Fotos y Texto: Fernando Destephen
Tegucigalpa. –Hasta el 31 de mayo de 2016 la vida de Lucio Hernández era normal, esa “normalidad” que en Honduras se conjuga entre la violencia y la corrupción. Trabajaba como maestro de obra y caminaba largas distancias dentro de la capital. Nunca pensó que se convertiría en zapatero y que quedaría sin piernas.
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Eran las seis de la mañana y Lucio iba caminando como todos los días, pero “un varón iba loco y se tiro por la acera y me pasó por encima y me abrió toda esta parte de acá y de acá”, dice mientras levanta su camisa y con sus manos recorre varias cicatrices que han marcado su vida. En sus ojos no hay un atisbo de lágrimas, sonríe, acostumbrado no a un dolor, sino a todos.
Ese día se levantó sin imaginar que sería la última vez que lo haría y que serían los últimos 950 metros que caminaría desde su casa hasta lugar del accidente. Las aplicaciones de GPS calculan que ese trayecto se recorre en doce minutos caminando y en dos minutos en vehículo, esto no incluye el triciclo (que le regaló otra persona con discapacidad) o una silla de ruedas.
“Este accidente yo lo tuve a la par del Estadio en aquel puentecito de alto”, describe Lucio al referirse al paso a desnivel que los capitalinos conocen como “Cuatro Puntos Cardinales”, nombrado así irónicamente por las autoridades municipales, según ellos, para rendir tributo a cuatro jóvenes que fueron ejecutados y luego encontrados en diversos puntos de la periferia de la capital, luego de haber sido detenidos por las fuerzas de seguridad del Estado el 15 de septiembre de 1995.
Los cadáveres de Marco Antonio Servellón García (16), Rony Alexis Betancourth Vásquez (17), Orlando Álvarez Ríos (32) y Diomedes Obed García, fueron encontrados el 17 de septiembre de 1995, dos días después de haber sido retenidos. Los asesinatos siguieron un patrón común y un dictamen de balística determinó que los crímenes se ejecutaron con una misma arma. Ese día fueron detenidas 128 personas por agentes de la Fuerza de Seguridad Pública de las Fuerzas Armadas de Honduras (FUSEP) con la idea de evitar disturbios durante los desfiles del día de la independencia y dejar en libertad a la mayoría de los detenidos cuando las fiestas hubieran pasado, para no exceder el plazo constitucional de 24 horas. Algunos no regresaron a sus casas, razón por la cual hoy pesa una sentencia en contra del Estado de Honduras por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 21 de septiembre de 2006.
Ese paso a desnivel, que honra la impunidad de los asesinatos extrajudiciales y en masa y que no tiene acera para los peatones, fue inaugurado en el año 2007 en la administración municipal de Ricardo Álvarez a un costo de 21 millones de lempiras. Lucio pagó con sus dos piernas.
Recuerda que el fuerte impacto del accidente lo dejó inconsciente. Su memoria regresó al encontrarse en el hospital Escuela, donde tuvo el fuerte impacto al despertarse y enterarse que le habían amputado una de sus piernas.
Haber sobrevivido al accidente lo atribuye a la grandeza de Dios porque en la sala del hospital donde estuvo interno había gente que moría y él, con sus dos piernas desechas, pudo recuperarse.
En un momento de desesperación durante su hospitalización y porque el dolor era insoportable, le pidió al médico que lo atendía que le amputará la otra pierna.
A pesar de su desdicha su vida no se detuvo. Luego de su recuperación y sin la asistencia necesaria, volvió al mundo sin sus piernas, subido en una silla de ruedas y con los muñones de las piernas sangrando se ganaba 70 lempiras diarios vendiendo zapatos en uno de los mercados de Comayagüela, ciudad gemela de Tegucigalpa, que entre sí conforman el municipio del Distrito Central.
Contó que en los últimos años ha hecho en cuatro ocasiones solicitudes en el despacho de la primera dama para conseguir prótesis para sus piernas, pero desgraciadamente sus gestiones han sido infructuosas.
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A raíz del accidente tanto su aspecto físico como sus ingresos económicos se han visto mermados. Dejó la confección de zapatos nuevos por las reparaciones porque es poco lo que invierte y porque está consciente de que es más caro hacer zapato nuevo.
Lucio ahora se transporta en silla de ruedas o triciclo, desde su vivienda en una de las orillas del bulevar Kuwait, en uno de los barrancos que están en las riberas del río Choluteca hasta la rotonda en el bulevar Juan Pablo II, haciendo un extraño contraste con los restaurantes de comida rápida y el monstruo burocrático del Centro Cívico Gubernamental (CCG).
A diario Lucio se confunde entre decenas de personas que piden dinero en la calle y que permanecen en esta condición tras el impacto de la pandemia por la CIVID-19 que ha multiplicado la indigencia en las principales ciudades de Honduras.
Son cientos de vehículos los que a diario pasan cerca de Lucio, pero son pocos los que paran para contratar sus servicios. El día que lo acompañamos para hacer este reportaje nadie se le acercó.
Lucio Hernández pertenece a las estadísticas de las personas con discapacidad de las que se estima en Honduras hay 381,287, aunque datos del Centro Nacional de Información del Sector Social (Cennis) registra 222,388, de estos, 42,909 padecen de discapacidad mental, 69,232 discapacidad motriz, 25,624 discapacidad verbal, 26,624 auditiva y 57,959 visual.
Además de la precariedad económica en la que vive y en el abandono, hasta familiar, Lucio se enfrente a una situación muy difícil, pues andar en silla de ruedas en una ciudad que no es inclusiva como Tegucigalpa, no es fácil. Tiene que andar con mucho cuidado al cruzar las calles, porque no existen rampas o pasos especiales para personas con discapacidad.
El peligro al que se enfrenta a diario lo acecha por la imprudencia de los conductores, como ocurrió recientemente cuando una volqueta casi lo atropella cuando cruzaba una calle.
A pesar de no tener sus piernas y enfrentarse a diario a la falta de oportunidades, Lucio intenta y lucha por salir adelante a bordo de una silla de ruedas o en un triciclo que tiene y que usa para transportarse hasta el mercado para comprar material para la reparación de los zapatos.
La resiliencia es un factor determinante en los procesos de recuperación de traumas, no todos saben aprovecharla y salir de un problema. Lucio se considera una persona importante porque busca trabajar y dice que “el trabajo lo honra a uno sea como sea”.
Lucio se ha convertido en un aliado importante de decenas de jóvenes que también demandan de su trabajo. Es él quien repara las mochilas de los deliveries de varias empresas de comida que esperan sus turnos en los estacionamientos de los restaurantes que se han convertido en el paisaje diario de Lucio y en su lugar de trabajo.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas