Por: Edmundo Orellana Mercado
En una ocasión pregunté a un grupo de estudiantes universitarios sobre asuntos puntuales de nuestro pasado precolombino, colonial, republicano y moderno. Su desconocimiento de nuestra historia me sorprendió y me preocupó hondamente.
Me sorprendió, porque estaba seguro que nuestra historia era estudiada con más cuidado que en mis tiempos de escolaridad. No sé a qué aspectos de nuestra historia le da énfasis el sistema educativo formal, pero descubrí que elude temas que son materiales imprescindibles para construir nuestra conciencia histórica, de donde emerge la fuerza vital que anima a los pueblos en su tránsito hacia su realización como nación, aportando a ésta los valores, principios y reglas que se han forjado en la sucesión de las etapas en las que las sociedades se caracterizan por su cohesión intrínseca, su habilidad para descubrir los elementos decadentes del presente, su determinación para reciclarlos o abandonarlos, y combinar aquellos que le permitan avanzar hacia el futuro, en su inagotable búsqueda de su destino.
Me preocupó porque desconociendo nuestro pasado difícilmente comprenderemos nuestro presente y en lugar de futuro perseguiremos utopías.
La civilización maya, la parte gloriosa de nuestro pasado, no se estudia o se estudia con desgano. Los y las jóvenes de hoy no tienen conocimiento o no tienen conciencia que esta civilización, entre otras cosas: conocía conceptualmente el cero; que su conocimiento de las matemáticas, de la geometría, de la astronomía, le permitió conocer la naturaleza e interpretar sus manifestaciones para su provecho, incluyendo las de la bóveda celeste, de la que hizo un lugar común; que sin conocer la utilidad de la rueda levantó esas construcciones que, desafiando el tiempo, todavía maravillan a la humanidad, no solo por su prodigiosa ingeniería, sino por la utilidad que de ellas obtenía para mejorar la calidad de vida y para renovarse a sí misma como civilización.
También desconocen o lo olvidaron porque el sistema no enfatiza en ello, nuestra situación dentro del régimen colonial; igualmente, que Centroamérica fue adornada por el talento nacional: hondureños fueron los hombres más preclaros de la época republicana, que se destacaron como políticos (la Federación tuvo más de un Presidente hondureño y también hondureños fueron algunos de los Presidentes de hermanos países del istmo como periodistas (no pocos dirigieron periódicos importantes), como historiadores, como ensayistas, en fin, como pensadores, profundos y críticos (baste citar a José Cecilio del Valle y a Ramón Rosa), cuyos escritos todavía son objeto de estudio, en la región y fuera de ella, para comprender nuestra historia.
Desconocer esa realidad de nuestro pasado se traduce en un quiebre en el hilo conductor de nuestro devenir histórico, cuya consecuencia es la ausencia absoluta en los y las jóvenes de un sentimiento común de hacia nuestro pasado.
¿Cómo lanzarnos a la búsqueda de un destino seguro, si nuestros jóvenes desconocen el extraordinario pasado de ese conglomerado social al que pertenecen y que llamamos nación? No comparten entre ellos ni con nosotros y seguramente no lo compartirán con quienes vendrán, el sentimiento de admiración y de respeto (léase grandeza) que, de conocerlas, habría de inspirar las gestas de aquellos que nos antecedieron y que hicieron posibles extraordinarias civilizaciones o ayudaron a forjar lo que hoy llamamos patria.
Conocen y con mucha autoridad todo lo que del exterior nos invade, incapaces de confrontarlo con lo que somos, por su desconexión, justamente, de nuestro pasado, lo que permite una brutal transculturación que amenaza con destruir todo lo que de identidad nacional todavía nos queda.
La memoria de nuestros orígenes y de nuestra evolución, formada con los sufrimientos, las alegrías, las hazañas, los fracasos, las glorias pasadas y con todo aquello que necesariamente compartimos, es nuestra conciencia histórica que, si no fuera por ese desapego, nos permitiría la unidad en nuestra diversidad, contar con la sabiduría para apreciar lo que hemos logrado e identificar lo desechable, y disponer de la energía y determinación para alcanzar lo que nos proponemos.
Educar no es simplemente enseñar a leer y escribir, exigiendo la memorización de textos interminables. Educar es crear esa relación íntima entre las nuevas generaciones y los valores, principios y normas forjados en nuestro devenir histórico y en el de los demás países, que orientan, inspiran e impulsan, apasionadamente, a los pueblos hacia la construcción de su futuro, en libertad e iluminados por la razón.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas
Un comentario
What a stuff of un-ambiguity and preserveness of precious know-how about
unpredicted emotions.