Por: Mesa Ciudadana
Nos acaba de dejar Eduardo Bähr, uno de los escritores que, desde la década de 1970, estremeció las bases y renovó la literatura hondureña, acomodada al costumbrismo provinciano, utilizando las armas potentes de la ironía y del humor, para reírse, educar y poner en evidencia las desgracias sociales y políticas de esta Honduras que no alcanza a ponerse en pie.
Quizá por ese afán de iluminar y educar también escribió para los niños: Mazapán 1982 y El Diablillo Achis, 1992. Y por años se comprometió a la formación de los maestros en la Universidad Pedagógica Francisco Morazán. Ciudadano inclaudicable de una patria posible.
A él esa condición fallida del país, le generaba una tragedia personal, como a su hermano salvadoreño, Roque Dalton, pero a sus compañeros y alumnos, Eduardo nos hizo reír desde el corazón de la tragedia nacional de la guerra de 1969 con El Salvador.
En sus relatos de El cuento de la guerra (1972) fácilmente su obra maestra nos hizo reír incluso –sin perdonar- del torpe ingenio de quienes sacan provecho de la miseria colectiva.
Además de escritor impecable, Eduardo destacó también en el teatro y en el cine, donde demostró su destreza como guionista y actor, junto a directores de renombre extranjeros y hondureños como S Kafati, H Durón y K Lara.
Eduardo, no fue solamente un escritor capaz. Nunca dio la espalda a su humanidad ni cayó en la inclemencia o la dogmática; fue un ciudadano comprometido y un revolucionario, defensor del movimiento popular con la causa del pueblo.
Y cuando se le ofreció con dignidad, un funcionario público ejemplar, trabajador y honesto. Sirvió al país desde uno de los cargos que más satisfacción le produjo: director de la Biblioteca Nacional Juan Ramón Molina, desde 2007 hasta 2013.
Estar rodeado de libros y de gentes que amaban las letras y la lectura ayudó a Eduardo a retomar la pluma para hacernos un poco más felices con su ironía y su imaginación desbordantes y para dejar su mano pintada, de blanco, en el muro de la cueva.
