La persistencia del entuerto

¿Sólo el pueblo salva al pueblo?

Ceteris Paribus

Por: Julio Raudales

 

A medida que pasan los días, cunde en el país un sentimiento de indefensión, de abandono, de hastío. Pareciera que todo conspira contra la gente, sobre todo la más pobre.

Las fuentes de ingresos merman cada día, ya desde marzo, cuando la pandemia paralizó la industria y los servicios, los dos sectores de la economía que generan mayor valor agregado, se viene experimentando un fuerte decaimiento en la actividad productiva. Ahora, para colmo, el sector primario, o sea la agricultura y ganadería, emergen del chubasco petrificados y pareciera que quedarán allí al menos por seis meses más.

El futuro no podría pintar más lúgubre. Si ya la Encuesta Permanente de Hogares que publica el INE mostraba que, para 2019, más del 60% de los trabajadores hondureños tenían problemas de empleo, los más de 600 mil trabajadores adicionales que entraron en precariedad, ya sea por la pandemia o debido a los huracanes, llevarán a Honduras a una situación de pobreza y marginalidad nunca vivida. 

Esa es la razón de las torvas proyecciones del Banco Central que prevén una caída dramática en el PIB. Si bien la agricultura, silvicultura, caza y pesca representan solo el 13% del total de la economía, son curiosamente las que generan la mayor cantidad de empleos a la gente y, aunque estas actividades son tan importantes para la seguridad alimentaria, su productividad es tan baja que, quienes se dedican a ellas, obtienen ingresos paupérrimos, es decir, son la gente más pobre del país.

Todo lo descrito nos muestra que Honduras es el epítome de la injusticia social. Un país falto de oportunidades para la mayoría de sus habitantes que prefiere jugarse la muerte en el camino hacia el norte, que seguir viviendo en este infierno sin futuro. Con los dedos de la mano pueden contarse aquellos que han prosperado utilizando únicamente su ingenio emprendedor y trabajo tesonero; pululan si, sin desparpajo, aquellos que, cobijados al amparo de la política, amasaron fortuna del brazo de los adláteres de turno.

Así, en un entorno de baja productividad, ineficiencia e inequidad, las y los hondureños perviven bajo el manto de la incertidumbre. La lógica indica que el Estado, ese acuerdo milenario al que todos contribuimos con impuestos y obediencia y al que, por omisión, todos acudimos si de resolver nuestros problemas colectivos se trata, debería estar ahora más presente que nunca para resolver. Pero no: Hoy, ese Leviatán que Hobbes imaginó como el gran proveedor de auxilio a todos, es ajeno al clamor de la gente.  ¿Quién podrá rescatarnos?

¡Solo el pueblo salva al pueblo! Pinta la consigna en redes sociales y grafitis. Y hasta una canción suena en la algazara de emisoras y canales de televisión que, con la mira puesta en exhibir la ineptitud oficial, fotografían o filman la multitud de caravanas en que empresas, iglesias, ONGs y personas naturales, movidas por la solidaridad y la empatía, se vuelcan a los centros de acopio, mostrando con ello la voluntad firme de evitar que el país colapse. Pero. ¿Será que cumplir con el deber moral de acercarnos a quienes nos necesitan ahora nos libra de otras responsabilidades?

Quedarnos en esa demostración puede ser heroico y hasta deseable. Hay quien piensa que los problemas sociales se pueden resolver en el ámbito de las relaciones interpersonales, que puede ser innecesaria la intermediación estatal para conseguir más bienestar. ¿Pero será coherente esta forma de comportamiento con la realidad actual? Yo digo que no.

¿Solo el pueblo salva al pueblo? Definitivamente Si, pero solo cuando esta masa informe y anárquica se organiza y exige a la autoridad que eligió, que cumpla de manera efectiva su mandato o que de lo contrario se marche.

Los hondureños sacrificamos casi 20 centavos de cada lempira que ganamos para sostener un gobierno con el fin de que, en circunstancias como la que vivimos en el presente, se convierta en baluarte para la resolución de los problemas que no podemos solventar por nuestra cuenta. ¿Qué sentido tiene sostener un gobierno que, en 2021, se pretende gastar la bicoca de 162 mil millones de lempiras, si nos tocará a nosotros organizarnos y salvarnos a nosotros mismos?

No nos engañemos ni le hagamos más fáciles las cosas a los políticos con slogans que solo servirán para acrecentar nuestras desgracias y hacer sempiterna la dominación de unos pocos. El gobierno es una ficción creada por los humanos con un fin: ¡Hagamos que se cumpla o mandémoslo al carajo!

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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