dejen ir a David

¡Dejen ir a David!

Rodolfo Pastor Fasquelle

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano de la tierra; depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y excrecencia del universo. ¿Quién desenredará este embrollo?… Blaise Pascal, Pensamientos, 433

¿Fue Agustín de Hipona quien primero declaró que el hombre es ángel y gusano? Todo hombre, tú igual, y B. Pascal lo escribió con elegancia barroca. No soy más que ellos, ni juez natural para medir a ninguno con otra vara, ni menos más para hacer acepción de persona. Me repugna el Patán que difama para defenderse de lo indefensible. Y soy duro, pero debo ser justo.

Solo la agraviada puede perdonar o mantener el reclamo de una agresión personal. Pero desde la perspectiva del público, no se puede juzgar ni expiar indefinidamente un delito, cuya sentencia se cumplió. No descalifica su pecado todo lo que el hombre arrepentido hace después, no lo desacredita para siempre y menos lo despoja de derechos básicos. Tiene otras manchas.

Ha sido deferente conmigo, pero, como tengo -por oficio- la memoria, no olvido que fue un mercenario de la comunicación, David Romero cuando elogiaba a Rafael Callejas y atacaba a Carlos R. Reina, en forma arbitraria y malcriada. Ensalzó a quien no lo merecía y atacó sin razón, cuando no estaba satisfecho con su ración. Como muchísimos otros. Y tengo claro que ese comportamiento desorienta a la opinión pública, que es lo contrario de lo que debe hacer el periodismo. Después de eso hay un asunto personal, de gusto. De paladar intelectual, estética de la palabra y el tono.

Hay otros peores, imitadores suyos, menos inteligentes y más irresponsables que él. Pero no me gusta escuchar ni menos aún ver noticieros como el de D Romero o Cesar Silva. No hacen mi tipo de periodismo. Les falta ecuanimidad y asimismo sentido de las proporciones. Pero repetiré la anécdota relevante.

Cuando alguna vez, hace años, le reclamé a mi Señora madre, una dama ilustrada, ¿cómo podía ver semejante escándalo? me riposto de inmediato que entendía que reclamara yo la vulgaridad, pero que sin ver el noticiero de D. Romero no se podía entender lo que estaba sucediendo en Honduras. Y este es el punto toral frente a su aprisionamiento.  Como también el hecho de que -aunque por carambola- la persona a la que estaba criticando Romero, más allá de la dama, era el Fiscal del Estado, de tantas otras cosas tan graves acusado sin haber sido jamás investigado. Y no es por su vulgaridad ni por un genuino delito contra el honor que va preso. Lo tengo claro. Por un piropo al revés o una majadería de tantas, sino porque ha sido valiente, el régimen lo ha identificado como enemigo peligroso. Y lo quiere callar, y correría con un costo aún más elevado si lo ejecutara como se ha hecho con otros. Merece por lo mismo una defensa.

Estudie el poco periodismo que estudie en EUA, en los años sesentas, en medio de la agitación tremenda que fue la lucha épica contra el racismo, la segregación y el prejuicio. Un par de mis maestros que siendo blancos y gente de bien tomaron en los medios el partido de los derechos de los negros e impugnaron a los déspotas locales fueron acosados por los políticos del Sur al amparo de leyes estatales que les permitían acusarlos (a estos periodistas comprometidos) de grosería criminal, contra su honor supuesto. Y se elevó este asunto ante las cortes hasta que, en su instancia la Corte Suprema de ese país decidió que esos recursos eran inconstitucionales. Fue un fallo histórico que, como muchos de esa corte, hizo jurisprudencia, es decir estableció el parámetro con que en adelante tendrían que ser juzgados otros casos análogos. Lo que fue fundamental para la lucha.

Nota relacionada David Romero, el bueno y el malo “No me callarán…”

Argumentó esa Corte que la Constitución garantizaba la democracia, es decir el gobierno del pueblo, la generalidad de la población y que, para ese fin, endosaba también la libertad de expresión, que debía ser ilimitada con respecto a las personas que ejercían autoridad pública delegada. Y decretó por lo tanto La Corte que cualquier particular podía recurrir a las leyes que defendían la imagen o la honra personal. Pero que un gobernante de cualquier nivel, oficial, funcionario o figura de autoridad no podían ampararse en ese derecho, so pena de que el público ignorase aspectos vitales de sus personalidades. ¡Que las figuras públicas teníamos que renunciar a esa defensa! ¡Porque el derecho del público a saber lo relevante acerca de sus oficiales era más importante y estaba por encima del derecho privado de los presuntos ofendidos!

Hace tiempo me impresiona el contraste entre la lógica de ese fallo y precepto que por cierto jamás después cuestionado, con la pretensión de las leyes hondureñas de que las figuras públicas más bien ameritan una especial deferencia. Y en aras de la reverencia que deben inspirar por y para sus funciones, las figuras públicas deben estar incluso más protegidas que otros particulares ante críticas y cuestionamientos. Es justamente una lógica inversa

Y salta a la vista que esa inversión está íntimamente relacionada con nuestra cultura anti democrática, admiradora de la autoridad como una cualidad mágica, derivada de acaso un orden superior de las cosas, y no solamente de una cultura más amplia, solemne y reverencial de –especialmente- la mentalidad del criollo. Nunca falta a propósito del tema algún conocedor superficial de las escrituras que saque a relucir un pasaje de San Pablo sobre la proveniencia misteriosa de la autoridad mundana que, sacado de su contexto especifico (el despótico periodo imperial en Roma) debe ser uno de los fundamentos que tuvieron los filósofos clásicos para calificar al cristianismo como una religión de esclavos, que efectivamente fue, antes del medievo tardío. Y una palabra más. Los fiscales podrían aun así argumentar que no se podía amparar Romero ante la esposa del Fiscal Adjunto, porque solamente era la conyugue, pero sin olvidar que, en tanto fiscal antes, ella ostentaba autoridad pública. Y en todo caso pienso que, como muchas veces, intuitivamente, Mel tiene razón, ese delito, de mal informar sin fundamento puede ser sancionado, pero no debe ser penado con cárcel para un periodista. So pena de que dejemos de entender, lo que sucede en Honduras. Dejen ir a David, canallas.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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