Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
1. Del neoliberalismo, sus críticos y sus alternativas
No hay que ser genial para explicar, porque es sencillo, el neoliberalismo. Un paradigma parecido al neoclásico, que surge en los 1970s del trabajo hipotético de los economistas de la Escuela de la U. Chicago, que se insertaron en la Administración de R. Reagan, circa 1981.[1] Postula que los negocios son lo que crea riqueza; que la libre competencia y la competitividad son los motores básicos de los negocios y –lógicamente- que las políticas públicas deben formularse e implementarse para abrir la puerta a los negocios; facilitar la competencia y optimizar la utilidad.
Que, para ser competitivos en el entorno global, las empresas, los productos, los territorios han de gozar libertad absoluta, sin intervención estatal. De modo que deben abrirse el comercio y las finanzas al mundo, generalizarse la economía de mercado, privatizarse los recursos bienes y servicios públicos y reducir drásticamente la actividad y el gasto del Estado. Porque solo en el crecimiento y en el incremento de la productividad, con un derrame, puede haber una mejora para los postergados. Aunque aquí, fundamentándose en la lógica globalizadora, pero remontándose a la tradición colonial mercantilista, para invertir sus capitales, los empresarios poderosos reclaman, a la vez, contradictoriamente concesiones, privilegios, monopolios, sobre valoraciones, exenciones y favores.
La crítica al neoliberalismo y la globalización no es un invento caprichoso de la izquierda. En absoluto llevo yo mas mérito que exponer con sencillez, acaso mas de la justa, las contradicciones que han señalado muchos. No voy a caer tampoco en la pedantería de ostentar una bibliografía conocida ampliamente, [2] aunque no la domine. No se trata de obras individuales, si no de una escuela de economistas académicos de fines de s. XX. Activos desde los 1990s –muchos- en los organismos y la banca internacional, aunque incómodos a veces en ella, y como asesores de los gobiernos mas progresistas.
Estos científicos parten de la observación clara de que la crisis estructural que enfrentamos a fin de siglo se origina en una serie de desequilibrios, gestados en aquel modelo de economía mercantil absolutista, que genera: crecimiento desorbitado, contaminación y desorden, destrucción de la naturaleza, marginalidad e híper urbanización, consumo toxico y pobreza con desigualdad extrema. Observan que -cada vez más- la miseria se hereda y enquista, igual que la riqueza, en una espiral disfuncional, sin tope, que surte de la exigencia del poder fáctico y socava toda institucionalidad democrática. Entienden que, desde hace décadas atestiguamos los corolarios: inestabilidad, degradación, atonía sistémica, migración, violencia general.
Diseño de una sociedad nueva y justa
Para estos nuevos especialistas, la economía, la ciencia económica y la economía política tienen más bien el fin de proveer soluciones básicas a la sociedad y su equilibrio, para lo cual proponen como estrategia la urgencia de reducir la pobreza y la desigualdad. Entienden que esa sociedad debe emplear a la gente en forma productiva y darle un ingreso, asegurar la provisión de los satisfactores básicos: alimentos, vivienda, medicina, construir infraestructura necesaria para los servicios esenciales calificados: educación, salud, seguridad, transporte. Y debe capacitar personal para proveerlos (educadores de verdad, médicos competentes, como enfermeros y cuidadores, buenos policías y administradores).
A sabiendas que la actividad tendrá que ponerse un límite, y dentro de ese límite, tendrá que haber justicia, suficiencia y equilibrio; porque si no, el crecimiento sin límite es inevitablemente explosivo. Para los fines que estos pioneros proponen urge la capacitación y educación universal, entendida como derecho personal y obligación social. Hay que capacitar para capacitar; para resolver problemas básicos, y para el trabajo práctico, mayormente el industrial y de los servicios, pero, al mismo tiempo, para el agro modernizado, para todas las actividades productivas; y hay que darles a los titulados un marco de protección que proporcione alguna garantía y los estimule. Y esta claro que solo el Estado puede terminar de cumplir esa función.
Así, en una sociedad organizada para la justicia social, el Estado va a emplear a mucha gente. Además, en forma productiva. Gente que va a producir activos sociales y calidad de vida, aunque de pronto no pesos y centavos de ganancia mercantil. Necesitará, ese Estado responsable, extensionistas agropecuarios y personal de emergencias, guardabosques y bomberos; va a emplear a muchos más maestros que hoy, y mejor pagados y capaces de educar para el futuro, y va a precisar a muchos más médicos y técnicos para un sistema de salud universal, enfermeros y cuidadores, en la guardería como del asilo, en instalaciones publicas de primer nivel, con salarios dignos y puntuales; deberá emplear mas que hoy, a suficientes ojala -en el futuro lejano- menos policías, pero capaces y rectos, dedicados a proteger a la población, y no depredadores. Precisará de profesionales de las leyes, para perseguir al crimen y defender a los acusados, juzgar con probidad y supervisar la retribución, todo en defensa del interés general y del bien publico. Mientras existan también amenazas externas, se ocupará milicianos, formados para usar instrumentos de guerra, en combate al enemigo.
En efecto, no va a proveer empleos a todos ni a la mayoría (el Estado solo está encargado de esos cinco servicios) de modo que –además- tiene que facilitarse la inversión productiva de recursos privados, simplificar tramites y dejar trabajar a la gente; capacitar a los jóvenes para emprender y para emplearse, protegidos. Con derechos, no solo deberes, con libertad y expectativas además de disciplina, con un código laboral moderno, suscrito por ciudadanos iguales ante la ley. Conectando a las empresas con los recursos disponibles, de mano de obra y capital progresista, y dando al empleado acceso a la seguridad integral, y a servicios financieros, prestamos a largo plazo para vivienda. Facilitando la formación de microempresas, de servicios y artesanales que compitan con calidades. ¿Cómo, en la práctica, efectuar estas reformas? Pues será difícil; aun luego de proclamadas e institucionalizadas, ponerlas en practica, se necesitará un equipo conductor de alto nivel y personal capacitado y disciplinado que no existe aún. No hablamos de guerra de clases, ni siquiera mucho de una revolución, aunque el concepto esta implícito. Hablamos de varias reformas simultáneas.
3. La dificultad, la tarea política y su inevitabilidad
Impulsar un programa social en esa dirección y dimensión exige reformas profundas: políticas (electorales y de organización), que democraticen a la sociedad; reformas eminentemente sociales (laboral, sin privilegios y agraria con derechos) que viabilicen la tranquilidad general; y una reforma administrativa fiscal para establecer un régimen de tributación progresivo, consciente de la desigualdad, que comparta con justicia el costo de lo público, ajustado a fortalecer la capacidad efectiva de acción del Estado comprometido. (Una reforma hacendaria que cierre las brechas y agujeros negros, que elimine concesiones abusivas, exoneraciones injustas y regresivas. Que nivele la mesa para la inversión y para la competencia, y que libere también al capital de las extorsiones insensatas, por la discrecionalidad abierta que propicia la corrupción y por las rigideces de conceptos técnicos, que no entienden los burócratas; que rompa la lógica perversa de la mutua dependencia y chantaje recíproco entre Estado concesionario, la clase política venal y el empresariado acomodado, egoísta y amoral.)
Es difícil terminar de entender la gran dificultad de promulgar este tipo de reformas. Parecería de hecho una tarea imposible hoy, con la compleja legislatura heredada y un poder judicial aun indefinido; con elites desarraigadas y ensoberbecidas, varias capas medias de población alienadas por aspiraciones cooptadas y por la comunicación mediatizada, un movimiento social desarticulado, sin capacidad para la movilización estratégica y un sistema político con partidos políticos que se transformaron en agencias de empleo para el militante. ¿Por eso hablamos de constituyente? ¿Hay otro camino?
En todo caso, para avanzar con ese programa y acopiar los recursos, hay que convencer a la gente, a mucha gente, a los ciudadanos. Explicando bien a la opinión general el terrible impasse en que nos encontramos, con un modelo económico que depende del crecimiento sin límites hacia fuera y genera la desigualdad y crisis estructural, con un Estado secuestrado, que sirve a privados, no puede rendir cuentas claras, y una vida política desvinculada de la ciudadanía, evidente en el momento que los diputados se ríen de nosotros cuando exigimos una Corte Suprema, confiable, capaz e independiente.
Explicar que la desigualdad impide el óptimo aprovechamiento de los recursos comunes y la distribución de los talentos. Frena la eficiencia. Obstaculiza la generación de nuevas oportunidades en un círculo vicioso, que solo produce desorden sistémico. Revelar cómo una reforma integral va a beneficiar mucho, ampliamente, a las grandes mayorías y no solo a los más postergados, y va a proveer a todo el conjunto, incluidos los que hoy están mejor, pero en riesgo, y aun los muy privilegiados, con un ambiente que les permitirá, también a ellos, superarse como ciudadanos, avanzar en respetabilidad y aun crecer de una manera sostenible; y disfrutar mejor y mas tranquilamente de sus logros y fortuna. Si la comunicamos, esta comprensión general y profunda del dilema debería poder generar la inteligencia social y el tipo de consenso vital para concretar las reformas y viabilizar el buen gobierno. Ese es el único camino democrático.
Por lo demás no se puede hacer todo a la vez. Habrá que empezar por el principio. Iniciar por la reforma política, asegurar la inversión publica para la educación y la salud infantil, la seguridad y la protección contra catástrofes prevenibles y del medio ambiente, patrimonio común. Recopilar los recursos de donde hay una total injusticia, las exoneraciones gratuitas, para tener con-que atender a los mas vulnerables. Educando y apoyando a la embarazada y antes, a la joven, que no se debe embarazar todavía (claro que si) y luego caminar por lo absolutamente prioritario, del kinder al instituto de investigación, desde la clínica de atención de primaria hacia los hospitales especializados, desde la posta comunitaria a un sistema de persecución del delito y rehabilitación social científica, e invertir en una red de carreteras inteligente; y por medio de una administración publica técnica, meritocrática, canalizar los excedentes a la comunidad organizada, entendiendo que eso supone avances graduales, previstos en una ruta, de acuerdo a una estrategia para llegar a donde ansiamos, la utopia inexistente.
No se trata únicamente de un ideal humanitario, y de un imperativo filosófico, moral, si no de entender que se nos va en ello la sobrevivencia, ya no solo de la civilización si no de la especie, y acaso de las condiciones físicas para que esta evolucione y se adapte. De cualquier modo, sin resolver problemas torales, no hay futuro inmediato, para nadie.
El Carmen, 10 de febrero de 2023
[1] Aun se menciona a los fundadores: Milton Friedman, George Stigler y Arnold Harberger.
[2] Sin negar los antecedentes de Raúl Prebish, o los preclaros aportes de la ultima generación, de Joseph Stiglitz, Amartia Sen, Paul Krugman, Richard Thaler, véase Benito Roitman, Notas sobre el pensamiento económico latinoamericano reciente, UNAM, Economía UNAM, Vol.4 no.11 Ciudad de México may./ago. 2007
[1] Escribo este brevísimo ensayo, porque veo mucha confusión cautiva de ideología en la escena local, tanto en la izquierda, que tiende a un dogmático marxismo superado por el propio Marx, como en la derecha, que no pasa de Keynesiana y a veces parece remontarse a esquemas mercantilistas de fines del siglo XVIII, como si no hubiera avance intelectual y no hubieran sido superadas tantas de estas trampas. Y pienso que es urgente vitalizar y actualizar nuestras ideas y debates sobre el tema
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Rodolfo Pastor Fasquelle, Doctorado en Historia y analista político, escritor y exministro de Cultura y Turismo, Graduado en Tulane Estados Unidos y el Colegio de México Ver todas las entradas