Trump y la defensa de la democracia en las Américas

Por Jorge Heine

BOSTON – Aunque es comprensible que la atención de los medios haya estado puesta en gran medida en el maltrato del presidente estadounidense Donald Trump a Ucrania, la andanada de cambios de política repentinos del nuevo gobierno también afecta mucho a América Latina. Se destacan la deportación masiva de inmigrantes indocumentados de la región, la imposición de aranceles del 25% a México y la búsqueda de alternativas para «recuperar» el Canal de Panamá.

Con tantas noticias importantes que se desarrollan a un mismo tiempo, la elección del próximo secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) que tendrá lugar el 10 de marzo ha pasado casi inadvertida. Pero precisamente por las profundas tensiones que enfrentan las relaciones interamericanas, el resultado de la contienda será mucho más importante de lo habitual.

Fundada en 1948 y con sede en Washington (en un majestuoso edificio neoclásico en la Avenida de la Constitución, cerca de la Casa Blanca), la OEA es una de las instituciones panamericanas más antiguas y consolidadas. Es encarnación de la idea misma de «las Américas»: la noción de que a pesar de las diferencias históricas, lingüísticas y económicas, un mismo hilo conductor atraviesa todo el hemisferio occidental.

Como todas las organizaciones internacionales, la OEA ha tenido sus altibajos. Acusada en los años cincuenta y sesenta de ser el «ministerio de las colonias», por su abyecta subordinación a Estados Unidos en asuntos como la invasión de la República Dominicana en 1965, recuperó cierta dignidad en los setenta, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (un entidad autónoma dentro de la OEA) hizo todo lo posible por defenderlos durante los oscuros años de regímenes militares en la región.

Otro hito importante se alcanzó con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana (Lima, 2001), que inició un fortalecimiento de los procesos electorales y de las instituciones democráticas en todo el hemisferio, en un momento en que las amenazas autoritarias no provenían de golpes militares a la antigua usanza, sino de gobiernos salidos de elecciones.

Pero hoy la OEA está pasando otra vez por un mal momento. Un hecho crítico en esto fue su desacertada actuación durante la elección de 2019 en Bolivia, cuando su misión de observadores publicó un informe, luego refutado, que acusaba al gobierno de manipular los resultados. Fue así que la OEA contribuyó al posterior golpe militar. También la Comisión Interamericana de Derechos Humanos está cada vez más debilitada. Pero es posible que el fracaso más notorio de la OEA haya sido su incapacidad para hacer frente a la crisis humanitaria y política que se desarrolla en Haití desde 2021.

La elección de un nuevo secretario general ofrece a la OEA la oportunidad de recuperar parte de su posición y prestigio. Un candidato que tiene lo que hace falta para cambiar el rumbo es Albert Ramdin, ministro de asuntos exteriores de Surinam. Aunque su perfil relativamente bajo y el hecho de proceder de un país pequeño (situado en Sudamérica, pero perteneciente por cultura y por historia al Caribe) puedan parecer desventajas, en realidad son puntos fuertes.

La OEA no necesita una figura carismática decidida a remodelar la organización según sus preferencias. Necesita a alguien que asuma la ardua tarea de reconstruir la credibilidad y la eficacia desde dentro. Eso implica restaurar el entusiasmo interno y dar una respuesta eficaz a los retos planteados por un gobierno estadounidense manifiestamente hostil al multilateralismo. La situación requiere un forjador de consensos que esté familiarizado con los procesos internos de Washington. Sólo esa clase de liderazgo permitirá a la OEA hacerse cargo de una agenda hemisférica cada vez más nutrida, que incluye la seguridad, las migraciones y el cambio climático.

Ramdin se ha comprometido a trabajar codo a codo con los estados miembros para canalizar sus prioridades de política exterior y sus inquietudes en lo relacionado con los asuntos hemisféricos. Su dilatada carrera incluye un período de diez años (2005‑15) como secretario general adjunto de la OEA, y hace poco recibió el respaldo de los catorce miembros de la Comunidad del Caribe (CARICOM). Además de estos votos, cuenta con el apoyo de Perú y Honduras, que unido al reciente respaldo colectivo de Brasil, Bolivia, Chile, Colombia y Uruguay, lo lleva a 21 votos, por encima de los 18 necesarios.

El otro candidato es Rubén Ramírez Lezcano, ministro de asuntos exteriores de Paraguay. Por ser este el único país de Sudamérica que todavía mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán, algunos han querido presentar esta elección como una competencia entre una candidatura antichina (Ramírez) y prochina (Ramdin). Pero es un encuadre absurdo. China sólo tiene estatuto de observador en la OEA y no desempeña ningún papel significativo en la organización. Además, como suele ocurrir, el intento de Ramírez de jugar la carta de China le ha salido por la culata, y la mayoría de los observadores lo consideran un golpe bajo sin ningún respaldo en la realidad. En cualquier caso, comentarios recientes de funcionarios estadounidenses en el sentido de que podrían colaborar igual de bien con cualquiera de los dos candidatos restan toda validez a este argumento.

Dejando a un lado lo extraño de tener a un secretario general venido de Paraguay en reemplazo de otro venido de Uruguay (sería deseable cierta rotación geográfica), una victoria de Ramírez impediría una vez más a la OEA tener un líder caribeño, algo que nunca ha sucedido, a pesar de que los países del Caribe constituyen casi la mitad de los miembros de la organización.

Estos países, en los que el sistema parlamentario de Westminster se ha afianzado desde que se independizaron (sobre todo en los sesenta y setenta), tienen mucho que aportar al fortalecimiento de las instituciones democráticas y a la defensa de los derechos humanos en estos tiempos peligrosos. Muchos de los amigos y aliados de Estados Unidos se están dando cuenta de que necesitarán más autosuficiencia o más apoyo mutuo, y los países latinoamericanos no son excepción. Con el liderazgo adecuado, la OEA puede ayudarlos a defender sus intereses y alcanzar sus objetivos.

Jorge Heine es profesor investigador en la Escuela de Estudios Globales Frederick S. Pardee de la Universidad de Boston.

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