Por: Tomás Andino Mencía
Para nadie es desconocido que, hasta ahora, todos los intentos de Trump para derrocar al Presidente Nicolás Maduro en Venezuela e instaurar a Juan Guaido, un títere suyo, han fracasado uno tras otro. Esto tiene una causa: el fracaso de su intento por lograr una sublevación masiva del ejército venezolano contra su gobierno, ya que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FNAB) ha mantenido su lealtad y han sido muy pocos los que se han atrevido a sublevarse. De hecho, el último intento terminó con sus autores en la cárcel o en embajadas en calidad de asilados políticos.
La fortaleza mostrada hasta ahora por el ejército venezolano se sustenta en el respaldo de buena parte de la población, que rechaza una invasión a su país, y por otro lado, en el apoyo militar ruso al gobierno venezolano. Gracias a la alianza militar con Rusia, Venezuela tiene la posesión de equipo defensivo de alta tecnología, asesoría y respaldo económico, capaz de asestar golpes demoledores al menor intento de invadir ese país.
Tal situación está llevando al gobierno gringo a una encrucijada: o da el paso hacia una operación militar desde el exterior, o tendrá que resignarse a tener Maduro para rato. El debate se ha encendido entre la cúpula militar de Estados Unidos, partidarios de la intervención bélica, y un sector del gobierno de Trump, que han desaconsejado tal acción, enfatizando en la presión económica, política y diplomática. Hasta el mes de abril, por lo menos, Trump ha sido partidario de esta última opinión, que en ha sido la dominante. Muestra de ello es que, a pesar de su lenguaje belicista, en los hechos, Trump no ha tenido prisa en precipitar una intervención militar externa.
Las razones no son menores. En febrero de este año, el Congreso norteamericano no autorizó una intervención directa; por otro lado, en reiteradas ocasiones (la última fue el 4 de mayo), el llamado Grupo de Lima, que reúne a los gobiernos aliados de Trump, ha expresado su indisposición a participar en una aventura militar. Además, en Estados Unidos dio inicio la campaña preelectoral 2019, en la cual Trump aspira a la reelección, para lo cual necesita presentar logros concretos en materia de política interna y externa, y, no sin razón, Trump no quiere tener que explicar a su electorado porque sus soldados retornan en ataúdes. Basta ver cómo se está retirando de Irak, Siria y Afganistán.
Vuelve la táctica del Garrote y la zanahoria
Sin embargo, las opciones para evitar una operación militar se le están agotando y la presión de los militares gringos aumenta. Lo han probado casi todo y han fracasado. En ese marco, Trump parece haber cedido, por lo que estaríamos en vísperas de una nueva forma de hacer el intento de sacar a Maduro del poder. Se trata de la táctica del “garrote y la zanahoria”. Esa estrategia en realidad no es tan nueva, porque se puso en práctica en Centroamérica en los años 80s en las negociaciones del “Grupo de Contadora”, con exitosos resultados para los gringos, pues hizo que el FSLN (por aquel entonces una fuerza revolucionaria) dejara el poder en 1990 en elecciones generales, y que el FMLN decidiera entregar las armas e integrarse al sistema electoral, sin que en ninguno de los casos se resolvieran los graves problemas sociales que produjeron la insurrección.
Esta estrategia consiste en, por un lado, llevar al terreno una ofensiva militar real (no solo las amenazas como hasta ahora) y, por otro lado, cosechar frutos de esa presión en la mesa de negociaciones. Implica altas dosis de teatralidad diplomática y política para lograr su objetivo. En esa táctica, uno hace las veces del “malo” y otro hace las veces del “bueno” que recomienda ceder en los temas cruciales. Las aparentes contradicciones en la conducta de los funcionarios de la administración norteamericana (por supuesto, el “malo” de la película), y el rol del gobierno ruso (que en esta táctica haría las veces del “bueno”), indican que por ahí se mueven las cosas. Si fueran contradicciones reales, Trump habría despedido a sus funcionarios, y hasta ahora no lo ha hecho.
En los últimos días, se ha exacerbado el lenguaje belicista del Departamento de Estado. El pasado 3 de mayo, John Bolton, afirmó que “Maduro solo se está aferrando al poder debido al apoyo de Rusia y Cuba, las únicas fuerzas militares extranjeras en Venezuela. Estados Unidos no tolerará ninguna interferencia militar extranjera en el continente americano. El presidente estadounidense ha dejado claro que habrá costes para aquellos que impulsen la usurpación y represión por parte de Maduro”. Por su parte, el secretario de Estado, Mike Pompeo, el 30 de abril había afirmado que Maduro estuvo a punto de abandonar en avión Venezuela ese día, pero que Rusia le convenció de no hacerlo.
A renglón seguido de estas declaraciones, ocurrió lo siguiente: 1) el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos hizo un llamamiento para preparar una invasión militar, al corto plazo; 2) la empresa mercenaria Blackwater ha anunciado que se prepara para esa misión, entrenando y armando 5 mil efectivos; 3) Juan Guaido, anunció que propondrá a la Asamblea Nacional, hacer un llamado a una intervención militar, 4) el gobierno de Nicolás Maduro hizo un llamado a su ejército para estar listos a enfrentar una intervención militar.
De producirse una intervención militar, es improbable que sea por la vía de una invasión directa norteamericana –pese a las bravuconadas de Pompeo, que dice no necesitar la autorización del Congreso–, ni de una coalición de ejércitos de los gobiernos títeres, sino ejecutada por un ejército de mercenarios, al estilo de lo que se hizo en Libia y Siria, que contarían con apoyo logístico, armamentístico y económico de los gobiernos de Colombia, Brasil y Guyana, los cuales de esa forma se excusarían de no participar directamente. Hay indicadores que esos preparativos bélicos están ya avanzados.
En sentido (aparentemente) contrario, el domingo 5 de mayo, el canciller ruso Sergei Labrov, y su homólogo venezolano, Jorge Arreaza, sostuvieron un encuentro en el cual el canciller Labrov expresó que Rusia es partidaria de una salida a través de un dialogo con la oposición: “Rusia insta a EE.UU. a abandonar sus planes de derrocar a Maduro por la fuerza”… “solo los venezolanos tienen derecho a determinar el destino de su país, para lo que se necesita un diálogo inclusivo de todas las fuerzas políticas“. ¿Cuál sería el medio de ese dialogo?. Dijo Labrov: “Rusia (…) está dispuesta a unirse a unos posibles esfuerzos de los mediadores regionales e internacionales como el Mecanismo de Montevideo, (y) estamos listos para los contactos con el Grupo Internacional de Contacto“[1].
El Mecanismo de Montevideo y el Grupo Internacional de Contacto son dos cosas distintas y hasta contrapuestas; el primero fue una iniciativa de los gobiernos de México y Uruguay que abogaron por un dialogo interno sin injerencia internacional[2], mientras que el Grupo Internacional de Contacto fue organizado por la Unión Europea quienes dieron respaldo a Guaido y a la Asamblea Nacional de Venezuela y proponen también una salida negociada, pero a condición de que se convoque a elecciones anticipadas[3]. Ambas iniciativas chocaron en su momento. Uruguay se adaptó a la política del Grupo Internacional de Contacto mientras que México decidió no continuar porque considero que es injerencista.
Ahora Rusia busca moverse ambiguamente en las aguas del Grupo Internacional de Contacto, en sintonía con la UE y la socialdemocracia. Su objetivo político seria que salga el gobierno venezolano en elecciones anticipadas, super controladas externamente, en las que muy probablemente perdería por la gravedad de la situación del país, tal como ocurrió con el sandinismo en 1990. De hecho, el lenguaje diplomático de los rusos se ha manifestado siempre opuesto a una salida militar y en favor de una salida política, pero cuando se refieren a esta, rara vez hablan de apoyar directamente a Maduro como Presidente, sino al gobierno venezolano, como abstracción. Ahora, cobra más sentido a que se refieren con eso.
Las cosas han llegado a tal punto que el día 3 de mayo, Donald Trump anunció que había tenido una conversación “muy positiva” con Putin, y que “Él (Putin) no está pensando en absoluto en implicarse en Venezuela, más allá de que quiere ver que ocurra algo positivo en Venezuela, y yo siento lo mismo“. Pasaron dos días de esa inusitada declaración en los que Rusia se llamó a un sepulcral silencio, algo inusual en la activa cancillería rusa, para luego aparecer en la mencionada reunión los cancilleres Labrov y Arreaga con el llamado a retomar el diálogo.
Las razones geopolíticas de Putin y Trump
Hasta no hace mucho, el gobierno ruso había mantenido una línea defensiva del gobierno venezolano, incluso con fuerte apoyo militar. Pero ¿a qué se debe ese cambio? En realidad, Venezuela es un peón dentro del juego de ajedrez político de las superpotencias. Comencemos por conocer unos antecedentes.
Es sabido que en enero de este año (2019) el gobierno de los Estados Unidos abandono el Tratado sobre armas nucleares de alcance intermedio (por sus siglas INF), a la vez que posicionó tropas y misiles en países cercanos a Rusia, y extendió por un año más las sanciones a Rusia por la invasión a Crimea. Putin respondió poniendo en operación nuevos misiles hipersónicos, de alcance intercontinental, y, entre otros movimientos, hizo llegar a Venezuela dos superbombarderos nucleares Tu-160, capaces de reducir a cenizas ciudades de Estados Unidos desde este país. A la par, la cancillería rusa hizo una activa retórica de defensa del gobierno venezolano.
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En buena medida, las poses abruptas de Trump buscaban un objetivo político: disociar su imagen de la de Putin de cara a la demanda del Fiscal General norteamericano que lo acusa de haberse coludido con este para influir en las pasadas elecciones presidenciales. Pero ahora que Trump gano ese caso en los tribunales gringos, está más relajado para restablecer negociaciones con Rusia sin que se le acuse de “colusión”, en esta ocasión para influir sobre Venezuela, ya que se sabe de la decisiva influencia rusa en ese país.
El gobierno ruso por su parte, le interesa Ucrania y Crimea más que Venezuela, ya que aquellos son países fronterizos, en los que se juega su seguridad estratégica. En Ucrania busca la aceptación norteamericana a su propuesta de elecciones en el Este de ese país, donde podría lograr una autonomía o separación de la población ruso hablante, algo que no está en el cielo luego de que las últimas elecciones en Ucrania las ganara Zelensky, abierto a restablecer buenas relaciones con Rusia. Además, le interesa el reconocimiento de Trump para la ocupación de Crimea, insinuado por Trump en la cumbre que sostuvo con Putin en unió 2018[4], y por supuesto, que Estados Unidos vuelva al Tratado INF mencionado.
Así las cosas, se ha abierto una oportunidad para que ambas potencias logren sus objetivos prioritarios. En ese contexto, ocurre el giro reciente de la posición de Moscú, cuando Washington aprieta tuercas belicistas.
Esto solo muestra que debe alejarse la imagen de un Putin como un consecuente antiimperialista. Quien lo vea así, se pierde. El gobierno ruso se mueve por intereses, no por ideologías. Recuérdese que Rusia es un país capitalista, no socialista. Al igual que a los gringos y chinos, las empresas rusas venden armamento por igual a Venezuela y Nicaragua, como a Arabia Saudita[5]. Putin interviene en el conflicto venezolano porque su gobierno tiene fuertes intereses que salvaguardar en Venezuela, especialmente recuperar el pago de la deuda externa por valor de 5 mil millones de dólares, hasta la entrega del 51% de las acciones de CITGO en Estados Unidos, pactadas por Maduro el año 2018. Como ya logró la firma de esos acuerdos, su interés es simplemente que se cumplan.
Sin embargo, los números de la macroeconomía venezolana indican que el país está en una situación tan calamitosa, debido a la combinación de las sanciones económicas gringas y a los bajos precios internacionales del petróleo, que con muchas dificultades Maduro podría garantizar a Rusia el pago de sus compromisos (la última prórroga dada por Moscú a Caracas, vence precisamente este mes de mayo). Así que es lógico, en la lógica capitalista, claro, que Putin no tenga tanto entusiasmo en apoyarlo a él como gobernante, pues es consciente que podría negociar con cualquier otro gobierno el pago de esa deuda. Lo que los rusos no quieren es una guerra, porque sus intereses ahí correrían peligro, así que prefieren una transición ordenada. Lo mismo pasa con los chinos que prefieren guardar un bajo perfil en este conflicto.
En ese sentido, todo indica que el imperio se orienta a negociar con Putin, para que este presione sutilmente a Maduro a dimitir, en el marco de un proceso de “diálogo” con la oposición, mientras por otro lado, se podría someter a Venezuela a una intervención militar para forzar esa salida política.
Siendo así, el futuro de Venezuela se decidirá en negociaciones de alto nivel entre estas dos potencias capitalistas. Que nadie se pierda en las apariencias.
[1] https://mundo.sputniknews.com/rusia/201905051087086089-lavrov-arreaza-rusia-negociaciones-venezuela-golpe-guaido/
[2] https://www.telesurtv.net/news/mecanismo-montevideo-venezuela-uruguay-mexico-20190407-0004.html
[3] https://eeas.europa.eu/delegations/venezuela/60359/grupo-internacional-de-contacto-sobre-venezuela-declaración-ministerial_es
[4] https://actualidad.rt.com/actualidad/278855-trump-aceptar-soberania-rusa
[5] https://www.youtube.com/watch?v=EXmeHwxlITY
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
3 respuestas
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Lic. John Moran hace un mes ya habia escrito que todo ya era compadre hablado entre Trump y Putin, y detras del humo estan ellos negociando y montando este teatro politico. Este repite. Venezuela es solo para comsumo domestico de Trump, utilizado para tal. Sus asesores imperiales fracasaron tal como el queria.
Por fin un comentario acertado.