Por: Iñaki Gil
La otra tarde tuve que esperar a uno de la cuadrilla en Salzburgo. Quedamos en Tomaselli, que a sus 300 años es el café más viejo de Austria. Tan viejo que cuando nació Salzburgo no era Austria sino un arzobispado tributario del Sacro Imperio. Mozart y otros ilustres clientes se sorprenderían de que ya sólo se pueda fumar en el piso de arriba. Las camareras hacían slalom con las bandejas de pasteles entre las apretadas mesas…
Pero yo sólo tenía ojos para un cilindro de madera de unos dos metros con dos círculos giratorios de los que colgaba en perchas una treintena de periódicos. El mayor y más completo aparador de diarios que nunca he visto. Tuvieron que sacarme del local. Había sucumbido a la nostalgia de un pasado tan idealizado como la Inglaterra imperial para un brexitero. El archivo del Pentágono de Spielberg ha desencadenado tal melancolía que no paramos de moquear. Salgamos del Tomaselli al fresco de Salzburgo.
¿Estamos tan mal?
-Tú eres un optimista. La verdad es que sólo se leen frivolidades. Basta ver la lista de lo más leído -suele decir un colega.
-Yo también veo las listas de lo más leído. Y me congratulo de que siempre haya reportajes (de Crónica, por ejemplo), entrevistas, temas de ciencia o de rabiosa actualidad política entre lo más visto. Claro, «famoso tiene cáncer» o «piratean las fotos en bolas que fulana envió a su ex» son imbatibles. ¿O es que usted no mira esas cosas?
Hoy como ayer. En la época de los papeles del Pentágono, el periódico más leído de Europa Occidental era el tabloide alemán Bild. En Inglaterra, The Sun, célebre por sus chicas en topless, vendía 10 veces más que The Times. Soñábamos con parisinas sentadas en el Café de Flore leyendo Le Monde (célebre foto de Cartier Bresson). Pero ellas leían France Soir. Lo básico (sexo, sangre, dinero) es más popular.
-Cierto -me responde una ráfaga de aire-. Sólo que ahora todo está mezclado. Antes había una frontera clara entre tabloides y prensa de calidad. Hoy los vídeos de los puñeteros gatitos lo invaden todo…
-Qué me vas a contar, colega. Mi sobrina de 15 años sólo sube fotos de su gato a Instagram y tiene 6.500 seguidores. Me contó que, según Google Analytics, sus followers están principalmente en Canadá. Cuando murió la mamá del gatito recibió cientos de mensajes de condolencias. Y yo, peleando por un retuit. Pero, oye, amigo, The New York Times ha abierto camino con la suscripción de pago gracias a… las recetas de cocina.
Y antaño nuestros quality papers llevaban cada día media docena de páginas de anuncios de, ejem, prostitutas. Que pagaban sus chulos en la ventanilla de abajo de la redacción. Hasta el International Herald Tribune tenía una sección (discreta, eso sí) de escorts.
-Pero no me negarás que han saltado todas las fronteras de la intimidad -me llega en un susurro.
-Al contrario. Dudo que los míticos sms de Letizia, que tanto han dado para hablar, que casi nadie ha visto y nadie ha publicado, alcancen el nivel del támpax de Carlos de Inglaterra. Y aquello era una grabación, por supuesto ilegal, de una conversación íntima (escatológicamente íntima) entre el príncipe de Gales y su entonces amante Camilla Parker Bowles. Las cintas eran de 1989 y fueron publicadas primero en una revista australiana. Hasta que el 17 de enero de 1993 The Sunday Mirror y The Sunday People las publicaron íntegras. Así era la intimidad.
-Hoy la secuencia habría sido instantánea. Las redes sociales habrían ardido. De hecho, las redes sociales nos han arrebatado a los medios el protagonismo.
-Es cierto que ya no dominamos la conversación pública. Suministramos los temas pero no escogemos el momento. Antes la secuencia era: exclusiva de la prensa, tertulias matutinas en radio, reacciones en los telediarios, tertulias nocturnas, anticipo de portadas. Ahora el público escoge cuándo y dónde. El momento es ya mismo. Y el sitio, el móvil.
Pero aún los legacy media aportamos muchos temas de conversación. Aunque ésta (y su tráfico) escapen de nuestro control. La cinta del támpax fue fotocopiada y enviada por fax desde todas las oficinas del Reino Unido. Hoy, habría petado en redes. Y las redes imponen esa apariencia de igualitarismo en la que vale tanto la opinión de un bloguero puñetero como la de un filósofo.
En las redes no hay maestros. Pero sí dueños. Imponen sus normas. Pezones, no; fake news, sí.
-Vamos, que vivimos en el mejor de los tiempos para el periodismo…
-Eso tampoco. Tenemos más audiencia, quizá menos influencia y, con seguridad, menos beneficios. Quisimos ser medios de masas, pero el negocio se lo llevaron Facebook y Google, que no son medios, pero sí tienen las masas que busca la publicidad.
Al final, habrá que pagar, querido lector, por leer. Y para eso, los periodistas deberán descubrir y publicar cosas interesantes. Dejemos el pasado a los historiadores. Y el diseño del futuro a los innovadores. Pero alguien tiene que pelear el presente. Y esos somos nosotros.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas