de la misoginia y el antifeminismo, expresado muy simbólicamente, por ejemplo, cuando antifeministas deciden borrar el “NO” en los afiches con la leyenda “Yo no quiero ser violada” que han sido pegados en todo el país, haciendo alusión a que sí queremos que nuestros cuerpos sean violentados (en otras palabras, apología del odio).
Por otro lado, las políticas neoliberales impulsadas a partir del golpe de Estado, no solo privatizan la tierra, el agua, o las necesidades básicas, sino, además –y sobre todo-, el control de los cuerpos mismos. No solo es un hecho que la Píldora Anticonceptiva de Emergencia siga circulando, o que el aborto siga siendo practicado, sino que tienen costos elevadísimos al ser prohibidos y penalizados, recrudeciendo la feminización de la pobreza.
Si abordamos la violencia patriarcal en cifras –reconociendo que cada cifra representa una vida humana tan valiosa como la vida de quien está leyendo esto-, según el Obsevatorio de Violencia de lnstituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad (IUDPAS), al menos 380 mujeres fueron asesinadas de manera violenta en 2018, teniendo, según Visitación Padilla, un índice de impunidad del 96%.
Si de violencia sexual se trata, según Médicos Sin Fronteras, Honduras se ubica en el primer lugar en casos de violación en América Latina, con más de 200 víctimas de violación por mes, aunque está claro que no todos los casos son denunciados, por lo que las cifras deben ser más elevadas. La política criminal (que no tiene nada de raro en un narco-Estado propiamente dicho) ha traído consigo más de una docena de femicidios en lo que va del año 2019. Ante la ola de violencia y pobreza que azota el país, miles de mujeres deciden emigrar de forma ilegal, corriendo el permanente riesgo de ser violadas y/o asesinadas en el trayecto: la crisis humanitaria ha golpeado hondo y la feminización de la pobreza hace de las mujeres un grupo altamente vulnerable. En otras palabras, Honduras es uno de los peores países de América Latina para nacer –y ser- mujer.
¿Conmemorar o resistir? La urgencia de una agenda mínima entre las fuerzas de oposición
“¡Contra la crisis y la precariedad, Revolución feminista ya!” gritan las feministas de América Latina y del mundo. Pensar la crisis con las gafas violetas nos ha permitido entender la profundidad de la misma, desde el cuestionamiento de lo privado y lo público, hasta el planteamiento de una economía basada en la sostenibilidad de la vida. Si bien el fantasma del feminismo (al que todas las fuerzas conservadoras pretenden exorcizar) genera temor en todos, tarde o temprano entenderemos que el feminismo pone de pie a un mundo que está patas arriba.
Sin embargo, para que esto sea posible, el movimiento feminista debe salir de su “zona de confort” de manera permanente. Ya basta de resistencias fragmentadas que nos dividen y nos individualizan. Es suficiente de nuestra herencia colonial, que “no permitió que las mujeres se reconocieran como tales, [relegándolas] a categorías ligadas tanto a la clase de procedencia como a la pertenencia étnica: blancas, mestizas, indias y negras, [lo que solo provocó que las mujeres no compartieran] cosmovisiones ni espacios sociales”. Es tiempo de dialogar. No olvidemos que cuestionarnos y debatir es una necesidad histórica, pues refuerza la tensión dialéctica fundamental para nuestro progreso colectivo.
Finalmente, no está de más mencionar que el 25 de enero no es una fecha para que nos regalen flores y chocolates. ¿Fecha para conmemorar? Quizás. Pero el solo recordar un acontecimiento histórico sin que traiga consigo una fuerza movilizadora tampoco es suficiente. El 25 de enero es para recordar, sí, pero también para cuestionar, repensar y resignificar el pasado, para contribuir a la construcción de un futuro más prometedor. Este 25E debe invitarnos a la resistencia, una resistencia movilizadora, crítica, y común: en otras palabras, es urgente que dialoguemos y construyamos una agenda común mínima para protegernos del nuevo fascismo que nos violenta.
*Estudiante de la carrera de Historia de la UNAH y militante del Movimiento “Yo No Quiero Ser Violada.”
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
3 respuestas
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