Covid-19

La crisis mundial del hambre no debe normalizarse

Por: Stephen Devereux

BRIGHTON – Desde la década de 1960 hasta mediados de la de 2010, el hambre disminuyó en todo el mundo. Pero, a pesar de una producción récord de alimentos, la tendencia se está invirtiendo: alrededor de 828 millones de personas se vieron afectadas por el hambre en todo el mundo en 2021, un aumento de 46 millones con respecto a 2020 y 150 millones con respecto a 2019.

El problema no se limita a los países de ingresos bajos. Un gran número de personas en los países más ricos, como el Reino Unido, Sudáfrica y Brasil, no pueden satisfacer sus necesidades nutricionales básicas. Nuestra investigación reciente sugiere que los sistemas de alimentarios inequitativos y el hambre generalizada podrían convertirse en la nueva normalidad.

En el Reino Unido, la sexta economía más grande del mundo, aproximadamente una de cada siete personas experimentó pobreza alimentaria en septiembre de 2022, con más de 2.000 bancos de alimentos operando en todo el país; hace aproximadamente una década había menos de 100.

En Brasil, la pobreza y la inseguridad alimentaria habían caído a sus niveles más bajos a principios de la década de 2010. Pero gran parte de este progreso se ha revertido en los últimos años, debido a una recesión que comenzó en 2014 y se profundizó en 2015. La crisis económica coincidió con un período de agitación política que desembocó en la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff en 2016.

Cuando el expresidente brasileño Jair Bolsonaro asumió el cargo en 2019, su gobierno no hizo ningún esfuerzo por reducir el hambre o la pobreza, y la pandemia del COVID-19 pronto exacerbó a ambas. Se estima que para 2022, 125 millones de brasileños –más de la mitad de la población– enfrentarían algún grado de inseguridad alimentaria, y 33 millones vivirían con hambre. Las comunidades negras y de color, los hogares dirigidos por mujeres y las familias de bajos ingresos con niños pequeños se ven afectados de manera desproporcionada.

Al igual que en Brasil, el hambre en Sudáfrica, donde crecí, tiene sus raíces en legados históricos, y la inseguridad alimentaria persiste a pesar del reconocimiento explícito en la constitución del derecho de las personas a una nutrición adecuada. Casi el 45% de la población experimentó inseguridad alimentaria moderada o extrema entre 2018 y 2020, el doble que en Brasil durante ese período.

Producimos alimentos más que suficientes para alimentar a la población mundial. Entonces, ¿qué está fallando y cómo se puede solucionar?

El primer problema es que los gobiernos siguen sin estar dispuestos a actuar. En el Reino Unido hay una falta de voluntad política para abordar las desigualdades cada vez más profundas, y el inadecuado sistema de bienestar del país ha obligado a los bancos de alimentos y a las organizaciones benéficas a tomar el relevo. Eso cambiará sólo cuando los crecientes niveles de hambre comiencen a costar votos a los políticos.

En Sudáfrica, las organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicación están trabajando para crear conciencia sobre la inseguridad alimentaria y hacer que el gobierno rinda cuentas. Desde marzo de 2022, por ejemplo, el periódico online Daily Maverick publica una serie de artículos sobre el hambre en Sudáfrica bajo el título “Justicia alimentaria”. Muchas ONG del país, como Gift of the Givers, proporcionan alimentos a los necesitados, mientras que otros grupos presionan al gobierno para que cumpla su mandato de garantizar el derecho a la alimentación. Sin duda, estos esfuerzos apuntan en la dirección correcta, pero aún queda mucho por hacer.

El segundo problema es común en todo el mundo: culpar a las víctimas, como los políticos del Reino Unido que afirman que la gente usa los bancos de alimentos porque no pueden cocinar ni administrar su presupuesto familiar. Esto es tan inexacto como improductivo: las disparidades estructurales y los desequilibrios de poder, no las decisiones individuales, están impulsando la inseguridad alimentaria, afectando más duramente a los pequeños agricultores, los grupos marginados y las mujeres.

Para superar el hambre y la pobreza sistémicas subyacentes, las personas más vulnerables a la inseguridad alimentaria deben estar en el centro de los esfuerzos para crear sistemas alimentarios más equitativos que mejoren tanto su acceso a la nutrición como sus medios de vida. Eso significa apoyar iniciativas lideradas por la comunidad que estén diseñadas teniendo en cuenta las necesidades de los grupos marginados. También será fundamental desarrollar políticas locales y nacionales que aborden las desigualdades históricas y garanticen que quienes padecen hambre sean incluidos en la toma de decisiones en todos los niveles.

La ciudad británica de Brighton and Hove ofrece un buen ejemplo de cómo los grupos comunitarios y los funcionarios gubernamentales pueden trabajar juntos para abordar el hambre y la pobreza. Al utilizar un enfoque de “sistema completo”, mediante el cual diferentes departamentos del gobierno local (incluidos salud, planificación y transporte) colaboraron con comedores escolares y organizaciones comunitarias, la ciudad pudo mejorar el acceso a alimentos saludables y reducir las tasas de obesidad infantil. Además, las sucesivas estrategias alimentarias y contra la pobreza alimentaria desde 2006 han permitido a las partes interesadas identificar cuestiones pertinentes y adaptar los programas según sea necesario. Esta visión a largo plazo, junto con un enfoque intersectorial que no se limita a las organizaciones alimentarias, ha sido clave para el éxito de la ciudad.

En última instancia, la acción coordinada es fundamental para crear resultados más equitativos. Necesitamos preguntarnos cómo funcionan los sistemas alimentarios y quién se beneficia más de ellos. Los investigadores, activistas y organizaciones benéficas deben trabajar con líderes locales, nacionales y globales para corregir las deficiencias estructurales en la producción, procesamiento, distribución y consumo de alimentos.

En un mundo que produce suficientes alimentos para todos, nunca debemos aceptar el hambre como una realidad inmutable de la vida. Nadie debería preocuparse de dónde vendrá su próxima comida, o si llegará o no.

Stephen Devereux, a development economist with expertise in food security, is a research fellow with the Food Equity Center at the Institute of Development Studies.

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