Donde la mula botó a Genaro

Por: José Rafael del Cid

Varios defensores del estatus quo gustan de asustar incautos al caricaturizar la actual crisis política del país como una lucha entre “demócratas” y “populistas”. Para ello, han vuelto a sacar del viejo baúl conceptual algunos caracteres que retratan al populismo para luego achacarlos a la oposición.

La literatura académica latinoamericana considera populismo a corrientes políticas o gobiernos, que se distinguen por el liderazgo de una figura mesiánica. Este mesianismo se expresa de dos maneras. Primero, como autoproclamación del líder como mesías, salvador único de la Nación, que se alza contra demonios como el imperialismo, la oligarquía, los liberales, los neo-liberales, los socialdemócratas, el comunismo o lo que convenga al momento. Segundo, como inclinación al autoritarismo, es decir, el irrespeto a la división y equilibrio de poderes y, en general, a la institucionalidad. Otra característica es el deleite del líder con el baño de masas, con el reparto de prebendas que obtengan respaldo popular (de allí el término populista); pero ello es solo una forma de enmascarar los grandes intereses a los que realmente sirve.  El reparto, por supuesto, obedece más al cálculo político, al capricho personal, que a prioridades de Nación. También, y de más está decirlo, el reparto ocurre  a costa del tesoro público, al que se considera como fuente inagotable. Se ha dicho también, que el populismo, en sí, más que una ideología, es una herramienta que puede ser manejada por diestros y zurdos: Hitler o Perón, Berlusconi o Chávez, etc.

Estas son las características que concitan mayor acuerdo entre los estudiosos del tema.

Ahora bien, las plumas defensoras del sistema o definirán el populismo en términos tan vagos como algunos clérigos entienden el amor, o simplemente enfatizarán en los rasgos que mejor les convengan. Pero la verdad es que tendrán que usar mucha resina o goma retórica para lograr un chicle terminológico que enmascare bien lo que desean ocultar.

Han sido analistas internacionales quienes han etiquetado a la naciente dictadura como “chavismo de derecha” o “populismo de derecha” (A. Oppenheimer, por ej.). Este es el hecho que los defensores de la dictadura buscan ocultar al recurrir a la burda maniobra de adjudicar a otros los defectos propios.

Ciertamente que a la administración de Manuel Zelaya le calzó bien algunos de los rasgos del populismo. En su momento me atreví a criticar tales desafueros, y lo haría nuevamente si fuera el caso. Pero ahora es Salvador Nasralla el implicado. Uno puede especular si pesará demasiado sobre él la sombra de M. Zelaya o si este último ha sabido sacar buenas lecciones de sus pasados errores. El punto es que ahora se trata del turno de un nuevo actor, y si vamos a ser coherentes con la democracia representativa, debemos a SN por lo menos el beneficio de la duda. Así que, ¿cuál es el sentido de bautizar como populista a un actor al que se le está negando la oportunidad de mostrar su estilo y capacidad de gobierno? “Por sus hechos los conocerás”, es el dicho antiguo, pero lo que conozco de Nasralla me asusta menos que las diabluras hasta ahora observadas en el otro actor, ese del que fluye el conflicto actual.

Mi punto es que observo más amenaza populista en JOH que en SN. El segundo porque aún no se le ha visto acción; el primero por lo que a continuación argumento.

Mesianismo. SN ha dicho que gobernará tan solo cuatro años, durante los cuales promete reformas políticas para garantizar mayor democracia. JOH prometió lo mismo, pero ya incumplió. Es más, desde el primer día de su mandato trabajó para perpetuarse. Comenzó por convencer a su círculo inmediato que él era la solución a los problemas de Honduras. Ninguno otro, ni de adentro ni de afuera, solo él. Manoseó la Constitución hasta obtener el control de los tres Poderes, incluyendo el idílico y tragicómico cuarto poder, el de los medios masivos de comunicación. Ponemos un check (signo de comprobación) a este punto.

Reparto de prebendas. Todos sabrán a que me refiero: bolsas solidarias por doquier, subsidios y favores diversos a necesitados y otros no tan necesitados. Triste porque con ello se ha trivializado y desprestigiado a la bolsa solidaria como un mecanismo de reducción de pobreza de probada eficacia en otros países un tanto más serios. Nuevo check.

Enmascaramiento de intereses de mayor envergadura. Estoy seguro que las pérdidas de la Nación por concepto de exoneraciones a grandes empresas y corrupción superan con creces lo repartido entre los pobres y actores de menor cuantía. Aquí está el quid de todo el asunto. Lamentablemente este tipo de pudrición no suele salir a la luz sino con los cambios de gobierno, cuando al fin se liberan los órganos contralores y judiciales del férreo control del mandatario de turno. Un check enfatizado.

El costo fiscal. Aquí la puesta del check vacila un poco. La evidencia más contundente serían las cifras del déficit fiscal. Pero el FMI dice que el actual déficit es aceptable. Viniendo de tal fuente el asunto es para creer. Sin embargo, el gobierno hábilmente ha acudido a mecanismos como los fideicomisos y la sub-evaluación de los ingresos fiscales para ocultar el gasto público orientado con fines políticos. En eso hay que rendir el sombrero a las cachurecadas fiscales. Los fideicomisos apartan fondos del tesoro público para permitir su manejo arbitrario, y en algunos casos, secreto, furtivo. Evidencia existe que el gobierno usó tales fondos para llevar la bolsa solidaria a públicos no prioritarios. De allí pudieron haber salido los famosos “cincuenta lempiras” con los que se nutrieron concentraciones y filas de votantes.  Por otra parte, si al Congreso se le presenta una cifra sub-valuada de lo que serán los ingresos públicos, y nada hace para exigir más precisión, el resultado será que el presupuesto público se efectúe con referencia a tal cifra. Si al final del año fiscal resulta que el gobierno logra una recaudación mayor, lo sobrante probablemente engordará los fideicomisos aumentando así la maniobrabilidad del Ejecutivo para fines políticos. La repetición anual de esta práctica difícilmente llevará a pensar en una maniobra inocente.

En lo formal, en las cifras del presupuesto público, la Nación podrá no verse afectada por el déficit fiscal. Pero en los hechos hemos observado el crecimiento de la deuda pública y los respectivos pagos por intereses, el aumento de la presión fiscal sobre la clase media y grupos empresariales no privilegiados y el sacrificio de programas sociales vitales. Es así como la política fiscal ha dejado de ser instrumento de desarrollo. Al final esto se transformó en pobreza, desempleo y deterioro de los servicios de salud y educación, que dispararon el descontento y la avalancha mayoritaria de votos contra la reelección y la dictadura.

Y aquí es donde la mula bota a Genaro. Populismo de izquierda o derecha solo se legitima al traducirse en bienestar efectivo de la población, esto es, expansión de la cantidad y calidad del empleo y la reducción sustantiva de la pobreza y la desigualdad. Pero si así ocurriera, técnicamente ya no estaríamos hablando de populismo sino de otra cosa. De un sistema real, genuinamente orientado al desarrollo humano sostenible. Es que al final de cuentas, el populismo termina beneficiando a grupos oligárquicos tradicionales o de nuevo cuño, o una élite de parásitos del Estado que se enriquecerán con el monopolio del poder. El bienestar popular es solo máscara. Mientras el fisco aguante abundarán las bolsas solidarias y los programas de empleo de emergencia, pero la pobreza seguirá allí tan terca como la mula de Genaro.

En síntesis, coincido con los analistas internacionales, este es un gobierno (de facto, una dictadura) populista de derecha. Para convencerme de lo contrario tendría que ver a JOH inclinándose ante la Constitución, soltando los amarres a los demás poderes republicanos y manejando la fiscalidad con transparencia, sin corrupción, y con dirección hacia la Visión de País que ya ratos engavetó. ¿Sería pedir mangos a un roble? Por ahora vacilo entre reír o llorar.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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