Por: Irma Becerra
Está muy de moda hablar en la actualidad del conductismo económico o la economía conductual que “pretende desmitificar al ser humano en su racionalidad y reducirlo a comportamientos meramente espontáneos y del estado de ánimo” de las personas. Por eso, la economía conductual habla de la posibilidad de “medir” a través de experimentos de laboratorio, la conducta humana y cuantificar de forma inexorablemente predecible la forma en que las personas se conducen o toman decisiones que son, para esta ideología economicista, siempre “sesgadas” y, por tanto, no racionales.
Ante lo anterior, debemos decir desde la Filosofía como ciencia de la racionalidad lógico-relacional, que la conducta humana se podrá “medir” y cuantificar pero los seres humanos por ser “complejos e interesantes” son y serán siempre racionalmente impredecibles y tomarán decisiones no solo de primera alternativa y elección, sino también de último momento e imprevistas, según sea el estado de ánimo respecto a la experiencia pasada y presente, y según sea su actitud respecto al futuro, según se sientan y representen el futuro, y según, además y sobre todo, sea el sentido de la presencia lúcida y no ignorante de su vida y respecto a su vida.
Estas decisiones puede que no sean del todo racionales en última instancia, pero no es la mera irracionalidad instrumental cuantificable la que las guía y predomina en ellas, como, por ejemplo, la decisión de un padre heroinómano de suicidarse para proteger a su pequeña hija porque él no puede vencer su adicción o no está suficientemente dispuesto a dejarla. Esto a simple vista puede parecer irracional, pero puede, igualmente, ser catalogado como un “suicidio por amor” ante la imposibilidad propia de cambiar de conducta, lo que, a la larga, se convierte en la mejor decisión, porque cuando se tienen hijos la vida se vuelve inexorablemente más compleja y vulnerable.
Considero que debemos tener mucho cuidado con los tribalismos actuales, las políticas identitarias que absolutizan los aspectos biológicos de la identidad de la raza humana para crear nuevos sistemas totalitarios por encima de la igualdad entre los seres humanos; así como, los conductismos de moda que, como la economía conductual, pretenden reducir las experiencias humanas a decisiones cuantificables o que supuestamente se pueden predecir porque se pueden “medir” de manera exacta matemáticamente.
Los seres humanos vivimos las vivencias más allá de simples predicciones matemáticas experimentales porque la racionalidad humana es un complejo laberinto de interrelaciones dialécticas que no son meramente lógicas, sino que se encuentran intrínsecamente unidas a las emociones, los sentimientos profundos e incondicionales, las pulsaciones del alma, el corazón y el espíritu, que nos hacen tomar decisiones profundamente humanas y no únicamente propias de robots o cíborgs.
Tratar de medir las conductas humanas y reducirlas a fórmulas cuantificables no solo atenta contra la libertad del ser humano, sino, además, y sobre todo, contra la liberación por parte de los seres humanos de las conductas erróneas y la posibilidad de enfilarnos por caminos más correctos para lo que se precisa del ejercicio de la fuerza de voluntad y la conciencia racional.
En este sentido, aunque los seres humanos somos impredecibles, así como los pueblos, las culturas y las naciones, nuestra espontaneidad también está sujeta a una ley universal de la justicia que manda hacia la mutua fraternidad de un universalismo relacional de la Humanidad y para toda la Humanidad que no se basa en razones biológicas, sino en criterios filosóficos trascendentales y que nos mantiene unidos a todos los seres humanos bajo un fin de consenso global que es vivir en una sociedad abierta de sentido democrático, en la que nadie consienta que otra persona pierda la luz de su voluntad propia, y en la que nadie caiga en la tentación de querer o pretender apagar la luz de otra persona u otro ser humano y naturaleza en general.
Esta máxima ética de la Utopía Relacional Lumínica establece un universalismo relacional ilustrado por encima de simples correlaciones sistémicas que pretenden cuantificar hasta la toma de decisiones de las personas; y ese universalismo relacional ilustrado le establece la idea de la justicia a toda la Humanidad por encima, incluso, de la autoridad de la propia divinidad o Dios, el cual también deben atenerse a ella.
En este sentido, la experiencia como libertad necesaria proviene de la Ilustración Kantiana de “atreverse a superar la propia inmadurez para marchar sin la tutela de otro”. Y eso no es ni puede ser cuantificable ni medible por ninguna economía o ciencia matemática. ¡Viva la libertad humana en amor incondicional fraterno!
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Escritora y filósofa hondureña. Doctorada en filosofía por la Universidad de Münster, Alemania. Es directora de la Editorial Batkún, fundada por su padre, el escritor e historiador hondureño Longino Becerra. Su mas reciente libro “En defensa sublime de la mujer” Ver todas las entradas