Por: Marlin Oscar Ávila
Los hondureños permanecieron tranquilos las últimas tres décadas. Estuvieron enterados del uso de su suelo para invadir a países vecinos, algunos jóvenes participaron en contiendas guerrilleras vecinas, pero no armaron ninguna guerrilla en tierra nacional. Ahora, de tanta represión y asesinatos a su juventud, las élites políticas y económicas han rebasado sus límites. No hay pueblo que resista tanto vejamen, tanto daño a los sectores humildes, indefensos e inocentes.
El imperio les cierra fronteras y construyen muros para impedirles el paso. Más bien les amenaza con expulsar a quienes están manteniendo la economía del país. Los ejércitos imperiales, como sus cuerpos de inteligencia, se unen para perseguirles adonde vallan; se les inculpa de lo que ni pensaron hacer; se les trata como delincuentes; se les expropia de lo poco que poseen; se les explota como esclavos y se les quitan sus sueños de desarrollarse como personas, con los derechos universales suscritos por los gobernantes en los foros de Naciones Unidas; en resumen, se les lleva más allá del límite de cualquier ser humano.
La indiferencia con que la comunidad internacional ha visto el caso hondureño, le hace cómplice del sufrimiento que vive diariamente ese pueblo. Pero, así mismo le hace cómplice de los resultados, el impacto y la rebeldía que pueda producir y que su juventud tiene derecho a mostrar. Cuando la situación hondureña sea insoportable para la inversión internacional, cuando caigan en banca rota más empresas locales y, nadie pueda tener la mínima seguridad necesaria para transitar en sus calles y centros comerciales, veremos a los organismos multilaterales y bilaterales poner el grito al cielo. Esa inepta diplomacia internacional, se dispondrá a establecer fuerzas multilaterales para «combatir el terrorismo», ese terrorismo oficial que después de tres meses no han podido identificar, atender, ni reconocer.
No será extraño que misiones internacionales lleguen a diagnosticar «la gravedad de Honduras». Pero solamente se hará para justificar la intervención contra un pueblo que ha venido clamando justicia en los últimos 9 años. La verdadera justicia y, no la de los jerarcas de los organismos internacionales, ciegos, sordos y sin lengua para denunciar la barbarie cometida en la actualidad.
La constitución reconoce la sublevación popular cuando se le ha violado los derechos más sensibles al soberano, cuando se le impone un gobierno no elegido democrática mente. Esto ha sucedido desde algunos años atrás, culminando con el proceso electoral de noviembre del 2017. Pero esa representación diplomática que habita en zonas de lujo de su capital no ha hecho más que felicitar al impostor. Seguramente serán ellos los primeros en quejarse, después, por no lograr ir a los restaurantes de lujo y pasearse por los centros turísticos que mantiene la élite económica local. Exigirá brigadas multilaterales para que lleguen a devolver su lujosa tranquilidad.
Habrá que aclarar a esa diplomacia que sabemos que no representa a sus pueblos que ahora se solidarizan con la causa del pueblo hondureño. Así que sus incomodidades no importará un comino. Lógicamente, habrá excepciones, las cuales se distinguen fácilmente.
Honduras ha llegado a confirmar esa verdad que ha sonado por toda América Latina, que «solamente el pueblo salva al pueblo».
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Cierto, preciso, visionario.