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Los límites históricos del capitalismo desde la ética de Kant

Por: Irma Becerra

Desde la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, la Metafísica de las Costumbres, la Filosofía Práctica y la Doctrina del Derecho, Kant esbozó una teoría de respeto y atención a la dignidad humana de todos los seres humanos sin excepción que ya desde el siglo XVIII iba contra toda forma de colonialismo, esclavismo, feudalismo,explotación, expropiación, patriarcado, extractivismo y degradación de todas las personas del Planeta Tierra y de la naturaleza en general.

En la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant empieza por explicar el método que sigue con el ascenso de la dialéctica natural del hombre común hasta la filosofía práctica que debe ayudarlo, y el respectivo descenso hacia la vida cotidiana del sentido común, ya enriquecida por la razón legisladora universal dirigente de la Filosofía Crítica.

Kant parte en dicho escrito, de la definición de la voluntad buena y el simple deber vistos como manifestaciones o inclinaciones “externas” de la sensibilidad humana, demostrando que la verdadera moralidad no reside en el hecho de realizar buenas acciones simplemente, sino en la necesidad de avanzar hasta el cumplimiento de la acción práctica y el comportamiento que se realiza no obedeciendo a un deber, sino por el deber mismo, en tanto ley moral que posee por eso valor moral absoluto. Solo la acción práctica entendida absolutamente como respeto al deber por sí mismo vuelve las cosas morales y les otorga valor moral. No es, pues, la simple acción buena la verdaderamente moral, porque esta puede realizarse por razones o inclinaciones egoístas, y por eso no suficientemente prácticas ni respetuosas del deber lo que nos debe guiar, sino aquellas acciones buenas y correctas que son desinteresadas totalmente porque se realizan por el deber mismo. Ahora bien, ello no significa que los seres humanos vamos a comportarnos sin caer en errores o debilidades, como si fuéramos máquinas o robots, sino que debemos atenernos al principio del querer realizar acciones nobles de forma total. Por eso Kant señala que para la voluntad hay principios de la acción que no se fundan en la tierna compasión y este tipo de amor es el único que puede ser ordenado (Véase pág. 25).

En este sentido, la buena voluntad es la que se cumple por el deber mismo basado en el principio del querer hacer siempre lo correcto. Este principio Kant lo define como sigue: […] una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos los objetos de la facultad de desear” (Ídem, pág. 25).

De ahí, que “la buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma” (Ídem, pág. 21).

Es por eso por lo que “el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley” (Ídem, pág. 25-26). De esa forma, Kant puede esbozar la máxima de obedecer siempre a esa ley moral que llevamos dentro o en nuestro espíritu interior: “Una acción realizada por deber tiene, empero, que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con ésta todo objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica, y, por lo tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas mis inclinaciones” (Ídem, pág. 26).

Pero como también somos seres sensibles y no autómatas, Kant define la máxima o el imperativo categórico de la ley práctica como un poder querer que nuestra acción individual pueda convertirse en ley universal para los demás: “Pero ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referirnos al efecto que se espera de ella, tiene que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal legalidad de las acciones en general -que debe ser el único principio de la voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal” (Ídem, pág. 26).

Y, justamente, Kant agrega que: “La determinación inmediata de la voluntad por la ley y la conciencia de sí misma se llama respeto: de suerte que éste es considerado como efecto de la ley sobre el sujeto y no como causa” (Ídem, pág. 26).

Ahora bien, volviendo a nuestro análisis crítico del capitalismo, ya citamos en referencia anterior en el blog, el pesimismo de los autores Daly y Cobb, que señalan que el individualismo y el egoísmo, o sea las inclinaciones, dentro de la economía capitalista han llegado a tal punto de aumentar las ganancias de los capitalistas, que ya a esta economía capitalista le es indiferente tanto lo bueno como lo malo, la buena o la mala voluntad. La buena voluntad y el simple deber de los capitalistas no basta para tener valor moral, moralidad y ser ley práctica, porque se basa en la inclinación egoísta de hacer ganancias para sí mismos, aunque “regalen” o distribuyan caritativamente “un poco” de esas ganancias, que en realidad son plusvalía robada a los trabajadores y no simple dinero acumulado como ya demostrase Karl Marx.

Ahora bien, si en el capitalismo se da la “buena voluntad” como simple formalidad o fórmula formal y no como querer en sí misma, ¿cómo se logra entonces que esa falsa voluntad se transforme en ley moral y práctica y en una máxima del querer por el deber en sí mismo de manera universal? ¿Cómo logramos superar el individualismo egoísta y pensar en una acción colectiva realmente útil para toda la Humanidad, y de la que participen todas las personas que habitan la Tierra?

Pues, como ha expresado Serge Moscovici: “…a fuerza de hablar de la naturaleza, hemos olvidado que ella tiene una historia, la nuestra”. Lo que no significa más que hemos olvidado que estamos siempre en interacción con el mundo real externo y con la naturaleza en general, y que estos llevan en su exterior nuestra propia historia, es decir, una historia paralela que nosotros mismos, los sujetos humanos, les hemos impuesto creyendo que no se rebelarán jamás. Pero tanto el mundo real externo como la naturaleza poseen ahora límites “históricos”, a cuyas leyes se tienen que atener las propias leyes contradictorias internas del capitalismo. Y por eso, a la Humanidad en general no le queda más que respetar dichos límites históricos porque, de lo contrario, nos autodestruiremos sin remedio.

Los límites históricos del capitalismo nos los imponen el mundo externo real y la naturaleza en general, porque su máxima natural es la conservación desde la evolución gradual y no expansiva sino progresiva de los límites históricos humanos. La historia de la naturaleza y del mundo externo real, es nuestra propia historia, y tiene un final si no  detenemos a tiempo la destrucción de la Tierra, un final que nos está alcanzando, y en el cuál ninguna diosa romana Cibeles en ninguna plaza, sea en San Pedro Sula o en Madrid, a pesar de su cabeza de corona torreada o compuesta de torres, podrá proteger ya las ciudades.

  • Irma Becerra
    Escritora y filósofa hondureña. Doctorada en filosofía por la Universidad de Münster, Alemania. Es directora de la Editorial Batkún, fundada por su padre, el escritor e historiador hondureño Longino Becerra. Su mas reciente libro “En defensa sublime de la mujer” test10@test.com

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