China será el nuevo poder hegemónico

El modelo económico chino ¿El futuro de la humanidad? (parte 5)

Por: Rodil Rivera Rodil

Reflexiones finales

¿Qué va a pasar con el modelo chino? ¿Va a llegar a ser plenamente socialista algún día, aunque sea en los cien años de que hablan los estatutos del partido comunista, o por el contrario, el sector capitalista va a ser capaz en algún momento de imponerse en toda la economía?

Establecer plazos semejantes en Occidente es impensable, pero en la cultura china no es nada extraño. Lo determinante, en todo caso, no es el tiempo que transcurra, sino que el partido comunista chino se mantenga en el poder. Y es casi seguro que mientras así sea, el objetivo de pasar a un socialismo total se mantendrá vigente y las posibilidades de los capitalistas de abarcar toda la economía serán prácticamente inexistentes.

Y como anotación al margen, desde hace muchos años circula una anécdota acerca de la actitud china frente al discurrir del tiempo, según la cual, en 1972, durante su famosa visita a China, el presidente norteamericano Richard Nixon habría pedido al líder Chou Enlai su opinión acerca de la Revolución Francesa, y que este, tras un enigmático silencio, habría contestado que “era demasiado pronto para valorarla”. Se ha comprobado que la historia no es cierta, ni el propio Nixon la mencionó nunca, pero no hay duda de que explica mejor que nada la mentalidad china, tan distinta de la occidental, casi siempre cortoplacista.Ahora bien ¿desaparecerá la iniciativa privada en China cuando se proclame el socialismo integral en cien años o cuando sea? Pienso que nadie puede afirmar tal cosa, la gran flexibilidad que han observado sus dirigentes en el manejo de su modelo económico prueba que no puede descartarse ningún escenario, pero es seguro que conservarán la inversión privada todo el tiempo que lo consideren necesario.

El desarrollo inimaginable que puede llegar a alcanzar China en cien años permite especular que, llegado el día, el paso a un socialismo pleno quizás no sea tan traumático como pudiera temerse. Las fuerzas productivas habrán alcanzado un crecimiento tan extraordinario que es posible que todos los habitantes de China disfruten de un nivel económico tan alto que lo que puedan perder los empresarios en el cambio no será para ellos tan importante como lo es en la actualidad. Y, además, en un siglo pueden pasar muchas cosas, incluso que el modelo actual perdure indefinidamente.

¿Cuánta influencia puede llegar a tener China en el mundo y, particularmente, en los países subdesarrollados?

Su extraordinario avance ha traído, como inevitable consecuencia, un replanteamiento del poder internacional. En su último libro “Orden mundial”, Henry Kissinger escribe que con la reaparición de China este ha pasado a ser multipolar, pero, dice, “no simplemente una multipolaridad de poder sino un mundo de realidades crecientemente contradictorias”, que, agrega, se dan con los “valores o principios occidentales”, que Estados Unidos propugna y que no son aceptados por otras naciones, como vimos con el sistema político chino, leamóslo:

 “El liderazgo estadounidense ha sido indispensable durante todo el proceso (el de aceptación universal de los valores occidentales), aun cuando haya sido ejercido ambivalentemente. Ha buscado un equilibrio entre la estabilidad y la defensa de principios universales no siempre reconciliables con los principios de no injerencia soberana o con la experiencia histórica de otras naciones. La búsqueda de ese equilibrio, entre la singularidad de la experiencia estadounidense y la confianza idealista en su universalidad, entre los polos de exceso de confianza e introspección, es intrínsecamente infinita. Lo que no permite es la retirada”.

Kissinger está en lo cierto, Estados Unidos jamás va a renunciar a su liderazgo, pero no tanto por los “valores universales” que sustente, sino porque, esas “realidades crecientemente contradictorias” que menciona, más que entre valores o principios, se dan, esencialmente, entre su capitalismo neoliberal a ultranza y cualquier forma de socialismo, donde quiera que se presente.

No obstante, pareciera que Kissinger no tomó en cuenta (su libro fue escrito entre el 2013 y 2014) que, si como todo lo indica, China será en el próximo futuro la mayor potencia que el mundo ha conocido, por el mismo peso de ese poderío global, sin siquiera proponérselo, de alguna manera estará “exportando” con mayor fuerza que nunca su revolución, o lo que es igual, el ejemplo de su modelo económico y social. Por lo que, quiérase o no, en el siglo XXI China moldeará al resto del planeta, como durante buena parte del siglo XX lo hicieron los Estados Unidos.

Ello, porque su influencia forzosamente irá aumentando con el ritmo de su desarrollo económico, el cual, en comparación con el de Estados Unidos, y tomando en consideración el tamaño de la población china, que es cuatro veces mayor, el de su aparato productivo, que es casi igual, y el de su tasa del producto interno bruto, tres veces superior, progresivamente lo irá sobrepasando y cada vez más rápidamente. Su mucho más grande población (más de 4 veces), o lo que es igual, de agentes productores, más su mayor tasa de crecimiento (casi 3 veces), le imprime a la economía china un efecto multiplicador, en relación a la de Estados Unidos, que explica que en diez años esté duplicando su tamaño y casi igualando al norteamericano, y que en veinte más, en el 2040, según la predicción a que se refiere Michael Snyder antes citada, triplique el de este”.

Muy pocas naciones podrán sustraerse a su ascendiente y menos las subdesarrolladas, que en los tiempos que corren, particularmente América Latina, están siendo fuertemente golpeadas por una creciente y cada vez más dramática desigualdad. La historia, de otro lado, demuestra que en el intercambio comercial internacional los países pobres, por muy celosos de su autodeterminación que sean, generalmente crean dependencia de los ricos, la que casi siempre se traduce en copia o imitación de sus sistemas económicos. En el caso de América Latina, muy difícilmente podremos ser la excepción. De hecho, según la Administración General de Aduanas de China, en 2018, el comercio con Latinoamérica había crecido de manera “espectacular” y la potencia asiática ya era el segundo socio comercial de la región con un volumen de 307,400 millones de dólares, o sea, un incremento del 18.9 por ciento con respecto al año anterior. Por su parte, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) declaró que “China es el socio comercial más potente de la región latinoamericana y caribeña”.

En fin, creo que cualquiera que sea la modalidad que adopte el predominio que ejercerá sobre los países pobres será más favorable que perjudicial. Sin que sea posible asegurarlo, desde luego. Pero es alentador que China haya podido desarrollar al máximo sus fuerzas productivas y, al mismo tiempo, reducir dramáticamente la desigualdad sacando de la pobreza a más de la mitad de su población, ambas en apenas cuarenta año. O sea, un logro que, para el capitalismo, en toda su larga existencia, ha sido simplemente imposible.

¿Por qué razón, entonces, cuando su superioridad sea determinante, tendría que practicar China una política de dominación o imperialista con los países pobres? Por el contrario, le convendrá ayudarlos a librarse de la pobreza, lo cual obviamente redundará en su propio beneficio, algo que nunca entendieron las potencias de Occidente, esto es, que ayudando a los países del Tercer Mundo a desarrollarse hubieran estado sirviendo a sus propios intereses, a menor pobreza más compradores, o si se quiere, más clientes.

Nota relacionada El modelo económico chino ¿El futuro de la humanidad? (parte 4)

Por ello es importante que los partidos y movimientos progresistas de los países subdesarrollados analicen el ejemplo de pensamiento teórico, flexible y audaz que permitió a Lenin y a los dirigentes chinos concebir un esquema de desarrollo que, en el caso de China, la está llevando a convertirse, exactamente, en lo que predijera el ex presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon: “en el país más poderoso de la tierra en el siglo XXI”. Y en el primero, agrego yo, que habrá erradicado la pobreza.

Pero hay que advertir que no se debe caer en el error de creer que lo que hicieron los chinos puede ser replicado a voluntad en cualquier país. Rusia y China pudieron acoger la inversión privada en su nuevo modelo porque contaban con los medios para impedir que esta lo desplazara. Como dijera Deng Xiao Pin, China podría darse el lujo de correr ese riesgo, pero al revés, o sea, sujetar a reglas más o menos estrictas a las grandes empresas privadas, acostumbradas a imponerlas, es sumamente difícil, y no digamos, a ceder al Estado, al menos, algunas de las industrias estratégicas que poseen.

En América Latina, con la relación de fuerzas totalmente a favor de las élites empresariales, ejército incluido, ha sido inútil pedirles que se sometan a controles siquiera parecidos a los que existen en China. Así lo ha probado la experiencia histórica. Todas las veces, con muy contadas excepciones, que un partido o coalición de partidos llegaron al poder por la vía electoral e intentaron establecer regulaciones de alguna importancia a la actividad privada fueron, primero, boicoteados, después, desprestigiados, y por último, derribados por la fuerza.

El derrocamiento por la CIA del presidente Jacobo Árbenz de Guatemala en 1954 por intentar una reforma agraria, por cierto, mucho menos radical que la que llevó a cabo en Japón en nombre de los mismos Estados Unidos el general Douglas MacArthur después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido uno de los más claros ejemplos del histórico rechazo de este país y las clases empresariales locales de Latinoamérica a todo tipo de cambios sociales, que hoy hasta el escritor Mario Vargas Llosa, muy cerca de la extrema derecha, condena acremente en su última novela “Tiempos recios”, en la que afirma, además, que Fidel Castro se radicalizó por el temor de que la revolución cubana corriera la misma suerte.

Pero hay que confiar en que vendrán tiempos mejores. Si tengo razón, repito, la misma lógica de este análisis sugiere que en la medida en que China vaya adquiriendo más poder mayores serán las probabilidades de cambio para los países no desarrollados. Me apresuro a aclarar que tampoco pretendo aconsejar que haya que sentarse a esperar. Los movimientos y partidos de avanzada no deben cejar nunca en la lucha por las transformaciones sociales. Si la abandonan, perderán su razón de ser. Pero si lo que hace China ayuda en algo… ¡bienvenida sea!

 

Bibliografía

 “La Dictadura”, Carl Schmitt, 1931. “Obras completas, V. I. Lenin”, Tomo XII (1921-1923). 1973

Obras Escogidas, Mao Tse-Tung, Tomo II, 1976.

“La verdadera guerra”, Richard Nixon, 1980.

La China de Mao y después: una historia de la República Popular”, Maurice Jerome Meisner, 1999 (revisión del original de 1986)

“China”, Henry Kissinger, 2011.

“China: pasado y presente de una gran civilización”, diversos autores, 2011.

“La silenciosa conquista de China: una investigación por 25 países para comprender cómo la potencia del siglo XXI está forjando su futura hegemonía”, Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, 2012.

“El capital en el siglo XXI”, Thomas Picketty, 2013.

“Orden mundial”. Henry Kissinger, 2014.

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Un comentario

  1. Agradecido con CRITERIOHN por ese ensayo sobre EL MODELO ECONOMICO CHINO muy poco conocido en el medio. El agradecimiento con el Abogado Rodil Rivera Rodil por tan importante ilustracion.

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