El influencer en Honduras no debe ser solo popularidad, es responsabilidad en las palabras

Por:  Sammy Castro-Emme* 

Las tendencias negativas de las redes sociales en Honduras se convierten en fenómenos efervescentes que alcanzan niveles de aceptación que no se encuentra para los temas de relevante importancia, como la exigencia por mejor educación o la protesta social por beneficio colectivo, estas últimas, manifestaciones orientadas a la obtención del beneficio colectivo, reprimir la ola de corrupción y delincuencia gubernamental y de otros sectores.

En el entorno actual del cosmos digital donde cualquier individuo puede tener derecho a una porción virtual de lo público e interponerse o manipularlo con sentencias propias y ajenas, puede ser considerado como descomunal intentar la censura. Nunca se había tenido tan cerca el poder de emitir opiniones e influir en otros. El progreso reciente de las plataformas, no obstante, ha establecido una brecha entre la libertad de expresión clásica y la libertad de postear.

El acto material de escribir un post, crear un video y publicarlo se va alejando cada vez más del ideal de movilizar una conversación pública por medio de las ideas de construcción. No es a la participación social a lo que apuntan las redes hoy, sino a una experiencia consumista de contenidos ordenados por la lógica del monopolio privado y por intereses de difamación, personales y de grupos.

El abogado y escritor estadounidense Jack Balkin, en el libro La libertad de expresión indica: un ideal en disputa, el cambio tecnológico ha introducido una enorme contradicción social: la acumulación de utilidades por parte de las plataformas solo puede lograrse al clausurar el ejercicio de las formas de libertad y participación cultural que ellas mismas crearon.

En la actividad económica mundial de la información, la libertad de expresarse es un derecho subordinado a la protección de los propietarios de la inversión. Por eso las redes sociales pueden ser masivas, pero jamás públicas. Por eso las propuestas de regulación del Estado, que suponen esquemas de multas, controles institucionales y sanciones para limitar el poder supranacional de las plataformas, terminan siendo anacrónicas.

La mitad de las campañas realizadas con influencers el año pasado en otros países, según el diario El Mundo de España, fueron un rotundo fracaso y los clientes admiten estar saturados, sin embargo, el negocio sigue inflándose a golpe de ‘likes’

Un influencer en definición estricta, es una persona que se caracteriza por la confiabilidad en lo que le cuenta al público sobre un tema en específico. Asimismo, ellos pueden causar una serie de reacciones y opiniones. Gracias a ello y a la influencia que poseen con los usuarios, logran convertirse en una persona interesante para una empresa, grupos políticos y personas particulares.

En Honduras esta ola de encargados de conseguir reacciones e interacciones con los usuarios se ha iniciado sin los efectos positivos esperados. Tienen una falta de entendimiento sobre los alcances de la libertad de expresión y también una falsa ilusión de que lo que se dice en internet no genera repercusiones reales. Abusan del lenguaje, de las ideas, de la honorabilidad y la integridad como seres humanos. Difaman, denigran y pretenden levantar perfiles incluso a corruptos, sumándose con ello los grupos que de manera ilegal detentan el poder.

Este es el momento de hablar con mayor seriedad sobre los influencers, sobre esas figuras que, sin ser verdaderamente expertos en las materias de las que hablan, han alcanzado la capacidad de influir sin tampoco conocer sus propios límites ni responsabilidades. Su falta de pericia, sensibilidad y educación en diferentes temas es cada vez más evidente. Si bien dependen de las pantallas, son estas mismas las que han terminado por evidenciarlos. Estos personajes demuestran su poca formación educativa, su baja moralidad al asumir posturas de “extorsión”, al pretender obtener salarios y manutención con el mínimo esfuerzo, esta tendencia creciente, provoca mayor degradación, al punto que muchos de ellos aspiran a la política vernácula.   

Los influencers son figuras que nacieron al interior de la sociedad del entretenimiento. Y hasta ahora su función principal es entretener más que educar. Su autoridad es una que aparece a razón del número de seguidores más que por la experiencia en la materia, y el conocimiento que propagan, aunque sea por testimonio, es uno que se aleja del escolar y académico.

Ante esto recién escribió el académico Barret Swanson en su artículo de Harper’s Bazar, “La ansiedad de los influencers”, en la que nos cuenta cómo fue vivir varios días en una Clubhouse de tiktokers adolescentes donde incluso varios han dejado la escuela con tal de dedicarse a tiempo completo a generar contenido para la plataforma. Y si bien no es necesaria una formación académica para lograr ciertos planteamientos, no es lo mismo opinar sobre una línea de cosméticos o unos jeans, que emitir un juicio sobre corrupción o delincuencia de cuello blanco. Se opera sin ningún tipo de reflexión crítica frente a lo que comunican en las pantallas a sus audiencias. No existe una dimensión ética y, amparados en la libertad de expresión, creen que repetir discursos violentos, racistas, homófobos y clasistas no generan responsabilidad porque es solo una opinión. Como si la violencia fuera únicamente física y no se pudiera ejercer mediante el lenguaje.

En la actualidad los influencers en Honduras, han iniciado, como lo dije arriba, su aspiración a la política de patio, estas acciones, deben de ser un llamado de atención no solo a los influencers sino a la comunidad que habita en redes sociales, a entender y analizar mejor esos escenarios virtuales donde nos performamos sí a través de la imagen, pero también de la palabra. ¿Realmente están abonando de manera positiva a la sociedad? El poder que tienen estas figuras es uno que viene a partir del like y del follow, y la responsabilidad es compartida. No se trata únicamente de que los influencers sean capaces de reproducir discursos violentos a cualquier nivel, sino también del porqué hay gente que decide apoyarlos y continúa siguiéndolos a pesar de lo que expresan o de sus acciones. Tras un acto bochornoso y/o delictivo, ganan más followers. Y lejos de ser un caso aislado cada que algún influencer comete una falta, siempre aparecen cientos de seguidores a ampararlos, ¿Cuáles son los límites y por qué no se comprende la complejidad del asunto?

Los influencers son conscientes del poder que tienen, pero lo piensan principalmente desde un factor publicitario y no desde uno humano. Los influencers en Honduras no reconocen la incapacidad que tienen para anunciar productos y convencer a su audiencia de probarlos (y por esto cobran por las menciones, quieren comer, vestir y divagarse de gratis) pero también se eximen a sí mismos de cualquier responsabilidad cuando ejercen comentarios de salud, políticos o sociales, cuando todo está en el mismo espectro comunicativo. Estos personajes, necesitan invertir en educación y en un asesoramiento que no solo les permita generar más “views” y “likes” de manera inmediata, sino comprender mejor las problemáticas actuales. Quizá no pidieron tener esa voz pública, pues no estaban preparados, pero ahora la tienen y va de por medio una responsabilidad que o aprenden a controlar o les seguirá generando conflictos a diferentes niveles.

El fenómeno de los influencers se ha desarrollado tanto en los últimos años que diferentes regulaciones sobre su figura están próximas a aprobarse y ejecutarse. En Noruega, por ejemplo, ya es ilegal que los influencers no mencionen en sus publicaciones pagadas cuando la foto ha pasado por cierto proceso de edición (incluyendo filtros). Y en Alemania tienen que indicar públicamente cuando el contenido que comparten es publicidad pagada. Se debe generar en Honduras, como en otros países, una iniciativa de ley que regule la publicidad con influencers y creadores de contenido bajo la idea de proteger a la ciudadanía frente a la publicidad engañosa o influencia tendenciosa política, a partir de la transparencia, sin influencias de políticas engañosas. De obtenerlo, esto sería un primer paso en la regulación de contenidos que, lejos de clausurar la libertad de expresión, lo que se busca es un cobro de consciencia sobre la responsabilidad de lo que se trasmite.

El entramado de los negocios, que en última etapa es donde se encuentran estos protagonistas, parece ser uno que rara vez se preocupa por el pensamiento ético. Sin embargo, ya va siendo tiempo de que pongan atención a esto. La indiferencia es la banalidad del mal.

Las estadísticas según el Diario El Mundo, indican que más de 20 millones de personas trabajan como influencers en todo el mundo. Esto incluye el deplorable papel que hacen los que se autodefinen así en Honduras, la profesión del siglo XXI, dicen. Youtubers, influencers y viceversa. Un negocio que mueve ya más de 1.000 millones de dólares y que llegó para reinventar el mercado de la publicidad y la propagada. Al fin y al cabo, era tan sencillo como acumular seguidores y escribir un mensaje en Twitter o subir una foto a Instagram elogiando las bondades de un producto y ahora hasta de un político, para que las ventas y la diseminación de ideologías se disparasen.

Las tendencias negativas de las redes sociales en Honduras se convierten en fenómenos efervescentes que alcanzan niveles de aceptación que no se encuentran para temas de relevancia como la educación o la protesta social, esta última, manifestaciones encaminadas a obtener beneficio colectivo, reprimir la ola de corrupción y delincuencia. del gobierno y otros sectores.

En el entorno actual del cosmos digital donde cualquier individuo puede tener derecho a una porción virtual de lo público e interponerlo o manipularlo con sentencias propias y ajenas, se puede considerar enorme intentar censurar. Nunca ha estado tan cerca el poder de expresar opiniones e influir en otros. El reciente avance de las plataformas, sin embargo, ha creado una brecha entre la clásica libertad de expresión y la libertad de publicar.

El acto material de escribir un post, crear un video y publicarlo se aleja cada vez más del ideal de movilizar una conversación pública a través de ideas de construcción. No es la participación social a la que apuntan hoy las redes, sino a una experiencia de consumo de contenidos ordenada por la lógica del monopolio privado y por la difamación, los intereses personales y grupales.

El abogado y escritor estadounidense Jack Balkin, en el libro Freedom of Expression indica: un ideal en disputa, el cambio tecnológico ha introducido una enorme contradicción social: la acumulación de ganancias por parte de las plataformas solo se puede lograr cerrando el ejercicio de las formas de libertad. y participación cultural que ellos mismos crearon.

En la economía global de la información, la libertad de expresión es un derecho subordinado a la protección de los propietarios de las inversiones. Por eso las redes sociales pueden ser masivas, pero nunca públicas. Es por eso que las propuestas regulatorias del Estado, que involucran esquemas de multas, controles institucionales y sanciones para limitar el poder supranacional de las plataformas, terminan siendo anacrónicas.

La mitad de las campañas realizadas con influencers el año pasado en otros países, según el diario El Mundo de España, fueron un rotundo fracaso y los clientes reconocen estar saturados, sin embargo, el negocio sigue engrosando debido a los ‘me gusta’

Un influencer en estricta definición, es una persona que se caracteriza por la confiabilidad en lo que le dice al público sobre un tema específico. Asimismo, pueden provocar una serie de reacciones y opiniones. Gracias a esto y a la influencia que tienen con los usuarios, logran convertirse en una persona interesante para una empresa, grupos políticos y particulares.

En Honduras, esta ola de encargados de conseguir reacciones e interacciones con los usuarios ha comenzado sin los efectos positivos esperados. Tienen un desconocimiento del alcance de la libertad de expresión y también una falsa ilusión de que lo que se dice en internet no genera repercusiones reales. Abusan del lenguaje, las ideas, el honor y la integridad como seres humanos. Difaman, denigran y tratan de perfilar incluso a los corruptos, agregando con ello a los grupos que ostentan el poder ilegalmente.

Es el momento de hablar más en serio de influencers, de aquellas figuras que, sin ser verdaderamente expertos en los temas de los que están hablando, han logrado la capacidad de influir sin conocer sus propios límites o responsabilidades. Su falta de experiencia, sensibilidad y educación en diferentes temas es cada vez más evidente. Aunque dependen de las pantallas, son ellas las que las han acabado mostrando. Estos personajes demuestran su poca formación educativa, su baja moralidad al asumir posiciones de «estorbo», al intentar obtener salarios y manutención con el mínimo esfuerzo, esta tendencia creciente provoca una mayor degradación, al punto que muchos de ellos aspiran a la política vernácula.

Los influencers son figuras que nacieron dentro de la sociedad del entretenimiento. Y hasta ahora su función principal es entretener más que educar. Su autoridad es la que aparece en base al número de seguidores más que a la experiencia en la materia, y el conocimiento que difunden, incluso a través del testimonio, es uno que se aparta de la escuela y lo académico.

Ante esto, el académico Barret Swanson escribió recientemente en su artículo de Harper’s Bazar, “La ansiedad de los influencers, en el que nos cuenta cómo fue vivir durante varios días en un Clubhouse de tiktokers adolescentes donde varios incluso han dejado la escuela en orden. dedicarse a tiempo completo a generar contenido para la plataforma. Y aunque no es necesaria una formación académica para lograr ciertos enfoques, no es lo mismo comentar una línea de cosméticos o jeans, que emitir un juicio sobre corrupción o delitos de cuello blanco. Opera sin ningún tipo de reflexión crítica sobre lo que se comunica en las pantallas a sus públicos. No hay dimensión ética y, amparados por la libertad de expresión, creen que repetir discursos violentos, racistas, homofóbicos y clasistas no genera responsabilidad porque es solo una opinión. Como si la violencia fuera solo física y no pudiera ejercerse a través del lenguaje.

Actualmente los influencers en Honduras, han iniciado, como dije anteriormente, su aspiración a la política del patio, estas acciones deben ser un llamado de atención no solo a los influencers sino a la comunidad que vive en las redes sociales, para comprender y analizar mejor. esos escenarios virtuales donde nos interpretamos a través de imágenes, pero también a través de palabras. ¿Realmente están contribuyendo positivamente a la sociedad? El poder que tienen estas figuras es el que viene de los similares y los siguientes, y la responsabilidad es compartida. No se trata solo de que los influencers sean capaces de reproducir discursos violentos a cualquier nivel, sino también por qué hay personas que deciden apoyarlos y seguir siguiéndolos a pesar de lo que expresen o de sus acciones. Después de un acto vergonzoso y / o criminal, ganan más adeptos. Y lejos de ser un caso aislado, cada vez que un “influencer” comete una falta, siempre aparecen cientos de seguidores para protegerlo, ¿Cuáles son los límites y por qué no se comprende la complejidad del asunto?

Los influencers son conscientes del poder que tienen, pero lo piensan principalmente desde un factor publicitario y no humano. Los influencers en Honduras no reconocen la incapacidad que tienen para publicitar productos y convencer a su audiencia de que los pruebe (y por eso cobran por las menciones, quieren comer, vestirse y pasear gratis) pero también se eximen de cualquier responsabilidad cuando ejerciendo comentarios sanitarios, políticos o sociales, cuando todo está en el mismo espectro comunicativo. Estos personajes necesitan invertir en educación y asesoramiento que no solo les permita generar más “vistas” y “me gusta” de forma inmediata, sino también comprender mejor los problemas actuales. Quizás no pidieron tener esa voz pública, porque no estaban preparados, pero ahora la tienen y se trata de una responsabilidad que o aprenden a controlar o seguirá generando conflictos a distintos niveles.

El fenómeno de los influencers se ha desarrollado tanto en los últimos años que están a punto de aprobarse y ejecutarse distintas normativas sobre su figura. En Noruega, por ejemplo, ya es ilegal que los influencers no mencionen en sus publicaciones pagas cuando la foto ha pasado por un determinado proceso de edición (incluidos los filtros). Y en Alemania tienen que indicar públicamente cuándo el contenido que comparten es publicidad paga. En Honduras, como en otros países, se debe generar una iniciativa de ley que regule la publicidad con influencers y creadores de contenido bajo la idea de proteger a la ciudadanía frente a publicidad engañosa o influencia política sesgada, basada en la transparencia, sin influencias políticas engañosas. De lograrse, este sería un primer paso en la regulación de contenidos que, lejos de cerrar la libertad de expresión, lo que se busca es una toma de conciencia sobre la responsabilidad de lo que se transmite.

El tejido empresarial, que en la última etapa es donde se encuentran estos protagonistas, parece ser uno que rara vez se preocupa por el pensamiento ético. Sin embargo, ya es hora de que le prestes atención. La indiferencia es la banalidad del mal.

Las estadísticas según el diario El Mundo, España, indican que más de 20 millones de personas trabajan como influencers en todo el mundo. Esto incluye el deplorable papel que juegan quienes así se definen en Honduras, la profesión del siglo XXI, dicen. Youtubers, influencers y viceversa. Un negocio que ya mueve más de 1.000 millones de dólares y que llegó a reinventar el mercado publicitario y propagandístico. Al final del día, fue tan simple como acumular seguidores y escribir un mensaje en Twitter o subir una foto a Instagram alabando los beneficios de un producto y ahora incluso de un político, por lo que las ventas y la difusión de ideologías se dispararon.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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Un comentario

  1. Muy buen artículo, se debe regular el contenido que se suben a las redes, muchos opinan de política, economía y acontecer nacional y no están al tanto de lo que implica sus comentarios en el público que lejos de informar, muchas veces desinforman y confunden. Felicidades al excelente escritor de este este artículo.