Los Reyes Desnudos

   Corrupción: esencia y resumen

 Entre líneas

Por: Roger Marín Neda

 

¿Recuerda usted algún valor de las culturas humanas que haya sido siempre común a todas, en toda época, sociedad, etnia, geografía, y que hoy siga presente?

Los antiguos egipcios se aferraron a su ideal de la eternidad; los antiguos griegos se apasionaron por la sabiduría; los judíos, orando a un solo libro, esperan a su mesías desde hace cuatro mil años; hace otros cuatro mil años, los chinos adoptaron su percepción parsimoniosa del tiempo, estrella guía de su cultura.

Pero la obsesión por la eternidad no contagió al resto de la humanidad; el ideal griego conquistó a Occidente, que lo llevó al mercado e hizo el mal negocio de cambiar sabiduría por conocimiento; los judíos siguen fieles a su libro y a su mesías, pero no los comparten con los demás pueblos, porque los quieren para ellos solitos; y la paciencia de los chinos, fuente de su valor para sufrir y de su tenacidad para renacer, ha sido y es intransferible e inimitable.

Y sin embargo, sí existe ese rasgo, universal en el tiempo y en el espacio de la humanidad. No es un valor, como dice la engañosa pregunta, sino un antivalor: la corrupción.

Enraizada en la antropología evolutiva, nació hará unos diez mil años, con la agricultura, con la ciudad y la cultura urbana, con la propiedad privada y el Estado.

Es, pues, un fenómeno variado, histórico, cultural, económico, y por supuesto,  inmoral y delictivo. Tal multiplicidad contrasta con la concentración de los esfuerzos para combatirla en los aspectos éticos y legales. La anticorrupción ha sido ineficaz durante diez mil años porque se ha se limitado a buscar condena social y cárcel para los ladrones del Estado. En China son fusilados, y la corrupción continúa, dentro y fuera del gobierno.

Hay un consenso mundial que la define como robo al Estado.  Transparencia Internacional dice que es “el mal uso del poder encomendado para obtener beneficios privados.”

Esa concepción tan restringida reduce la responsabilidad de la gente común a exigir la aplicación de la ley, la que es diseñada por los mismos estamentos políticos comprometidos con la corrupción.

Por la misma vía también se desliga la corrupción general de la corrupción política, gestora del tramado legal que la hace impune.

La lucha debe ser librada en las familias, en las escuelas, en los colegios, en las universidades, en el trabajo, para recuperar los valores morales y cívicos perdidos, para modelar juventudes que reformen los partidos políticos, para enseñar a todos las obligaciones ciudadanas que deben ejercer en sus vidas cívicas, personales y profesionales.

Nada de esto disminuye la importancia del frente legal. Es clara la necesidad de leyes que persigan con eficacia la corrupción en todas sus manifestaciones, y erradiquen la impunidad, su máxima promotora.  

La corrupción proviene de recovecos oscuros de la naturaleza humana. Es tan antigua, compleja, vasta, variada e intrusiva, que la factibilidad de erradicarla parece, si acaso, muy remota.

Es posible, no obstante, como ocurre en los países menos corruptos, reducirla a niveles que no comprometan el futuro de la sociedad, ni fomenten la desigualdad, la pobreza y la destrucción la naturaleza. Esa pelea, quizás la más crucial de la humanidad, se libra entre valores y antivalores.  Es, por lo visto, una batalla interminable.

Tegucigalpa, 10 de junio, 2020.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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