El reto de Bukele

La crisis del Congreso

Reflexiones sobre la pandemia (73)

Por: Rodil Rivera Rodil

La crisis del congreso era política y se resolvió políticamente. Nunca fue jurídica o siquiera constitucional. La Corte Suprema así lo reconoció al desestimar los recursos que se interpusieron contra las directivas de Redondo y de Cálix. Por lo que la solución se dio por la correlación de fuerzas entre ambas, que fue favorable a la primera. El peso del abrumador resultado de las elecciones, el masivo apoyo de la ciudadanía a la alianza más el soporte del Poder Ejecutivo fue insuperable para las fuerzas de las debilitadas bancadas nacionalista y liberal.

Los nacionalistas se movieron por mero oportunismo político, se les presentó una oportunidad para compensar un poco la humillante derrota y la tomaron. En tanto que los liberales se sumaron por motivaciones político-mercantiles, a cambio de magistrados de la Corte Suprema de Justicia, ya que el exiguo número de diputados que obtuvieron no les permite aspirar casi a ninguno, y, según fuentes del mismo partido, varios de ellos los necesitan para los millonarios juicios que tienen pendientes.

Ya antes en Honduras, cuando la crisis de 1985 durante el gobierno del doctor Suazo Córdova, mucho más grave que la actual, la solución surgió con la famosa “Opción B”, una singular mezcla de elecciones primarias con generales, estrictamente política, tanto que nadie objetó que fuera inconstitucional. Y la que, por cierto, condujo a la paradoja electoral de que el candidato que sacó más votos, Rafael Leonardo Callejas, perdió los comicios, y el que quedó en segundo lugar, Simón Azcona del Hoyo, fue declarado ganador.

En el presente caso, la salida se dio por una vía distinta, pero siempre política. La posesión del edificio del Poder Legislativo por la alianza, el abandono de Cálix por los diputados nacionalistas y liberales más el respaldo del poder ejecutivo, le brindan a la directiva de Luis Redondo una legitimidad más que suficiente para su reconocimiento definitivo. Ya no hay “otro congreso”, como antes se decía, sesionando en ninguna parte. Lo que se discute entre Libre y los disidentes solo son las condiciones en que estos volverán al partido y al congreso.

Pero se ha montado una campaña contra la directiva de Redondo, de tal virulencia, que me recuerda la que se desató contra Mel Zelaya para preparar el golpe de Estado del 2009. Es cierto que entre los que protestan se hallan profesionales y organismos que actúan de buena fe, aunque otros han caído en la ingenuidad, como el CNA, que ahora saca pronunciamientos conjuntos con el COHEP. ¡Vaya! Santos y pecadores contra Redondo.

Por si el CNA lo desconoce, los feroces ataques contra la directiva del congreso y sus actuaciones se originan, no tanto en el otorgamiento de una amnistía para las víctimas del golpe de Estado, cuya redacción puede ser mejorada, ni en la escogencia de un Procurador y un Sub Procurador sin ser Notarios como lo exige la Constitución, lo que debe ser enmendado, sino el anuncio de un proyecto de ley que se supone que tiene listo el SAR para suprimir las franquicias de que gozan un grupo de fuertes empresarios, entre los que figuran dueños de medios de comunicación que podrían dejar de percibir millones de millones de lempiras.

De otro lado, ahora se percibe con diáfana claridad que la razón última de la crisis radicó en la clásica lucha entre las fuerzas de cambio y las conservadoras. Por un lado, la alianza que aspira a impulsar reformas de cierta profundidad para salir de la calamidad que nos dejó el modelo dictatorial, neoliberal y corrupto que se impuso en Honduras desde el golpe de Estado. Y del otro, la fuerza perdedora, la que quiere a toda costa preservar el estado de cosas tal como las dejó JOH y que encabezan los empresarios que fueron sus cómplices, y cuyos intereses defienden el Partido Nacional y el llamado lado oscuro del Partido Liberal, que en esos doce años fungió como aliado de segunda clase del primero.   

Para los que gustan de las clasificaciones ideológicas. El Partido Nacional se ubica en una franca extrema derecha; el Partido Liberal, o, mejor dicho, su lado oscuro, en una derecha “móvil”, proclive a inclinarse hacia uno u otro lado, según los vientos que soplen; el PSH de Nasralla, en un claro centro derecha, y Libre en la izquierda moderada. Al que me diga que el programa de este es radical o comunista le aconsejaría repasar sus conocimientos de política. 

Aunque el enfrentamiento entre estas fuerzas era inevitable, ya vimos que el malestar que surgió en los diputados disidentes de Libre por el cumplimiento del acuerdo con Nasralla fue aprovechado por los conservadores para intentar asegurarse el control de la Corte Suprema de Justicia, adelantar la contrarreforma aun antes de que empezaran las reformas y para promover la ingobernabilidad de la alianza.

Así, con esta mezcolanza de fines, el Partido Liberal tiró por la borda cualquier principio que le quedara y, por el ofrecimiento de cuatro o cinco magistrados que le hicieron, se jugó su última carta y se metió de cabeza en la conspiración. Y ahora, frustrado el plan, los nacionalistas se integraron al Congreso como si nada, en tanto que los diputados liberales hicieron el berrinche: “volvemos, pero solo a nuestras oficinas, hasta que se elija de nuevo la Junta Directiva de Redondo”. Como quien dice, vendremos únicamente a cobrar el sueldo, hasta que se haga nuestro capricho. 

La crisis terminó, es cierto, pero trajo consigo el reordenamiento de fuerzas en el congreso. Al quedar fuera del juego el Partido Liberal, sus diputados se fraccionan al menos en tres grupos, uno, que seguirá fiel al lado oscuro, pero siempre móvil; otro, con principios y deseoso de reformas que respalda a la alianza, y un tercero, cuyos integrantes votarán en cada ocasión conforme sus intereses particulares.

Como consecuencia, la alianza queda obligada a replantear su estrategia con el pragmatismo que demandan las circunstancias. En la suerte de nuevo bipartidismo que se ha conformado, ella y el Partido Nacional pasan a ser las principales protagonistas del Congreso, acumulan más de los 80 por ciento de los diputados. Por lo que no puede ser más obvio que las negociaciones concernientes a las reformas constitucionales y a la selección de los cargos institucionales se tendrán que llevar a cabo, básicamente, entre los dos partidos.

Y así se hará, justamente, con la nueva Corte Suprema de Justicia, cuya mayoría le corresponde a la alianza, y la que será mejor elegir pronto, entre otras razones, por el desprestigio en que ha caído por su repudiable vinculación con JOH. Para el Partido Nacional es imperioso que sea este mismo año porque así se podrá garantizar una cuota de poder antes que le toque su turno de afrontar su propia crisis interna. La que comenzó a gestarse con el estrepitoso descalabro que sufrió, que no tarda en salir a flote y que podría complicarle las cosas.

En efecto. Quién o quiénes van a cargar con la responsabilidad de la derrota. Quiénes van a poder aspirar al liderazgo del partido. Qué papel jugará su excandidato a la presidencia, a quien, dicho sea de paso, no se le vio por ningún lado durante la crisis del Congreso. Cuál será el destino de JOH y qué rol podrá desempeñar él o el juanorlandismo en el futuro del partido. Y lo toral, quizás, se mantendrá en la ultraderecha neoliberal o revisará su programa para acomodarlo a los tiempos que vivimos, como lo hizo hace algunos años cuando asumió posiciones más progresistas que el mismo Partido Liberal.

El Partido Nacional debe estar consciente de que afrontará una de las mayores tormentas de su historia, que supondrá riesgos de división que ya ha vivido en el pasado más los inéditos que podrán sobrevenir. Y sobre muchos de sus dirigentes, exfuncionarios, diputados y exdiputados, se cierne la sombra de la justicia, lo que deberá ser tomado en cuenta por los nuevos protagonistas del partido si quieren que este salga lo menos dañado posible de la insensata aventura en que lo embarcó JOH. 

Se superó la crisis, sí, pero la alianza, y Libre en particular, deben extraer las lecciones que deja. Reparar a lo interior lo que haya que reparar y tener presente que la verdadera contrarreforma ni siquiera ha comenzado. Nunca la derecha, y menos la extrema derecha, han aceptado las transformaciones sin hacer hasta lo imposible por impedirlas. Que no quepa ninguna duda de que, si pueden, no vacilarán en intentar otro golpe de Estado. Esa ha sido la invariable historia del avance de la humanidad. Reforma y contrarreforma, revolución y contrarrevolución.

Tegucigalpa, 7 de febrero de 2022. 

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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