Por Manuel Torres Calderón
Periodista*
Ricardo Zúñiga acaba de ser nombrado Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de los Estados Unidos. Ello no significa dar por superada su gestión diplomática en el Triángulo Norte de Centroamérica, sino que ahora tiene más poder para negociar y presionar los acuerdos que busca. En ese sentido, no sé si para los tres presidentes de la región involucrados, su ascenso en Washington es una buena o una mala noticia.
Eso sí, en su nueva responsabilidad diplomática, Zúñiga tiene una agenda más amplia que atender. Por “Hemisferio Occidental” se entiende, básicamente, América Latina, con focos de interés geopolíticos tan relevantes para Estados Unidos como México, Cuba, Colombia, Brasil y Argentina.
Al respecto, no se puede obviar que los objetivos interamericanos de la política exterior norteamericana responden a una larga trayectoria histórica, donde las líneas que separan el intervencionismo de la “buena vecindad” suelen ser tan endebles que no se distinguen. Pese a ello cabe la posibilidad, al menos como beneficio de la duda, que su gestión se diferencie de otros antecesores de ingrata memoria en su cargo, como Elliot Abrams.
Abrams, a quién Le Monde diplomatic llamó “el Secretario de Estado para las guerras sucias”, estuvo al frente de esa Subsecretaría entre 1985 y 1989, período en el cual mostró que las restricciones jurídicas, históricas o de derechos humanos no le valían ninguna consideración o respeto. Para Abrams “servir a la democracia” justificaba apoyar dictaduras, apañar genocidios, invasiones, operaciones encubiertas, tráfico de armas…
Buena parte de la inestabilidad e ingobernabilidad que enfrenta ahora Centroamérica hunde sus raíces en aquellos años. La visión de “democracia y prosperidad” de Abrams, impuesta a sangre y fraude, pudo haber frenado la crisis que le preocupaba a la administración Reagan, pero no impidió su desarrollo y profundización en los años venideros.
Como lo subrayan diferentes análisis, la crisis de inseguridad que se vive en el Triángulo Norte de Centroamérica no solo se puede explicar por la confrontación entre grupos del crimen organizado, pandillas, tráfico de drogas, armas y personas, sino también con base en las precarias condiciones sociales de la región.
La Centroamérica que emergió de los 80 no trajo consigo democracia. Los grupos que monopolizaban las viejas estructuras estatales no renunciaron al control político, económico y social, sino que se reciclaron y encontraron otros socios y negocios para mantener su hegemonía. Hoy en toda la región, incluyendo Nicaragua y Costa Rica, lo que priva es el desencanto por el fracaso de la “democracia” y de los partidos políticos. Salta la necesidad de reiniciar una nueva y diferente transición a la democracia.
Bajo esa perspectiva, el éxodo incesante de migrantes irregulares debe asumirse como un punto de partida inexcusable para entender que tiene lugar en un contexto más amplio de crisis estructural y que demanda romper, o modificar, los viejos paradigmas de la relación bilateral.
Un esfuerzo en esa dirección, como lo apuntan diferentes organizaciones de la sociedad civil, requiere agendas de desarrollo, integrales e incluyentes, con políticas fiscales progresivas y otra lógica redistributiva de los impuestos y del gasto público, con recursos suficientes y bien empleados que combatan la pobreza y la desigualdad, promoviendo, protegiendo y garantizando los derechos humanos; y una lucha tenaz contra la corrupción y la impunidad, entre otros aspectos.
Sabemos que Zúñiga no tiene la última palabra para decidir la política que asumirá el gobierno de Biden, que en Washington aún se considera que “lo que es bueno para la General Motors sigue siendo bueno para los Estados Unidos”, pero resulta que tenemos problemas comunes que enfrentar. Que nosotros, por ejemplo, no podemos evitar que hasta los niños se sumen a los migrantes, y que Estados Unidos, por su parte, no pueda evitar que lleguen hasta su frontera y la pasen ilegalmente.
Ante ese panorama no se trata de alentar expectativas falsas o dar la impresión que nosotros creemos en cuentos de brujas, pero tampoco es época para que ellos salgan a cazarlas, como aún lo alienta Elliot Abrams y compañía. Sabemos que las relaciones entre una “metrópolis hegemónica” y la “periferia”, como decía la vieja narrativa sociológica de la dependencia, no cambia de la noche a la mañana, así por así. Sin embargo, si algo podría hacer Zúñiga es aportar un enfoque fresco para interpretar nuestra realidad centroamericana y latinoamericana.
Quizá el intenso trabajo que Zúñiga desplegó en el Triángulo Norte le convenció que en lugar de salir en busca de “aliados incondicionales”, carentes de toda legitimidad, de lo que se trata es mostrar mayor flexibilidad, pragmatismo y sensibilidad a los problemas y aspiraciones de la sociedad centroamericana. Admitir que nuestros pueblos tienen pleno derecho y madurez para decidir; incluso para equivocarse al decidir.
Esa es la mirada que se esperaría de Zúñiga, centroamericano de origen, al fin y al cabo, aunque no sepamos que fue del niño que correteaba en Tegucigalpa. Una mirada capaz de distinguir en el flujo migratorio la fragilidad de la vida, la alegría, el dolor, la capacidad de sufrir y también la fortaleza de los caminantes. Tomarlos en cuenta. Consultarlos. Saber que ellos proceden de una región donde impera una lógica de poder que descansa en la injusticia, la intolerancia y la desigualdad extrema y donde, entre la razón de las demandas sociales y la fuerza de la represión, se impone la fuerza.
Y algo más, Zúñiga conoce el blindaje de la impunidad criminal y de la corrupción que nos atenaza. Nadie le contará cuentos en esa materia.
Con el antecedente diplomático de su destacada mediación negociadora entre los ex presidentes Barack Obama y Raúl Castro en 2014, Zúñiga tiene la experiencia como para esbozar escenarios, explorar ideas, sugerir procedimientos y mantener activa tanto una diplomacia oficial como de segunda vía con Centroamérica.
No se trata de que actúe al margen de los gobiernos, pero sí que intente ampliar las reglas del juego tanto como le sea posible. Una de ellas será reconocer que en estos países hay otros escenarios, otros sujetos, otras propuestas y procedimientos a tomar en cuenta y que los problemas que nos afectan deben ser resueltos por la vía institucional y democrática, no fuera de ella, Ojalá sea así. A ningún ciudadano sensato le puede interesar que fracase en su misión.
(*) Este artículo forma parte de una serie que busca ahondar en el nuevo intento del gobierno de Estados Unidos de frenar, a través de estrategias de cooperación y desarrollo, la migración irregular procedente de Centroamérica.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas