Por: Rodil Rivera Rodil
Hay causas cuya justicia es tan evidente que, simplemente, no tiene mucho sentido ponerse a discutir por ellas porque siempre se corre el riesgo de debilitarlas o demeritarlas. Este es el caso de la soberanía de las naciones. Augusto César Sandino, el gran patriota nicaragüense fue, quizás, quien mejor expresó lo que quiero decir: “La soberanía de los pueblos no se discute, se defiende con las armas en la mano”.
Por ello, más que alegar, lo que procede es aplicarles el máximo rigor que contempla la ley. En casi todo el mundo, el delito en que incurren los nacionales que atentan contra la soberanía de su propio país es el de traición a la patria. Y es bueno recordar que no hace mucho se castigaba con la pena de muerte. Y bien visto, son menos culpables los que empuñan las armas contra la tierra que los vio nacer -al menos se juegan la vida- que los que atentan contra su soberanía desde el mismo poder que el pueblo les confió. Como lo está haciendo Juan Orlando Hernández y su pandilla.
Porque no hay tales de que la constitución permite la instalación de las ZEDES en Honduras. La ley que las crea es inconstitucional per se, es decir, por sí misma. Pues la esencia de su concepción no es otra que la renuncia o la cesión de nuestra soberanía. En otras palabras, JOH pretende desmembrar el país en múltiples Estados, tantos como ZEDES se autoricen, ya que cada una tendrá su propio territorio, población, gobierno y legislación. Honduras, pues, dejaría de ser el Estado moderno en que vivimos para volverse un conjunto de ciudades-Estado, a semejanza de lo que fueron Italia y Alemania durante la Edad Media, que solo pudieron unificarse después de una lucha de varios siglos.
Pero eso no es todo. Las ZEDES, según el artículo primero de la ley, “son parte inalienable del Estado de Honduras”. Lo que equivale a su incrustación a perpetuidad en nuestro país y que nunca puedan ser enajenadas o traspasadas a nadie. Su inconstitucionalidad, por tanto, no requiere de ninguna demostración ni, mucho menos, de ninguna interpretación, pues cualquiera que se intente conduce a un monumental absurdo.
Con enfrascarse en estériles discusiones sobre una ley tan obviamente inconstitucional solo se consigue que JOH y sus secuaces recurran a leguleyadas para confundir a la ciudadanía, incluyendo a algunos abogados despistados. Las ZEDES son inconstitucionales y punto. Si se quieren autorizar zonas de libre comercio similares a las que existen en otras partes, debe primero declararse su inconstitucionalidad y comenzar de cero.
Las ZEDES están siendo impuestas a sangre y fuego por JOH solo porque ejerce el poder dictatorialmente. Y porque el Congreso y la Corte Suprema de Justicia no son independientes sino meros apéndices suyos. Me pregunto si no se les habrá caído la cara de la vergüenza a los magistrados que votaron por partir en pedazos la misma justicia en cuyo nombre actúan. Sobre todo los del Partido Liberal, que mancharon para siempre su nombre, su toga y sus supuestas convicciones políticas.
Y están equivocados los que creen que solo se trata de la soberanía como valor patrio. El estribillo que Juan Orlando repite como loro, que las ZEDES traerán el desarrollo a nuestro país, como engañosamente dice su nombre, no vale ni el papel en que lo imprimen los periódicos. Lo único que prueba es que no sabe ni un comino de economía. El desarrollo, por definición, solo es tal cuando abarca la casi totalidad de la población, al contrario del crecimiento que se refiere nada más a la macroeconomía, que favorece mayormente a los sectores pudientes, sin tomar en cuenta la desigual riqueza e ingresos de las grandes mayorías.
De ahí que el aumento del producto interno bruto de un país (PIB) no siempre sea indicativo de desarrollo sino solo de mero crecimiento económico. Y que muchas veces, como ocurre en infinidad de estados -Honduras en primerísimo lugar- más bien conlleve una mayor desigualdad. Las ZEDES de JOH, como están concebidas, lo que van a generar es eso, mucha más desigualdad. Justo por eso se las llama “enclaves”. Que nunca llegan a ser, como algunos pregonan, verdaderos “polos” de desarrollo, puesto que, entre otras razones, sus áreas de influencia son siempre locales o regionales.
Esto es lo que aconteció en Panamá con la Zona del Canal y aquí en Honduras con las compañías bananeras a lo largo del siglo pasado. En el primero, aparte de la miseria que recibía el país en concepto de derechos por la operación del canal, su influencia económica real solo abarcaba una limitada porción del territorio panameño. Y en nuestro país, sin olvidar la explotación y humillación a que fueron sometidos los trabajadores hondureños, aquella solamente llegó a una parte de la costa norte. Ya la pandemia y los huracanes han llevado la desigualdad a un límite muy peligroso. ¿Cuánta más podremos aguantar?
De otro lado, es muy sospechoso que los inversionistas de las ZEDES insistan en seguir construyéndolas a pesar de la gran oposición que han generado en todo el país y en las mismas Naciones Unidas. La única explicación es que detrás de este antipatriótico plan se halle algo muy turbio. No olvidemos que su promotor norteamericano, Paul Romer, al poco tiempo de ser anunciadas interpuso su renuncia y denunció las irregularidades que descubrió en el proyecto, y más tarde, en el 2016, comentó al portal digital salvadoreño El Faro: “La última vez que revisé, estaba yendo en una dirección que yo no apoyaba”.
Hace unos días leí las declaraciones del jefe de las fuerzas armadas en las que afirma que por el estudio de las ZEDES que realizó la institución ha llegado a la conclusión de que la soberanía hondureña está a salvo porque sus soldados no tendrán ningún inconveniente para entrar en ellas. ¡Vaya! Qué bien que los dejarán entrar. Pero es una verdadera lástima que este señor no haya leído alguna biografía del general Omar Torrijos y de su titánica gesta para liberar a Panamá del colonialismo que Estados Unidos ejercía a través del canal.
Y aseguro que no ha leído ninguna porque si lo hubiera hecho ni él ni el ejército hubieran tolerado semejante cercenamiento de nuestra soberanía. No hubiera olvidado la contestación de Torrijos a un periodista que, en lo más arduo de su lucha, le preguntó si en realidad lo que él quería no era más que entrar en la historia. La respuesta resume el genuino celo de un verdadero militar por su patria. Una soberbia frase que JOH y su general debían grabar en sus mentes y recordar todas las noches antes de irse a la cama:
“No, señor, yo no quiero entrar en la historia, lo único que quiero es entrar en el Canal de Panamá”.
Tegucigalpa, 20 de junio de 2021.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas