Por: Rodil Rivera Rodil
La pandemia del coronavirus ha catapultado el tema de la desigualdad tanto o más, quizás, que la monumental obra del economista francés Thomas Piketty “El capitalismo en el siglo XXI” publicada en el 2013. Por razones harto lógicas, el virus se ensañó en las personas de escasos recursos que constituyen la inmensa mayoría del planeta e incrementó de manera abismal el desempleo, la pobreza y sus terribles consecuencias.
Pero, a la vez, centenares de millones de personas comenzaron a entender la relación directa que hay entre los modelos económicos y sociales y la desigualdad, tanto a escala nacional como internacional. Fue inevitable que trascendiera, sobre todo en los países subdesarrollados, cómo los ricos y poderosos recibían los más modernos y costosos tratamientos en las clínicas privadas, en tanto que los hospitales públicos no se daban abasto ni tenían los equipos ni las medicinas necesarias para atender a los pobres. Y cuando esta tragedia termine se podrán apreciar, si los gobiernos se atreven a publicarlas, las enormes diferencias de clase en las estadísticas de los fallecidos.
Pero aún faltaban las vacunas. Las élites económicas, sencillamente, no pudieron contenerse. La desesperación por hacer negocio y ser los primeros en inmunizarse fue mucho más fuerte que cualquier muestra de solidaridad con nadie. Así, a los dueños de los laboratorios no les importó que se hiciera público que aun antes de que produjeran la primera dosis ya ellos estaban ganando millones de dólares especulando con la subida de sus acciones en las bolsas de valores. Menos que fuera tan evidente que algunas vacunas solo iban a servir, con algunas excepciones, a las naciones desarrolladas que podían costear las cadenas de frío que requieren.
Tampoco pudieron aguantar a que las vacunas salieran al mercado. Desde mucho antes desataron entre ellas una competencia feroz para reservarlas. Y no las que necesitaban sino todas las que pudieron. Canadá, para el caso, con 37,7 millones de habitantes, ha firmado contratos con siete compañías farmacéuticas para obtener 414 millones de dosis. O sea, suficientes para vacunarlos a todos casi seis veces.
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La ONU, la OMS y no recuerdo cuántos organismos mundiales más estuvieron tratando de convencer al mundo desarrollado de que aportara recursos para que el no desarrollado pudiera acceder a ellas y solo después de mucho rogar se logró concertar el llamado mecanismo Covax para ayudar a vacunar a solamente el 20 por ciento de sus poblaciones. Sin embargo, medio año después la OMS aún no ha podido recoger las contribuciones que se comprometió a dar.
No deja de ser incomprensible esta falta de solidaridad, por cuanto conseguir la inmunidad colectiva o de rebaño a nivel mundial es de la conveniencia de todos, incluyéndolos a ellos. Mientras el virus siga propagándose nadie en ninguna parte estará a salvo. Pero ni eso los hizo recapacitar. Y no se me diga que así somos los seres humanos. No es cierto. Quienes son así son los neoliberales. A los que únicamente les importa hacer negocio con todo cuanto hay en tierra, mar y aire, y cómo no, obtener la máxima ganancia.
Algunos países pobres pudieron ingeniárselas para contratar vacunas de distintos laboratorios y, recientemente, de China y Rusia. Ello a pesar de la satanización que de estas se ha estado haciendo en Occidente, principalmente por Estados Unidos, Contra la primera, por impedir que lo desplace de la supremacía mundial. Y contra la segunda, por la histórica confrontación entre ambas, vaticinada desde hace siglos por pensadores de la talla de Saint Simón y Tocqueville, y que hoy en día no tiene que ver con ninguna ideología.
Dicho sea de paso, la masiva campaña de Occidente contra Rusia ha logrado lo imposible. Nada menos que una gran cantidad de gente en todo el orbe crea a pie juntillas que continúa siendo comunista, o más bien, que la Unión Soviética sigue existiendo, o sea, que no se disolvió en 1989. En otras palabras, a base de noticias falsas o manipuladas, han logrado borrar más de treinta años de historia. Toda una hazaña.
Y qué decir de Honduras. Además de la espantosa desigualdad, corrupción y desastre que nos está dejando, nuestro aprendiz de dictador nunca aceptó que los especialistas le ayudaran con la pandemia. Quería todo el mérito para él solo. Y, por supuesto, que nadie le estorbara en lo “que tenía que hacer”. Nos estuvo repitiendo hasta la saciedad que no había que preocuparse por la vacuna. Que contaba con recursos más que suficientes para comprarla. Que, aparte de las de Covax, le iban a obsequiar no sé cuántas más como premio por su genial manejo de la emergencia. ¡Qué cinismo! Si ni él ni nadie de su gobierno saben siquiera en cuál de las tantas olas de la Covid estamos ni si ya tenemos en Honduras alguna de las variantes del virus.
No hay duda. La incapacidad e imprevisión de JOH no tienen parangón. A cualquiera, no por inteligencia o sentido común, sino nada más por tener dos dedos de frente, como suele decirse, se le hubiera ocurrido que para completar el 80 por ciento que no recibiríamos de la OMS siempre tendríamos que recurrir al mercado internacional de vacunas, como justamente lo empezaron a hacer desde hace más de seis meses los demás gobiernos de la región. Por una vez hubiera empleado su trillado “voy a hacer lo que tenga que hacer” para lo bueno y no solo para lo malo.
Pero no. Mientras los demás mandatarios se movían para conseguirlas él se entretenía dando “show” en cadena nacional y “negociando” los hospitales móviles. Y ahora, como limosnero con garrote, se pone a lloriquear y a culpar de su monumental metida de pata a la OMS, a la OPS y no sé si también a Hugo Chávez y a Fidel Castro.
Pero el tiempo se acaba y casi no quedan vacunas para este año. Que se apresure a hablar también con Cuba, que a partir del próximo semestre producir millones de dosis de su propia vacuna. Que no la subestime. Que se informe bien. Y que autorice cuanto antes, como lo van a hacer en otros lados, la importación a laboratorios y farmacias privadas especialmente seleccionadas y bajo estricto control. Pero con una novedad. Que todo interesado deba comprar otra cantidad igual a la que adquiera para él para ser donada a compatriotas sin recursos. Me apresuro a aclarar que esto último no es idea mía, sino del COHEP.
En fin, que, si no se le ocurre algo realmente audaz o nadie lo saca del apuro, Honduras quedará entre los últimos pueblos de la tierra en ser protegido contra el coronavirus. A veces me pregunto. ¿De qué no es culpable JOH?
Tegucigalpa, 23 de febrero de 2021
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas