Por: Manuel E. Yepe
La humanidad vive en un mundo de supremacía capitalista donde todo se rige, de una u otra forma, por prácticas que privilegian el capital sobre todos los demás factores de la economía.
Vivimos en un mundo con todo dispuesto para el provecho de los dueños del dinero. Desde los procedimientos electorales y las estructuras de los gobiernos hasta los mínimos detalles de las relaciones públicas y privadas, todo se ha ido orientado hacia la compraventa a fin de favorecer a las clases sociales poseedoras de la riqueza.
En Latinoamérica, ni siquiera Cuba, con su revolución socialista en progreso pero heredera de innumerables métodos, tradiciones y prácticas del capitalismo, escapa de esta realidad global. Solo que, en la isla, por virtud de la profunda revolución socialista que inició hace medio siglo, el papel que antes correspondía a las clases ricas dominantes lo ejerce la propia sociedad en su conjunto.
Una organización política basada en la doctrina revolucionaria más avanzada que ha producido la humanidad, el marxismo, desempeña en el caso específico de Cuba, su vanguardia, vigila su unidad y asegura la vigencia de relaciones verdaderamente democráticas en todos los ámbitos de la sociedad.
Si no se tiene en cuenta que los mecanismos para liberar a Cuba de las lacras del capitalismo están apenas siendo inventados, probados o pendientes de ser instituidos para servir a un sistema social que también está en proceso de surgir plenamente, se corre el riesgo de incurrir en graves errores porque la revolución cubana no es copia de ninguna otra y, al igual que otros modelos que se proclaman socialistas, tiene que explorar su propio camino.
A escala mundial, el periodismo se ha convertido, desde hace mucho tiempo, en un elemento esencial del poder, junto a los tres poderes clásicos del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial). De ahí que frecuentemente se identifique a la prensa como el cuarto poder. Con esto como su objetivo de partida, las clases dominantes han logrado hacer de los medios principales de comunicación (impresos, radio, televisión y, más recientemente, internet) una mercancía instrumental llamada a promover en los pobladores la adhesión y el acatamiento a sus ideas, y lo han hecho con tal nivel de efectividad que han logrado imponer su dictadura mediática en todo el mundo.
La publicidad se ha convertido en el recurso lícito para que los poseedores del dinero costeen los medios y de esa forma los controlen o ejerzan en su contenido una influencia proporcional con el potencial de sus propios intereses económicos y políticos.
Históricamente, los grandes capitalistas no se han conformado con el ascendiente que pueden obtener a cambio de sus anuncios y apelan al ejercicio de su propiedad total o parcial, muchas veces mediante suplantadores más o menos identificables públicamente.
La dominación ideológica de las oligarquías en Latinoamérica–que a su vez suelen actuar como testaferros de la dominación hegemónica de las grandes corporaciones estadounidenses- ha estado adquiriendo un nivel tan elevado en el continente que ya nadie pone en duda que una revolución social no es realizable sin acabar con el control contrarrevolucionario de los medios de prensa.
Confirmación de este aserto es el hecho de que hoy, en America Latina, los medios de prensa bajo control de las clases dominantes están desempeñando el papel que en el pasado siglo jugaron las cúpulas militares latinoamericanos en la realización de golpes de estado promovidos por Estados Unidos, que hundieron a la región en la más penosa situación de inequidad, crimen y miseria.
Sin embargo, de acuerdo con las experiencias recientes en el hemisferio, podría decirse que un golpe de Estado puede darse con los militares o sin ellos, con el parlamento o sin él, con los medios de prensa o sin su apoyo, pero siempre habrá que disponer de los recursos financieros que muevan la carroza.
Pese a que las leyes del desarrollo tecnológico tienden a hacer de los medios de comunicación vehículos cada vez más sociales, los dueños del capital se las han arreglado para situar siempre a las comunicaciones y la prensa en un lugar ajeno a los controles de los centros democráticos de poder a fin de facilitar su control por los dueños de los recursos financieros, los capitalistas.
La experiencia cubana –con sus virtudes y sus muchos defectos que hoy son intensamente debatidos por los periodistas en la isla- demuestra que la propiedad social sobre los medios de prensa y comunicación con la más amplia participación popular, en una sociedad donde igualmente prime la propiedad social sobre los principales medios de producción y distribución, abre la posibilidad del uso y disfrute efectivo por las mayorías de estos medios… y de salvaguardarlos de la insaciable avaricia del capital.
Otros mecanismos pudieran ser válidos, pero aun están por probarse y certificarse en la práctica.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas