Por: Kevin Rudd
BRISBANE – A medida que más países desarrollados empiezan a sentir que ya han logrado atravesar la crisis del COVID-19, dos realidades sorprendentes saltan a la vista. Primero, se puede percibir claramente lo vulnerables que todavía son muchos países en desarrollo a brotes de rápida escalada como el que estamos presenciando en la India. Los resultados de no haber distribuido las vacunas más efectivas de manera equitativa y estratégica están quedando al descubierto.
Segundo, con la continua aparición de variantes más peligrosas y contagiosas, no podemos darnos el lujo de demorar la creación de un nuevo sistema internacional para la preparación y la respuesta a las pandemias. Debemos empezar ese proyecto de inmediato. Afortunadamente, el Panel Independiente de Preparación y Respuesta a la Pandemia (IPPR, por su sigla en inglés), presidido por la ex primera ministra de Nueva Zelanda Helen Clark y la ex presidenta de Liberia Ellen Johnson Sirleaf, acaba de publicar un protocolo de cómo hacerlo.
El interrogante ahora es si los gobiernos están dispuestos no sólo a escuchar sino también a actuar. La respuesta determinará si podemos evitar que epidemias futuras se conviertan en catástrofes globales. Yo sé a partir de la experiencia de mi propio gobierno durante la pandemia de gripe porcina de 2009 (H1N1) que es crucial enfrentar estas crisis con una acción inmediata, de amplio alcance y coordinada. Gracias a ocho meses de trabajo del IPPR, los responsables de las políticas ahora tienen un conjunto integral de recomendaciones para transformar la manera en que manejamos los riesgos pandémicos.
Crucial entre las propuestas del panel es un llamado a que la preparación y la respuesta a la pandemia sean llevadas al más alto nivel de liderazgo político a través de un nuevo Consejo Global para Amenazas Sanitarias, que debería funcionar en la sede central de las Naciones Unidas en Nueva York. El panel también ha propuesto un Mecanismo Internacional de Financiamiento para la Preparación y la Respuesta a la Pandemia para ayudar a compartir la carga en futuras crisis sanitarias globales. Ya sea a través de aportes directos o de una suerte de contribución estimada, este mecanismo financiaría las medidas en marcha para la preparación y la respuesta rápida en países de ingresos bajos y medios.
El IPPR ha ofrecido el tipo de guía enfática, desapasionada y accionable que los gobiernos necesitan y que –en este caso- han exigido a través de la Organización Mundial de la Salud. Hace cuatro años, la Comisión Independiente sobre Multilateralismo (ICM, que yo presidí) intentó encender la alarma sobre la creciente amenaza de las pandemias en su informe Pandemia Global y Salud Pública Global. Estábamos sorprendidos por el mal estado de la arquitectura sanitaria global en un momento en el que las crisis sanitarias transfronterizas se estaban volviendo más frecuentes y planteaban riesgos sin precedentes. Esos riesgos desde entonces se han materializado cobrando ahora la forma de la pandemia del COVID-19.
Además de emitir una clara advertencia, el informe de la comisión hizo una serie de recomendaciones enérgicas para fortalecer el sistema multilateral frente a las potenciales crisis sanitarias globales. Sus propuestas de reglas más claras para los mecanismos de verificación y advertencia temprana hoy se replican en las recomendaciones del IPPR, al igual que su reclamo de una secretaría de la OMS más independiente y empoderada. Todavía estamos esperando un progreso en todos estos frentes.
No podemos permitirnos que el informe del IPPR caiga en los mismos oídos sordos. Sin embargo, eso es exactamente lo que parece estar sucediendo. La 74 Asamblea Mundial de la Salud acaba de votar a favor de pasar seis meses estudiando el informe del panel antes inclusive de pensar en iniciar alguna acción. Estas demoras simplemente son inaceptables.
La crisis del COVID-19 ha confirmado una verdad incómoda que es puesta de manifiesto en el informe del IPPR: concretamente, que muchas de las instituciones nacionales y globales creadas para lidiar con las pandemias globales no están preparadas para ese fin o no han sido correctamente activadas. Desde el momento a fines de 2019 y principios de 2020 en que fallaron las Regulaciones Sanitarias Internacionales existentes, el brote del COVID-19 se convirtió en una catástrofe global. Y desde entonces, nuestras respuestas económicas nacionales y globales han sido demasiado lentas, tibias y desordenadas –una falla que supuestamente la arquitectura del G20 post-2008 debía impedir.
La crisis actual todavía podría volverse mucho peor antes de mejorar. Ya estamos presenciando un colapso de las cadenas de suministro globales, que conducirá a desenlaces económicos, políticos y de salud pública desastrosos. Necesitamos recuperar el rumbo ahora para poder combatir no sólo las pandemias futuras sino también ésta.
El informe del IPPR no podría ser más oportuno. La cumbre del G7 en Cornwall el 11-13 de junio es una oportunidad de concentrar nuestros esfuerzos con el respaldo de los más altos niveles políticos. El COVID-19 ha sido costoso para todos nosotros. El informe de 2017 del ICM anticipaba que un día estaríamos en esta situación e identificó las soluciones que tendríamos que implementar. Usemos las conclusiones del IPPR para implementar reformas significativas y dar muestras de un verdadero liderazgo, para que esta pandemia sea la última en atraparnos con la guardia baja.
Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, es presidente de la Asia Society y presidente del Instituto Internacional para la Paz.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas