Por Ernesto Soto
Target es una cadena de tiendas para las clases trabajadoras y media baja de los EE. UU. Eso lo sabe cualquiera que vive en o visita asiduamente ese país o los de espíritu curioso. Ahora bien, si Target se instalara en Honduras seguramente se ubicaría como negocio de un rango superior. Es cuestión de contexto, de ingreso per cápita.
Escasos son los narcos conocidos que provengan de las clases ricas, de las familias de alcurnia o de la intelectualidad; si acaso, fuesen cooperantes, cómplices, receptores de sobornos o consumidores. Los grandes capos del narco-negocio suelen provenir de los sótanos de la sociedad; con pasados de pobreza, exclusión y abuso. En ello gestan la energía y la codicia para ascender socialmente o por la buena (la formación profesional en pocos casos) o por la mala (una temprana inclinación delincuencial); como sea, la ambición desmedida los predispone a optar por el sendero corto al enriquecimiento. Cuando la plata los inunde se comportarán como esos que la sociología gringa llama los “nuevos ricos”, seres ostentosos y de mal gusto. Esta conducta los delata. Sobra la plata, sobra la capacidad de gasto. Y así, sin mayor criterio, carentes absolutos del refinamiento del estatus económico superior, exhiben casa nueva al mejor estilo rococó, autos de doble tracción, rudos y potentes. Conozca a un narco en su primera fase: Identifique primero al ostentoso del grupo, anote lo que consume y, sobre todo, escúchelo hablar. Su léxico pendenciero pone de manifiesto que corrió más rápido el enriquecimiento que la aculturación correspondiente a su nuevo estatus social.
Por supuesto, el dinero abre (¿casi?) todas las puertas y amplía los límites de la tolerancia. Los hoteles de lujo poco aguantan a clientes ruidosos y sucios de bajo nivel de consumo. Pero se hacen de la vista gorda si el cliente y sus invitados, de inocultable rudeza y mal gusto, consumen licores y comidas de primera y ocupan las habitaciones más caras. Luego de un tiempo y gracias a sus negocios, los narcos comenzaron a codearse con la gente de poder y las familias de alcurnia. Ese ya es otro paso en su ascenso social del anonimato al estrellato. (Por cierto, varias décadas atrás, poder, dinero y refinamiento caminaron de la mano. Hoy las clases dirigentes de paisajes como los nuestros perdieron el refinamiento: tan solo escuche hablar a los del Congreso o a los meros del COHEP. El refinamiento cultural se quedó en pocos, muy pocos. Las élites ya no son promotoras, mucho menos mecenas, de la educación y el arte).
Ser narco, de ninguna manera, significa ser tonto. No faltarán los listos, los pícaros, calculadores que, al calor de los poderosos y sus goces, comienzan a aspirar a algo más que socios, quieren también ser considerados parte de las familias de sangre azul, miembros respetables de la sacrosanta burguesía criolla, reyes incuestionables de las páginas sociales (no de la nota roja). Como en el relato de El Padrino, don dinero ya no basta, se aspira ahora a un estatus de alta reputación, de benefactor social, consagrado por la sacrosanta Iglesia Católica o al menos por los pastorcillos “evangélicos” (la mayoría de quienes también ostentan la categoría de nuevos ricos, gracias al generoso diezmo). Allí consuman su ascenso: compran el título de nobleza y refinan el estilo de vida. Continuarán dirigiendo o se mantendrán asociados a su mafia, pero delegando la visibilidad y el trabajo sucio en otras manos. Ya ratos habrán dejado de comprar en Target y de ofrecer regalos de las tiendas locales. Ahora enrumban su avión privado para comprar en la quinta avenida neoyorkina o en las tiendas “chick” de las grandes urbes europeas o asiáticas. Esos ya son los grandes señores de la mafia, los peces gordos, los intocables. Algunos se sabrán satisfechos con quedarse en el mundo de los negocios, mientras que otros podrán tratar, por qué no, con incursionar directo en la política.
Pero ojo. Entre Hollywood y la vida real emerge un área gris, juntas realidad y ficción. Piense en un abogadillo provinciano, graduado de una Facultad de Derecho donde la matemática (¡la lógica!) ni siquiera forma parte de su pensum. Un codicioso que gracias al «negocito» del narco asciende como espuma de la nada a las cumbres del poder de un país del cuarto mundo. Alguien de tal perfil difícilmente podrá sacudirse, así por así, del deslumbre inicial de las Target porque aún no habrá madurado criterio para diferenciar, por ejemplo, una piel sintética china de una auténtica; que tal vez conoce de oídas sobre la fama de un Rolex, aunque igualmente no pueda reconocer el genuino del falso o sea incapaz de tener en mente otras marcas de alta sofisticación. Salir de esa primera fase de platudo poco refinado, toma tiempo. Le será más fácil si es, de entre dos socios, el más listo, el de más codeo político, con un poco de más mundo y con el baño (no kilataje) académico de algún “college” gringo de modesto perfil. Le irá mejor porque ya habrá agudizado el sentido del disimulo y se encontrará cultivando el apadrinamiento o el ejercicio directo del poder político con todo y la bendición de las excelencias reverendísimas, los pastorcitos aleluya, los medios tarifados y, sobre todo, la temida Embajada.
Si, compatriotas, en estos macondos existe una zona gris donde narcos, con todo y su plata, con convicción y sin disimulo, todavía compran en Target, “cash” o tarjeta de crédito de por medio. También, ustedes, no se extrañen de encontrar a un consagrado del “jet set” para quien la próspera América, la “vecchia” Europa o la emergente Asia ya son destino cotidiano de sus paseos y refinado consumo. Eso, aunque por allí, de vez en cuando, sus expresiones, sus poses, sus gustitos, desnudan, sin quererlo, al pobre diablo que todavía son.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas