Instructivo para quienes se asustan cuando ven esas hormiguitas llamadas palabras, marchando unas detrás de las otras
Por: Mario Roberto Morales
No existe mejor manera de aprender que la lectura. El recurso audiovisual es un excelente auxiliar de la misma pero jamás puede ser su sustituto, pues nunca una sucesión de imágenes y sonidos podrá igualar los niveles de abstracción que expresan los conceptos que debemos manejar con soltura cuando adquirimos conocimientos.
La sobresaturación de imágenes y sonidos que los medios masivos audiovisuales causan en la mente de la niñez y la juventud, merma las capacidades necesarias para enfrentarse a los textos, en especial la capacidad de concentración, de memoria y de comprensión. Esta es la razón por la que nos angustiamos cuando abrimos un libro. Quisiéramos que nos gustara leer pero las dificultades mencionadas hacen que la lectura se nos convierta en una tortura y nos angustia quedar mal ante nuestros padres y maestros. Esto, sin embargo, tiene solución.
Leer sin angustiarse ni perder la concentración es algo que se logra mediante una sencilla técnica. Antes de empezar, pensemos que deliberadamente vamos a tratar de vivir lo que leamos, como cuando miramos una película. Propongámonos creerlo. Y dediquémonos exclusivamente a eso durante cinco minutos cada vez, sin hacer nada más. Porque si leemos en medio de otras actividades, como ver televisión, conversar con amigos o pensando en lo que tenemos pendiente, la lectura se convertirá en algo tedioso que sólo nos fastidiará. Dediquemos pues, cinco minutos exclusivamente a leer y a creer y vivir lo que leemos.
Para hacer esto hay que olvidarse de lo que nos rodea y procurarse un ambiente silencioso y tranquilo. No se trata de leer durante muchas horas, sino cinco minutos nada más, pero comprendiendo a cabalidad lo que leemos. Después de esos cinco minutos, dejemos pasar 30 segundos antes de leer cinco minutos más; descansemos durante otros 30 segundos y luego leamos cinco minutos finales. Hagamos esto una vez al día durante una semana. Luego, dos veces al día durante la semana siguiente; después, tres veces durante la tercera y cuatro veces en la cuarta. Repitamos lo logrado durante cuatro semanas más, es decir, leer quince minutos cuatro veces al día, con los respectivos 30 segundos de descanso cada cinco minutos.
Si seguimos esta técnica, nuestra capacidad de lectura se incrementará y llegaremos a sentir genuinos deseos de sumergirnos en ella para vivir lo que las palabras tienen que decirnos. Es posible que, después de repetidas sesiones de este tipo, nos convirtamos en lectores voraces y que podamos leer en cualquier lugar y a cualquier hora: en el autobús o la cafetería y rodeados de mucha gente. Pero para alcanzar esto, debemos empezar como dijimos: entendiendo lo que leemos mediante la calma, el silencio y la concentración durante pocos minutos. No nos impongamos metas que no podamos cumplir, como leer dos horas seguidas; eso vendrá con el tiempo, cuando la lectura se convierta en una manera de divertirnos llenando con ella el vacío de nuestra mente y de nuestra alma. No me lo crean. Háganlo y comprueben los resultados por ustedes mismos.
Cuando la lectura sea una fuente de felicidad y no de sufrimiento, se habrán adentrado en un mundo más divertido que el de la televisión, porque la hondura humana de los textos supera la superficialidad del mensaje audiovisual masivo. No me lo crean. Compruébenlo. Regálenle cinco minutos a su mente y a su espíritu de vez en cuando. Y sientan y piensen en esos minutos lo que el autor del texto sintió y pensó cuando lo escribía. Ese es el secreto. Nada más.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas