Por: Editorial la Raíz
El jueves 3 de marzo Honduras despertaba de su sueño con un nudo en la garganta. Berta Cáceres, una de las más grandes defensoras y promotoras de un modelo económico y político amigable con el medio ambiente y a favor de las grandes mayorías, había sido asesinada a sangre fría por la madrugada en su casa.
El asesinato de Berta Cáceres encarna en un duro y cruel escenario la realidad latente que viven a diario miles de personas en Honduras y el mundo: la lucha cotidiana de los pueblos frente a un modelo económico que prioriza el capital sobre la vida humana. En esta trágica epopeya Berta es la vida, sus asesinos el capital.
Berta era, en su discurso y acción política, uno basto mar alimentado de luchas históricas –ancestrales- y resistencias inherentes a nuestros tiempos. Mujer feminista, defensora indígena, ciudadana de un mundo en agonía. Berta fue fundadora del COPINH y su líder y guía durante muchos años; pero también se involucró en las luchas de país junto a la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular en la década del 2000, posteriormente en la Resistencia contra el Golpe de Estado en 2009 y finalmente en el Frente Nacional de Resistencia Popular.
Por su recorrido histórico y sus luchas políticas, Berta representaba una seria amenaza para este modelo económico de despojo. Y una amenaza siempre debe ser neutralizada o eliminada. Berta lo sabía y en muchas ocasiones lo denunció, sin embargo ¿cómo un Estado defensor de los intereses de grupos económicos que promueve la expansión y acumulación del capital iba a defender a quien luchaba precisamente contra esta lógica?
Lamentablemente no es la primera vez que en Honduras se asesina para silenciar. Defensores del medio ambiente y el derecho humano a la tierra como Jeanette Kawas o Carlos Luna o Carlos Escaleras fueron silenciados a punta a bala por la oligarquía y sus intereses mezquinos. Jeanette Kawas es más que un Parque Nacional que se incendia de vez en cuando, es un recuerdo a la dignidad de la lucha pero también al peso de la impunidad. Nunca fueron enjuiciados sus asesinos, ni los de Carlos Luna o Escaleras, a pesar de que sus nombres y apellidos están escritos con sangre en la tierra que robaron.
Pero Berta sabía que los pueblos son más grandes que los intereses de unos pocos. Berta sabía que un pueblo organizado, consiente y movilizado es imparable, que sus pasos pueden marcar el ritmo de la historia. Por eso Berta estuvo en todos los frentes y abrazó todas las luchas. Desde la defensa cotidiana de sus ríos –espíritus ancestrales de mujer- con tomas de carretera, hasta sus discursos feministas y populares en las Asambleas de LIBRE o en el Vaticano, desde sus giras por el mundo dando a conocer la realidad de Honduras hasta su postulación como Vice Presidenta en la Candidatura Independiente Popular junto a Carlos H. Reyes antes del Golpe de Estado.
Berta era implacable, escurridiza, fuerte, valiente. Siempre estaba sumergida en pensamientos profundos y difíciles, sus palabras salían con una certeza que parecía venir de otros tiempos. Mataron a la mujer, pero inmortalizaron a la indígena, a la feminista, a la luchadora. Hoy Berta es ancestra y espíritu de lucha.
La izquierda, los movimientos sociales, LIBRE, y quienes luchamos por un país para todos y para todas, por un país donde quepan todos los países, tenemos una gran deuda con Berta. Continuar trabajando en y con el movimiento social como expresión organizada del pueblo hasta que se convierta en una fuerza transformadora. Porque sólo un pueblo organizado, consiente y movilizado puede transformar la historia.
Berta lo sabía, por eso la mataron.