Por: Ellen Johnson Sirleaf y Lilian Best
MONROVIA – Desde el año 1911, las sociedades de todo el mundo han dedicado días, meses e incluso décadas (esto en el caso de África) a la celebración de los logros de las mujeres y a la promoción de soluciones para superar desafíos nuevos y persistentes. Pero en los últimos dos años, la pandemia de COVID-19 ha expandido la difícil situación en la que se encuentran las mujeres a proporciones desmesuradas, poniendo claramente de manifiesto la urgencia del tema del Día Internacional de la Mujer de este año: “Romper con los prejuicios”.
La obligación de cumplir con este deber recae en nosotras, las mujeres del mundo. Fundamentándonos en nuestra propia ingeniosa inteligencia, debemos desplazar nuestro enfoque, actualizar nuestro discurso a nivel mundial y ser quienes guiemos el inicio de una nueva era de liderazgo femenino.
No cabe duda que las mujeres han soportado la peor parte de los costos de la pandemia. Muchas se vieron obligadas a confinarse para evitar a un enemigo silencioso que ahora sabemos es menos letal que los propios parientes más cercanos de dichas mujeres. Muchas mujeres fueron víctimas de lo que la ONU Mujeres denomina como la “pandemia en la sombra”, ya que sufrieron palizas, violaciones, insultos y traumas psicológicos en lo que debería haber sido un refugio seguro contra un flagelo biológico.
Entre las estadísticas más desconcertantes de este período se encuentra una que documenta el número de mujeres que no sufrieron ni presenciaron violencia doméstica: una de cada diez. Usted leyó bien: en Liberia durante el confinamiento por el COVID, sólo uno de cada diez encuestadas informó que no fue testigo de violencia sexual o de género, y sólo dos de cada diez dijeron no haberla sufrido.
Existe una clara correlación inversa entre la educación y la susceptibilidad a sufrir violencia sexual y de género. Las cohortes menos educadas, de manera general, son más vulnerables, porque tienden a tener un nivel bajo de control en los ámbitos económicos y políticos, así como también escaso acceso a los sistemas de salud que podrían detectar y abordar los riesgos. Estas mujeres sufren solas pero juntas, escuchando los gritos de otras mujeres a través de ventanas y paredes.
A pesar de las desventajas estructurales a las que nos enfrentamos, las mujeres nos hemos puesto a la altura de las circunstancias. Como gobernantes, hemos establecido rápidamente medidas impopulares, pero sin duda eficaces para frenar la propagación del COVID-19. La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, es sólo una más entre las muchas mujeres líderes que están ampliando los límites del agudeza mental y la determinación para salvar vidas. Desde Etiopía, Alemania y Eslovaquia hasta Dinamarca, Namibia y Finlandia, las 21 mujeres jefas de Estado y de Gobierno que estaban en funciones cuando estalló la pandemia lideraron el ataque contra la misma, y lo hicieron con transparencia e integridad, superando a sus homólogos masculinos ya que implementaron políticas eficaces de salud pública.
Los sistemas de salud también se beneficiaron del liderazgo de las mujeres. La directora general de la Agencia de Servicios Generales de Liberia, Mary Broh, ha demostrado una tenacidad inquebrantable, ella estableció herramientas de seguimiento basadas en la web para hacer un balance de los casos, los tratamientos, las vacunas y los suministros relacionados al COVID-19, y dirigió una campaña de limpieza en toda la ciudad de Monrovia antes de las celebraciones del bicentenario del país.
Las mujeres de Liberia rompieron protocolos y tradiciones para salvar vidas, cerrando las brechas entre los sistemas tradicionales respetados por su antigüedad y las necesidades del momento. Mientras que otros se centraron únicamente en la pandemia, las mujeres líderes tomaron la iniciativa de establecer centros de maternidad en los puntos de atención de COVID-19, minimizando así la mortalidad infantil. También solicitaron el apoyo de las comunidades religiosas para establecer centros para la realización de pruebas, ampliando así la red de puntos de control de brotes.
A lo largo de la pandemia, las mujeres han hecho añicos el mito de que las estrategias basadas en la compasión y la construcción de consenso son débiles e ineficaces. Al ser adaptables y sensibles a las demandas del momento, las mujeres líderes han utilizado estas cualidades para crear unidad y apoyo con respecto a los comportamientos que salvan vidas. En lugar de verse derrotadas por los estándares dobles que se imponen a las mujeres, las mujeres líderes se han mantenido humildes, diligentes y colegiadas. Pero sobre todo, han sido coherentes y decididas.
Asimismo, hemos estado aprendiendo de nuestras experiencias la forma cómo evaluar con precisión el desigual terreno social y político en el que operamos, para que así podamos abordar nuestras circunstancias de manera más estratégica. Además de agudizar nuestro nivel de conciencia sobre la diferencia entre pandemia y endemia, entre el COVID-19 y la gripe, también hemos brindado mayor atención a la violencia sexual y de género.
Este problema se ha considerado durante mucho tiempo endémico: un flagelo cíclico que fluye desde la luna de miel hasta el hospital. Ahora deberíamos tratarlo de la misma manera que tratamos a un virus. Eso significa aislar a los perpetradores y llevarlos ante la justicia, establecer sistemas para detectar y abordar los casos, y comprometerse con las comunidades para detener la propagación. Debemos idear medidas curativas y preventivas que incluyan hombres y a niños, para que se produzca una transformación cultural perdurable.
El camino post-pandémico es largo. Navegarlo exige de la perseverancia y del buen juicio estratégico que poseen las mujeres. Debemos dirigir nuestros esfuerzos y reformar los sistemas sociales y de justicia que han dejado a las mujeres a merced de los lobos, y debemos aprovechar la fuerza indirecta y descomunal contra la violencia que pueden ejercer las mujeres que están política y económicamente empoderadas. Debemos llenar los parlamentos y las oficinas gubernamentales de mujeres, creando una masa crítica que pueda cambiar los paradigmas relacionados a la justicia, la paz, la seguridad y la salud.
Es posible que la ruptura de los prejuicios no conduzca a un inmediato alto al fuego en los entornos domésticos. Pero, al contar con una mayor cantidad de mujeres líderes en todos los niveles y en todos los sectores, aumentaremos gradualmente nuestro acceso colectivo a la educación, al empleo remunerado y a todos los demás recursos necesarios para ayudar a que las mujeres escapen de la violencia.
Si eres mujer y estás leyendo esto, te desafiamos a que consideres la posibilidad de desempeñar un papel de liderazgo público, comenzando por hacerlo dentro de tu propia comunidad. Te retamos y creemos en ti. El mundo está a tu alcance y conquistarlo depende de ti.
Ellen Johnson Sirleaf, ganadora del Premio Nobel de la Paz, fue presidenta de la República de Liberia y fundadora del Ellen Johnson Sirleaf Presidential Center for Women and Development. Lilian Best, Jefa de la sección de desarrollo de mercados financieros del Banco Central de Liberia, es miembro del Programa de Mercados de Capital del IFC-Milken Institute.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas