El reto de Bukele

Reflexiones sobre la pandemia (50)

Por: Rodil Rivera Rodil

Todo indica que la consecuencia más importante que estaría dejando la pandemia sería que las grandes potencias estén adquiriendo cierta conciencia de la desigualdad que abate a la humanidad. Las estructuras que la hacen posible existen desde hace mucho tiempo, pero se ha requerido de su súbita exacerbación por el coronavirus para que se asuma su verdadera magnitud y la acuciante necesidad de hacer algo para frenarla. En palabras de un historiador:

“Ninguna gran transformación social se deriva automáticamente de la decadencia de un viejo orden; generaciones enteras pueden vivir bajo un orden decadente sin estar conscientes de ello. Pero cuando, bajo el impacto de alguna catástrofe como la guerra o el colapso económico, cobran conciencia del hecho, se produce la gigantesca erupción de desesperación, esperanza y actividad”.

Hace mucho que el mundo produce bienes suficientes para acabar con la desigualdad. Lo ha impedido el modelo económico prevaleciente y, especialmente, el neoliberalismo que impera en casi todo el orbe desde hace un poco más de cuatro décadas. De lo que se trata, por consiguiente, es de reducirla repartiendo un poco la riqueza acumulada y de crear mecanismos para que de aquí en adelante los ingresos sean distribuidos más equitativamente.

Puede afirmarse que, hoy por hoy, solo existen dos formas de lograrlo cuya eficacia está debidamente comprobada, ninguna de las cuales es rígida, por lo que entre las dos puede haber una mayor o menor interrelación. Pero es evidente que si no se hace nada, el pronóstico casi seguro para los países no desarrollados es que más temprano que tarde sobrevendrá una masiva y violenta protesta social que no habrá quién pueda detenerla.

La primera forma, estriba en que el Estado asuma tanto el control y dirección de la economía como de una parte importante de la producción en las ramas consideradas estratégicas, como la energía, servicios públicos, comunicaciones, y en las demás que se consideren indispensables para el desarrollo de cada país, dejando a la empresa privada el resto de la actividad económica y, principalmente, la industria ligera. En síntesis, iniciar el proceso de reversión de la incontrolada y absurda privatización total desatada por el neoliberalismo que ha anulado la capacidad de los gobiernos de cumplir con sus obligaciones de asegurar a la población los niveles de bienestar a que están obligados constitucionalmente.

Este es el caso de Laos, Vietnam, y sobre todo, de China, sobre cuyos extraordinarios logros no es necesario insistir, pero que, precisamente por ello y por la competencia que le hace a los Estados Unidos, ha pasado a ser un tema casi tabú en esta parte del planeta. Pero cuya influencia está creciendo de manera imparable y, sin duda, llegará a ser mucho mayor de la que jamás ejerció la misma Norteamérica. Y entonces será muy probable que, lo queramos o no, nos veremos compelidos a adoptar, en lo viable, sistemas similares al chino

De hecho, el tratado de comercio que acaba de suscribir el gigante asiático con El Salvador sienta las bases para la extensión de su monumental proyecto “La Nueva Ruta de Seda” en el litoral pacífico del vecino país, que eventualmente podría replicarse en su costa caribeña. Creo que no existe duda alguna de que si Honduras actúa inteligentemente, anteponiendo el interés nacional a cualquiera otra consideración, podría extraer un gran beneficio de esta histórica oportunidad.

La segunda forma, aparte por supuesto de reducir la evasión fiscal que  ha llegado a niveles intolerables, es la reforma tributaria. Revisar a fondo, bajo el principio de la progresividad, el sistema impositivo, particularmente sobre las herencias y la renta, a fin de permitir, de un lado, la redistribución de la riqueza y los ingresos, y del otro, el sustancial incremento del gasto social. Esto se hizo, con gran éxito, en los treinta años que transcurrieron desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial y que dio lugar al llamado “Estado de Bienestar” que perduró hasta el advenimiento del neoliberalismo con Margaret Tatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en los Estados Unidos.

En aquel entonces, en la Unión Europea la media del impuesto sobre la renta corporativo ascendía al 50%, hoy es menos de la mitad, un 22%. Y durante el mandato de Reagan, los tipos más altos de este tributo en los Estados Unidos fueron rebajados desde el 70% hasta el 28%. Dicho en otros términos. Los recursos que apuntalaron el estado de bienestar fueron a parar a los bolsillos de los accionistas de las grandes corporaciones.

He aquí, pues, la gran debilidad de esta segunda vía, que, dicho sea de paso, ya había sido propuesta por el economista francés Thomas Piketty en el año 2013. Puesto que queda supeditada a los avatares políticos de nuestra democracia. Cualquier régimen de la derecha que llegue al poder lo podrá cambiar a su antojo, justo como hicieron los de Reagan y la señora Tatcher. Y es que en los tiempos que corren la democracia se niega a sí misma. Pareciera estar cavando su propia tumba. ¿Qué otra cosa, si no, han querido hacer los “democráticamente” electos presidentes Trump y Bolsonaro?

Pero bien. Como decía, se ha necesitado del devastador impacto de la pandemia en la economía mundial para que los mandatarios de los países desarrollados se preocuparan por la evasión fiscal y, como resultado, por la desigualdad. Así, por iniciativa de los propios Estados Unidos, el G7 acaba de aprobar un impuesto mínimo de sociedades a nivel global de “al menos el 15%”. Tómese nota de que el presidente Trump redujo dicha tasa en su período al 21%, pero en la práctica, las grandes compañías se las arreglan para pagar apenas el 11.3%. Ello, mientras en el país más rico de todos, la desigualdad es la mayor del planeta y la pobreza se acerca al 15 por ciento de sus habitantes. Esto es, casi 50 millones de estadounidenses.

En Honduras, el tema adquiere crucial importancia porque a pesar de que nunca hemos dejado de ser uno de los países más pobres de la tierra, la brecha entre pobres y ricos no ha cesado de ampliarse, particularmente desde que el presidente Callejas implantó a sangre y fuego el neoliberalismo en la década de los noventa del siglo pasado.

He aquí algunas cifras de la triste verdad de nuestra patria. En los ochenta, Honduras era, después de Costa Rica, el país menos desigual de Centroamérica. En el 2013, ya habíamos pasado a ser el más desigual: el 5% de la población controlaba el 80% de la economía y el 3.4% percibía entre el 65 y el 70% de los ingresos; la escolaridad de los niños ricos era de 10 años, en tanto que la de los niños pobres era de 4 años; el 75% vivía con menos de $ 2.00 al día; los pobres pagaban el 41% de impuestos y los ricos únicamente el 18.9%, y la corrupción se calculaba entre 10 y el 20% del presupuesto nacional.

Y asómbrese el lector. En el 2014, el informe de la organización World Ultra Wealth Report 2013 (Reporte Mundial de Ultra Ricos), publicado por la firma Health X, revelaba que ocupábamos el 11 lugar en Latinoamérica en número de millonarios, excluyendo a Brasil y solo superados en Centroamérica por Guatemala. En ese año, pues, la fortuna de 215 hondureños, es decir, del 0.0027% del total, alcanzaba los ¡30.000 millones de dólares!

Me pregunto: ¿cuál será la realidad en este mes de junio del 2021? En el peor momento de la pandemia y después de dos terribles huracanes. El COHEP afirma que un millón de compatriotas se quedaron sin trabajo ¿Cuántos más se hundieron en la pobreza, ¿cuántos más niños se quedaron sin escuela? Y en contraste. ¿Cuántos más millonarios tenemos y, por tanto, cuánta más desigualdad? Y, no obstante, nuestras perspectivas para el inmediato futuro, lejos de verse mejor, son de una dudosa recuperación económica y, lo más grave, que continúe en el poder el gobierno más neoliberal y corrupto que hemos tenido en toda nuestra historia.

Por eso juzgo indispensable reiterar desde esta tribuna que, ante el fracaso de la alianza, la ciudadanía no debe desperdiciar su voto sino volcarse a las urnas a votar por el partido Libre, por la contundente razón de que, por su caudal electoral, es el único de la oposición que cuenta con posibilidades reales de sacar del poder al juanorlandismo en las próximas elecciones generales.

Tegucigalpa, 16 de junio de 2021.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas

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