Por: Gustavo Moya Posas/columnista invitado
En un pequeño país, donde sus hombres son más pequeños, y no por su estatura en centímetros, sino por su testosterona, la cual solo les ha servido para engendrar hijos sin padre. Aquí nací yo. «¡Qué suerte! » Dicen unos «¡Qué mala suerte! » otros. Hace muchas décadas nos decía un profesor de Estudios Sociales: «este país es rico», aún sigue siendo rico, a pesar del constante saqueo y pillaje a que lo han sometido esa horda de aves de rapiña confinados en esos cuerpos de hombres chiquitos; algunos: gobernantes, políticos corruptos, empresarios corruptos, lameculos, líderes vende patria, etc., con todo y eso, seguimos repitiendo la frase sin ningún sentido que nos espoleé la conciencia.
Desde que soy casi adolescente escuché otra frase que aún me repica en mis tímpanos: «este país está en crisis». Han pasado seis decenios y seguimos igual, o peor. ¿Qué nos ha pasado a los catrachos en todo este tiempo? Falta de testosterona; pero no para pegar hijos bastardos. Desde que el general Carías en el siglo pasado se sentó en el trono presidencial —primero en elecciones—, luego de forma dictatorial hasta 1948, parece que el «Doctor y General» —como les gusta llamarlo a los cachos—, nos cortó los güevos a los hondureños, cómo se hace con los animales muy revoltosos en las haciendas: nos capó.
La última intentona insurrecta que recuerdo siendo un adolescente, fue una liderada por el coronel Armando Velásquez Cerrato, un 12 de julio de 1959, que trató —sin éxito—, de derrocar al presidente Constitucional: Ramón Villeda Morales. De allí para acá, pare de contar. Lo que ha habido son, golpes de estado liderado desde las barracas, sin injerencia civil. No pretendo decir que pasemos en una eterna guerra de guerrillas. ¡No! Hemos estado absortos en un proceso de seudo democracia a través de elecciones —la mayoría de ellas fraudulentas—, de tal suerte que nos hicimos amigos incondicionales del conformismo, bajo la premisa: «que es lo mejor para la paz del país», y así llegamos al siglo XXI, en paz, pero comidos de mierda. ¿O algunos mojigatos creerán todavía que estamos bien? Desde muy chico he admirado al pueblo cubano, por sus artes: bailes, cultura, poesía, progreso, por su arrojo y valentía, y esto no lo digo por Fidel, mucho antes, en el siglo XIX, tuvo este heroico país tres guerras independentistas, antes lograrla en 1902. La revolución cubana liderada por Castro no se libró quemando llantas, rompiendo vidrieras y asaltando supermercados y tiendas.
Hubo que vestirse de héroe, y dar su sangre (vida) por la causa y por el país. Los resultados están fuera de mi juzgamiento. Lo que pretendo recalcar es que sin ese carácter patriótico que nos hinche los del padre Trino, seguiremos ovejunamente yendo a botar (error intencional) por los mismos que nos han tenido comidos de lo mismo. En nuestra jerga política, le llamamos Derecha a ese conglomerado de pensamiento conservador, propenso al statu quo, mayormente empresarial, —pero no necesariamente—, timorata y hasta a veces mojigata, de la cuál no ha vuelto a emerger un líder con la carismatía de Rafael L. Callejas, que en dos ocasiones derrotó al Partido Liberal en elecciones libres. No veo en el horizonte azul, rojo, amarillo, verde, a alguien con ese magnetismo para unificar la voluntad popular, y enrumbar al país por la vereda de una verdadera democracia y al sendero de un progreso y desarrollo sostenible. ¡No hay! al menos por los momentos. Salvador Nasralla, que se vislumbraba como una esperanza política, gracias a su capacidad profesional, pero más a su popularidad construida por la magia de la televisión a través de su programa X0 durante dos décadas.
Su carismatía se ha ido diluyendo por su carácter voluble y posiciones ambivalentes. Con todo y esos agravantes, logra mantener una aceptación sostenida en los medios digitales de tal suerte que ha sido y puede ser el fiel de la balanza en la próxima contienda electorera. Recordemos que, sin los votos de sus seguidores, Libre no estaría en el poder ahora. Esa alianza con Libre no fue nada provechosa para Nasralla; pero grandiosa para el país, porque logró sacudirse un gobierno con la evidente etiqueta de dictadura, asperjado con los más grandes casos de corrupción en la vida de este empobrecido país en los más de doscientos años de vida constitucional.
En cuanto a la llamada Izquierda, es otro el cuento. Amparada en el único líder, y más que líder —caudillo—: Mel Zelaya: Coordinador de Libre, Asesor presidencial, expresidente derrocado, esposo de la presidente, primer caballero del reino, (presidente tras bambalinas), político astuto y por tanto con poca ética, ha sabido aglutinar alrededor de su figura —siempre conmiserada—, a miles de ilusionados seguidores —con poca o mala educación—, que ven en el mesiánico líder la consecución de sus quiméricos sueños de prosperidad y abandono de sus atavíos de pobreza.
Sin lugar a duda, Mel es el único líder a nivel nacional. No sé qué le pasará a LIBRE en ausencia de él, asunto que no le ha de quitar el sueño, ya que, como en muchos gobiernos de este corte, terminan por ser dinásticos, pasando la estafeta a cualquier familiar o cortesano más confiable. Mel no prepara líderes, hace títeres, su megalomanía no se lo permite.
Estamos tan inmersos en esa zona de confort, que votar para los hondureños se ha convertido cómo una compulsión o ludopatía, esperando que las cosas cambien; haciendo exactamente lo mismo.
A ver cuándo los hondureños dejaremos de ser “Juan véndemela”, pero para eso faltan varias generaciones —quizás mis biznietos—, y que la testosterona nos vuelva, viriles, valientes, gallardos y dispuestos al sacrificio en aras de la patria grande; y no solo para dejar mujeres preñadas e hijos bastardos.
Dicen que le democracia cuesta sangre y sacrificio, a nosotros solo nos cuesta dinero. (Las elecciones del próximo noviembre más de dos mil millones, sin contar lo que costaron las primarias) ¿Y para qué? Para votar por los mismos candidatos impuestos, y algunos hasta pagaron su candidatura a los dueños del partido, o sea más de lo mismo. ¡Joder!
Miremos a nuestro hermano vecino El Salvador, por años inmersos en una guerra fratricida, ahora gozando de una democracia que ellos han escogido. Al sur los colombianos que aún con su larga guerra interna no dejó de progresar, y los uruguayos que después de muchos años de desangrarse, han construido una de las democracias más admirable del continente americano.
Pero todas esas democracias han emergido y construido al tenor de una inconformidad general y la aglomeración colectiva de testosterona (güevos) para rebelarse y enrumbar al país, aun a costa del sacrificio de hasta ofrecer la vida, acción que no estamos dispuestos a dar, por lo que antes dije: desde Carías para acá somos un pueblo de hombres: capones.





