Sin sacrificio no hay redención

 Una triste navidad

 

Por: Arturo Rendón Pineda

A finales de 1944 un 24 de Diciembre a eso de las 7  de la noche,  mi padre junto a la familia  se dedicaba a instalar un sistema de  luces en el  nacimiento navideño que, a  usanza de aquel tiempo, había construido mi madre en la sala de la casa, adornándolo  con musgo que expresamente íbamos a recoger con mis hermanos a los bosques vecinos con otras plantas silvestres.  

 Mi padre se empeñaba en instalar en la ciudad en miniatura, foquitos de linterna común soldados con delgados alambres energizados por pilas de 1 ½ voltios colocadas en serie, ya que las luces de colores que hoy venden en cualquier negocio no se conocían para en esos tiempos “de la bendita paz y de dar gracias a Dios” como se hacían llamar durante la dictadura de Tiburcio Carías Andino que en esos aciagos años estaba en todo su apogeo. 

 Mientras la familia se aprestaba a celebrar “la noche buena” que para nosotros sería fatal; un grupo de soldados irrumpía violentamente   en la casa ante la sorpresa y temor de mi madre y mis pequeños hermanos cuando quien escribe recién había cumplido 14 Octubres.  

La tropa  había visto a mi padre por la ventana arreglando el nacimiento, y traían orden para llevarlo preso.  Hasta la fecha, nunca expusieron motivo alguno para tan arbitrario proceder propio de la dictadura que en aquel entonces (como ocurre ahora) asolaba al país. Alarmada mi madre había hecho  reaccionar a mi papá que parecía ignorar lo que estaba ocurriendo en su entorno.

 Mi progenitora antes de que la tropa rompiera a culatazos y patadas la puerta de la casa, corrió a alertar al encargado de la finca La Cubana de nuestra propiedad  don Alfonso Aguilar que casualmente se encontraba celebrando con la familia, a quien dio instrucciones de sacar a mi papá por el patio trasero para evitar que fuera capturado por las ordas cariístas.   

Mientras mi padre corría seguido por su fiel empleado hacia el traspatio de la casa,  contaba mi progenitora que ella  había escondido en la bolsa de su abrigo un revolver pequeño que estaba dispuesta a usar si era preciso antes que ver ultrajado a su marido.  Todo esto ocurría  mientras la soldadesca forzaba la puerta de la casa urgiendo para que les abrieran.

 Inicialmente  mi padre se resistía a huir alegando que no tenían de que acusarlo, pero en vista de las exigencias de mi madre, se vio obligado a correr  protegido por el mandador hacia el muro o tapial del fondo del patio, donde ayudado por su empleado,  logro escalarlo  saltando a la propiedad colindante cayendo en un zacatal. 

Aunque en este solar vecino había una casa de habitación, los dueños no se percataron de que alguien había saltado a su patio y fue así, como ambos fugitivos lograron  salir pasando a toda prisa bajo un cerco de alambre que rodeaba el patio de la casa que daba a la calle, para luego dirigirse hacia las afueras de la ciudad a casa de su media hermana Conchita Rajo que residía en el barrio La Cuchilla, donde mi papá se refugió, mientras se indagaba sobre los motivos de la orden de captura para disponer  lo que debiera hacerse más adelante para actuar en consecuencia.

 Pese a que los soldados  alegaban que lo habían visto y que lo entregaran, mi madre les respondía indignada que no era idiota para permitir que capturaran a su marido.   Mi hermano menor  Pedrito, -a pesar de ser un niño,- tuvo la brillante idea de escabullirse para ir a  apagar el motor  generador de electricidad  con que se alumbraba la casa, ya en ese tiempo no había una empresa pública de energía eléctrica.

Al quedarse a oscuras mi madre acompañada por quien escribe   se tomó su tiempo para  encender  una  lámpara de gas kerosén, mientras los soldados registraban hasta el más apartado rincón de la casa como si mi padre fuera un peligroso criminal.

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 Días después, mi padre llegaba a nuestra casa de incógnita,  amparado en las sombras de la noche con una peluca disfrazada de mujer que le hacía verse cómico y nos provocaba morir de la risa al verle vestido en forma tan estrafalaria. Otras veces, juntamente con mis hermanos, mientras fingíamos andar cazando pájaros con ondas de hule en los solares vecinos de La Cuchilla en las afueras de la ciudad, nos introducíamos por el traspatio a la casa de la tía Conchita para visitarlo y pasar un rato ameno platicando con él. 

 Nunca se supo  a qué se debió aquella arbitraria orden de captura contra nuestro progenitor, como nunca supimos de que le acusaban, pero mi padre por temor a  ser capturado y atropellado como se estilaba contra los liberales en los tiempos de Carias, se mantuvo alejado de la casa por algún tiempo hasta que mi madre  consiguiera garantías valiéndose de autoridades de Tegucigalpa hasta donde se vio obligada a trasladarse para tal fin.  

Así eran las cosas en tiempos de la dictadura de “mi general Carías”, donde se implanto la trilogía del ENCIERRO, del DESTIERRO y del ENTIERRO, en que a los adversarios políticos los enviaban a pasar  “A MEJOR VIDA” aun y cuando en los actuales momentos, esta nueva dictadura siempre de factura cachureca, le llaman cínicamente:  “UNA VIDA MEJOR”. 

 

 

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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2 comentarios

    1. pendejo, fue designado presidencial, cuando los a políticos les quedaba algo de honradez